| 18 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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¿La mejor paella del mundo?

Dos 'manitos' treintañeros acaban de ganar el discutible título de ‘mejor paella del mundo’ para una supuesta paella valenciana

| Pedro Nuño de la Rosa La Picaeta

Vivimos en la exageración comparativa, en el fantasmeo (cadenas incluidas) siempre relativista, y en el insaciable consumismo de galardones que son papel de un día, incluso timbrado, tan efímero como las hermosas flores del espinado cactus. Si ustedes preguntan al oráculo de Google: pasado, presente y hasta futuro del actual saber y hacer humanos sobre superiores entradas multimillonarias, probablemente les responderá con el enunciado "¿Quién?, ¿Qué?, ¿Cuánto?, ¿Dónde?, ¿Cuál?, ¿Cómo? ¿Cuándo? Y algunos interrogantes valorativos y comparativos más sobre, pongamos por caso, cuáles son las ciudades más grandes contrastándolas con las más pequeñas del mundo; las montañas más altas o montículos que apenas llegan a elevarse unos metros; el hombre-mujer descolladamente listo versus el rematadamente tonto/a; los reverenciados por la Historia frente a los criminalizados; el superior vino para los gurús (Parker, Peñín, etc.) respecto a un tetrabrik tintorro; y, por supuesto, la mejor cocina del mundo: ¿la francesa desde el XVIII, la china milenaria, o la de mi pueblo, y hasta la propia e íntima hogareña si apuramos la memoria gustativa de cada cual?, es decir, una especie del tan antagónico como complementario yin y yan oriental, bien o mal (de óptimo a pésimo) occidental. Del infinito a la nada, de la admiración al desprecio, del medallero a la ignorancia. Todo parece comparable, merecedor de matrícula de honor o cero patatero, según los cánones, la cultura es poder y la gastronomía es cultura, de un grupo de supuestos expertos, cuyo dogma debe ser indubitablemente admitido por el resto.

Dos 'manitos' treintañeros, Alfonso Ovalle y Rogelio Castañón acaban de ganar en la ya meritoria 61 edición del concurso que, con el siempre discutible título "La paella valenciana", premia todos los años a una supuesta (por el jurado de "expertos" y por ello sabedores) "mejor paella del mundo", hipérbole muy crecida y absurdamente pretenciosa donde las haya ¿del mundo mundial? Otorgándole a un chino reciclado en arroces valencianos, Binhui Jiang, el segundo premio, para asombro general del arrocero pueblo de Sueca en la Ribera Baja valenciana, que intenta, con este reclamo, convertirse siquiera por unas horas en epicentro de la gramínea más consumida en los cinco continentes.

Han corrido anaqueles de tinta sobre el significado de la palabra "paella" proveniente del latín "patella" (sartén con asas), en aquella madre de todas las lenguas romances desde el castellano al catalán o al provenzal, y que no fue plato de arroz, sino continente de hierro forjado donde se podía elaborar, y así lo hacían los latinos, cualquier guisandera menos con esta gramínea dado que entonces, en la Europa del Imperio Cesáreo, apenas se utilizaba la "oryza sativa" como medicina estomacal; ni siquiera los moros de la morería, que trabajaron el cultivo masivo de la gramínea a la Península ibérica, elaboraron algo parecido a la hoy poco consensuada paella en una no sé si más genuina que discutida según se pronuncie coquinariamente el autor/a de tesis y/o praxis, sea en productos, supuestamente originarios del extensísimo vademécum recetario del Cap i Casal y comarcas limítrofes, o ya siendo preciosistas hasta la pretenciosidad estomagante: en textura del grano, socarrat final, incluso tipos de agua, algo tan bizantino que ha llevado a transportar garrafas de líquido elemento y elemental desde la Albufera a concursos internacionales.

No seamos horteras poniéndole limite al mar, la huerta, y el campo valencianos y, por extensión comunitarios, porque el chovinismo culinario es mal consejero "topando"

Por más que quieran precisarlo en dogma de fe concursal, basándose en no atino a saber qué escritos, pues desde los más antiguos hasta los contemporáneos difieren bastante, no existe una paella realmente fidedigna. En primer lugar, porque si usted observa a una cocinera/o, sea hogareña o profesional, que las elaboran cientos de veces al año con la experiencia madre de la ciencia, podrá comprobar su disimilitud y especialmente el "toque de autor/a", así como el tiempo de llevarla del fuego (leña, gas o el nada aconsejable eléctrico) a la mesa, comerla en el propio recipiente con cuchara de madera o en vajilla de Sèvres y cubiertos de plata, incluso bajo techo o a la intemperie, porque todo acaba influyendo particularidades, que se acabarán venciendo hacia el tipismo huertano.

Si apenas podemos colegir que es (composición y elaboración de recetario) el plato más famoso, no ya de la cocina valenciana, sino española, y a lo visto, ya también del México lindo o el inmenso continente chino, menos deberíamos aceptar confiscarla en determinado pueblo o comarca valenciana de Valencia, porque no le diga a un alicantino o castellonense, y menos a un restaurador de Utiel Requena, Denia, Castellón o Cullera que no saben hacer paellas, seguramente lo mandará "anar-se'n a fer punyetes", ya que ni el embajador del arroz valenciano, Quique Dacosta, los actuales ganadores del concurso en Sueca, o la costurera de mi infancia, Teresita, hija del Raval Roig y una divinidad capaz de hacer un arroz distinto cada día del mes según proveyera el Mercado Central.

No seamos horteras poniéndole limite al mar, la huerta, y el campo valencianos y, por extensión comunitarios, porque el chovinismo culinario es mal consejero "topando" (como se mal-dice ahora) al resto, porque mayormente en las paellas, cada maestrillo/tiene su librillo de estilo y despensa. ¿Verdad?

¿Tal vez la mejor del mundo? O ¿por qué no de nuestro intrínseco e intransferible universo particular?