| 27 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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Puigdemont junto al consejero Forn y al mayor Trapero.
Puigdemont junto al consejero Forn y al mayor Trapero.

Vaya septiembre: tendremos maniobra sucia diaria y noticias muy extrañas

Inauguramos un mes clave para el futuro de Cataluña y del resto de España. Tengan por seguro que la alerta de la CIA ha sido el aperitivo, durante estas semanas van a salir más cosas.

| Fernando Jáuregui España

Claro que no es necesario ser un adivino para predecir que este mes de septiembre, que se nos acaba de inaugurar, va a ser tremendo, por decir lo menos. Déjeme apostar que, en la cuestión que más nos ocupa, es decir, la recta final hacia el choque de trenes en Cataluña, esa "pasión de catalanes" que arrasa titulares e intranquilidades, saldremos casi a noticia extraña diaria. O, si usted quiere, a "maniobra sucia" diaria.

Ya el famoso aviso de la CIA, que era de mayo, sugiriendo que la zona de La Rambla podría ser objeto de un atentado terrorista, ha sido un buen aperitivo. Apuesto a que saldrán más cosas, y que el Govern catalán no desperdiciará ninguna oportunidad de quedar como mentiroso, manipulador y/o chapucero, ya lo verán. 

El Govern ha roto con todo y todos, incluso con los dos grandes periódicos catalanes

De momento, al margen de haber roto con todas las instituciones, con el Gobierno central, con los sindicatos de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, con buena parte de la empresa y banca radicadas en Cataluña –no les llega la camisa al cuerpo-, la Generalitat y el Govern ha conseguido enemistarse también con los dos principales periódicos de la Comunidad. Es decir, La Vanguardia, que claramente ha abandonado viejas tentaciones de simpatía o conveniencia secesionista, y El Periódico, que fue el medio que se atrevió a publicar lo de la nota de la CIA, siendo grosera (y falsamente) desmentido por el conseller de Interior, el señor Forn, que es, por cierto, cuestión de horas que vuelva a meter alguna pata importante.

Voy, de momento, a dejar a un lado el contencioso con el Gobierno central, cuyo inmovilismo me parece que también tiene sus culpas en este enredo territorial que cada vez recuerda más al de 1934, y lo digo sin ánimo alarmista: ahí está la Historia. También voy a dejar de lado el desprecio que el inquilino de la Generalitat tiene por las instituciones españolas, comenzando por el Rey y siguiendo por el Tribunal Constitucional. Incluso voy a pasar como de puntillas sobre una cuestión tan grave como esos proyectos de ley "de desconexión" que no solamente son inconstitucionales (eso "va de soi"), sino un atentado a la seguridad jurídica y al mero concepto del Derecho. Doctores tiene la Iglesia para dictaminar sobre tan espinosas y melindrosas materias, que constituyen el arquitrabe de una convivencia democrática.

Como periodista, en lo que quisiera fijarme es en la vulneración de toda libertad de expresión que subyace en el ánimo sedicioso –sí, sedicioso- de la camarilla de Puigdemont, en la que Forn destaca con luz propia. Convocar una conferencia de prensa para desmentir a un periódico por haber publicado la "falsa" noticia del aviso de la CIA, y que luego, desde los aledaños de la propia agencia de espionaje norteamericana, den la razón a ese periódico, es como para pedir el inmediato cese de, al menos, el conseller, que se va convirtiendo en una catástrofe ambulante.

Y, me temo, también el relevo inmediato del mayor de los Mossos d’Esquadra, que ha decidido enfrentarse de manera abrupta con la prensa, lo cual parece algo acorde con su carácter. Dedíquese el señor Trapero a sus menesteres policiales y abandone las cuestiones relacionadas con la inteligencia (servicios de), que no es lo suyo. El no entiende de exquisiteces tales como la separación de poderes, el papel crítico de los periodistas y otras naderías: están tan acostumbrados a dictar a los medios dóciles que no les cabe en la cabeza que nadie, como mi amigo Enric Hernández, el muy digno director de El Periódico, les contradiga.

Pero los hechos son los hechos, y la verdad, como decía el frontispicio de aquel diario anglosajón, "es algo que alguien no quiere que se publique"; lo demás, o es publicidad o es peloteo, que es lo que viene gustando en la Generalitat, antaño (¿y hogaño?) tan generosa con algunas servidumbres impresas y habladas.

Me decía otro amigo, un periodista norteamericano que colabora en un diario de Chicago y que se está especializando en temas españoles, que "a Trump, el impeachment le llegará, porque le llegará, instado de alguna manera por el New York Times; no se puede ser enemigo del New York Times y despreciar a casi todos los medios de prensa y sobrevivir en política". Y añadía el colega estadounidense: "Es algo parecido con lo que os pasará a vosotros en España con algunos políticos, que se han ganado, porque se la han ganado, y no en buena lid precisamente, la enemiga de muchos de los medios más poderosos".

Creo que mi amigo se refería, sobre todo, a Pedro Sánchez y a Pablo Iglesias, que no acaban de entender el papel que han de jugar los medios de comunicación, pero me parece una opinión perfectamente aplicable, sobre todo, a Puigdemont y a lo más montaraz de su Govern: así, no pueden seguir, por mucho que crean que "las bases", que son esos seres etéreos que un día se acuestan monárquicos y mañana amanecen votando a la República, les apoyan. 

Qué diablos tiene que ocurrir en Cataluña para que la mayoría silenciosa se convierta en vociferante

Me pregunto qué diablos tiene que ocurrir ya en Cataluña para que esa creo que cantidad de catalanes que perciben que van a toda velocidad hacia la catástrofe reaccione y se constituya en mayoría vociferante, y no en minoría silenciosa. Mala senda, la de difamar a un periodista llamándole mentiroso, cuando el mentiroso resulta que eres tú. Pésima práctica democrática demandar, desde los atriles del poder, el cese o la dimisión de un periodista molesto. Cierto: no es la primera vez, ni Cataluña es la única parte de España donde eso ha ocurrido. Pero ahora, cuando ya el reloj, tic-tac, nos dice que estamos en la recta final hacia ese posible choque de trenes, vuelve la hora de recordar que, en las guerras, la principal víctima es la verdad.

Ellos quieren, ay, la guerra y pretenden que la verdad salte por los aires. Lo malo es que es una dama tozuda y elevada. Y que, en cambio, la mentira tiene las patas muy cortas, aunque pretendan disimularlas con una bandera estelada tan grande como la que manos anónimas vinieron a colocar en el Puente de Segovia madrileño. Lo que más fastidió a esos clandestinos es que nadie se molestó, durante horas, en retirar la enseña.