| 25 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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Iñigo Errejón y Pablo Iglesias, en una imagen de archivo.
Iñigo Errejón y Pablo Iglesias, en una imagen de archivo.

El torticero uso de la Constitución por Pablo Iglesias para derrocar a Errejón

Aquí el único que parece que está en casa es Rajoy al que le cabe el honor de defender los muebles, o sea, la Constitución, un asunto, su reforma, que no preocupa nada a los españoles.

| Carlos Dávila España

“Las cosas se están poniendo de tal forma que si te muestras contrario a la reforma de la Constitución resulta que eres un facha o un troglodita”. El apercibimiento de un antiguo magistrado del Tribunal Constitucional que participó activamente en las sentencia sobre el Estatuto de Cataluña, está lleno de razón. En el rugido de la marabunta reformista participan naturalmente los soviéticos de Podemos por un lado, por otro los pusilánimes socialistas catalanes, por el de más allá los progres de guardarropía que temen las acusaciones de facherío como si fuera un cáncer de próstata o de mama, que aquí hay para los dos géneros, y por fin los arrugados populares que a lo más que llegan en su defensa de la vigencia de la Norma Suprema a es admitir que “todo en la vida se puede reformar”.

Esta semana, Iglesias volverá a la carga con su verbo incendiario, leninista y cursi, exigiendo a Mariano Rajoy que convoque un referéndum para cargarse (ellos se encargarían de la voladura) la Constitución de 1978. Iglesias necesita algarabía y revolución para ejecutar con éxito la purga contra Errejón y sus trescientos seguidores. Pero ambos son de la misma especie. Les importa una higa a estos asaltantes de nuestro Parlamento que la regla actual ponga tales trabas a la consulta que sólo podría celebrarse en el caso de que se cambiase el Título Primero y el referido a la Corona y que, además en esos casos, el procedimiento sería tan complejo (votaciones en las dos cámaras, elecciones, nuevas votaciones y referéndum) que eternizaría el proyecto o lo haría prácticamente imposible.

Como suele afirmar Margallo, el ex ministro al que Moncloa comienza a tenerle verdadera tirria por su incontenible facundia: “Los que queremos modificar la Constitución no podemos contar con estos tipos, se nos llevarán por delante”.

Estos declarados barreneros del Soviet son los únicos que saben verdaderamente qué es lo que quieren y a dónde pretenden dirigirse, los demás se quedan, por miedo, por mimetismo o sencillamente, lo más general, por indigencia intelectual, en la reforma, que eso es lo que se lleva en estos momentos y “yo no me voy a quedar atrás, que no soy un dinosaurio”. Iglesias y su cuadrilla de desarrapados pretenden establecer otro sistema, el soviético, el bolivariano, el castrista o el coreano, como se le quiera llamar, en el que la democracia representativa no exista, pero tampoco la directa; no sean tontos, tampoco la directa de la Puerta del Sol. Quieren la suya, la gobernada por cinco chiquiliacuatres, en la que no cabe ni la disidencia, ni la oposición; sólo la postración.

Es indignante que los compañeros de viaje de la reforma, entre los cuales también se cuentan innumerables periodistas, o no se den cuenta de los objetivos del Soviet o estén presos de tal miedo a sus feroces invectivas, que estén trabajando para ellos. Todavía hace unas fechas los espectadores de La Sexta tuvieron que quedarse perplejos cuando uno de estos colegas bendecía la proclamación de Garzón como “político español más popular” con esta maravillosa aquiescencia: “Esto demuestra que nuestro sistema de libertades funciona y que hasta un político minoritario puede estar en cabeza de la popularidad”. Como suena.

El colega pertenece a esa facción de  periodistas amedrentados que quieren hacer méritos ante el Soviet en la esperanza de que si algún día estos sujetos asaltan de verdad el poder por unos u otros cauces (no está tan claro que las urnas sean su instrumento preferido) les perdonen y no les conduzcan a la checa más cercana.

Pero hay que decir que no, que lo que ha funcionado bien durante treinta y ocho años no hay por qué cambiarlo, ni por la presión agobiante de los independentistas que no soportan, ni soportarán ésta o cualquier otra Constitución que lleve el adjetivo de “española”, ni por el terror que están introduciendo en el cuerpo social esos su nuevos comunistas que hasta ponen  los pelos de punta a la momia repulsiva de Lenin.

¿Por qué no mandamos a freír gárgaras de una vez a estos feriantes voceros de una reforma que a nadie le ocupa más que a ellos?

En España el único que parece ser consciente del peligro es Mariano Rajoy que juega su partida con el nacionalismo secesionista como Harry Houdini, el mejor mago de la Historia, que lo mismo hacía desaparecer objetos y hasta personas, que se liberaba de los encadenamientos mas rígidos y sofisticados. Rajoy es un maestro: está llevando a media altura a los socialistas, como si fuera un Juli con el morlaco más caidizo; está negociando con los vascos más voraces regalías económicas soportables; y está retratando negro sobre blanco la furia independentista del remedo hortera de los Beatles. Puigdemont, del pícnico Junqueras y de los anticapitalistas de la CUP para que todo quisque se aperciba de que con éstos no se puede ir ni a recoger un a herencia. Un maestro Rajoy.

Y todo, mientras se adorna con la destreza galaica más tópica cada vez que se le interroga sobre su parecer en la reforma de la Constitución. Un día, de seguir así, va a remedar a aquella paisana suya de Pontevedra que, según Pío Cabanillas sr., fue abordada en el mismo umbral de su domicilio por un impertinente encuestador que por tres veces consecutivas le preguntó qué iba a votar en próximas elecciones autonómicas. La señora, sin descomponer el gesto, pero harta de la insistencia, contestó de esta guisa a la tercera inquisición: “No se moleste, rapaz,  la señora no está en casa”.

Aquí el único que parece que está en casa es Rajoy al que le cabe el honor de defender los muebles, o sea, la Constitución, un asunto, su reforma, que no preocupa nada en absoluto a los españoles, según ha detectado el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas. Pues bien, si esto es cierto, que lo es, ¿por qué no mandamos a freír gárgaras de una vez a estos feriantes voceros de una reforma que a nadie le ocupa más que a ellos?

Yo les diré por qué: porque unos y otros, independentistas falsarios y soviéticos dispuestos a limpiarnos nuestra yugular (a la política me refiero por ahora) están ganando la partida y han logrado lo advertido al principio: que los bobos del haba se apunten a la reforma no vaya a ser que sean tildados de fascistas. Así de claro.