| 10 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Sánchez, en el Congreso
Sánchez, en el Congreso

Moncloa se desespera por el fracaso del "Plan Illa" en pleno auge de la epidemia

Sánchez controla con puño de hierro Moncloa y Ferraz, pero su capacidad para imponer a Illa en Cataluña es más limitada y colisiona con el paisaje real del país.

| Antonio Martín Beaumont Opinión

 

La velocidad de los contagios, la desastrosa campaña de vacunación, con los sindicatos sanitarios entregados al juego de “ni como ni dejo comer”, y la llegada de una tercera ola complican los planes de Pedro Sánchez para la salida de Salvador Illa del Gobierno.

La doble condición de ministro y candidato del PSC se antoja otra demostración de lo difusa que es para Sánchez la línea divisoria entre el partido y las instituciones.

Aun cuando Sanidad representa en estos momentos el ministerio más delicado, La Moncloa mantiene contra viento y marea que Illa está volcado 100 por 100 con su tarea de salud pública. Dan por descontado que aún aguantará un tiempo como ministro, superando la presión para que abandone el cargo cuanto antes. Una presión que, sin embargo, va en aumento y llega incluso desde el ala morada del Consejo de Ministros.

“Hay que distinguir la realidad del ruido”. Así desean zanjar la cuestión desde despachos aledaños al presidente del Gobierno. Pero todo apunta a que, cuando se lanzaron a vender la decisión de poner a Illa como candidato electoral, en la sala de máquinas del Gabinete no calibraron el veloz descontrol del coronavirus.

Puño de hierro

Bajo esta premisa, Sánchez, a quien nadie tose en su partido, impone su calendario, aunque demasiados en su entorno tienen los nervios de punta temiendo el desgaste que supone tener a un ministro expuesto como cartel electoral cuando, además, aún debe confirmarse que la cita con las urnas sea el 14 de febrero. No se sabrá hasta el 15 de enero, fecha límite para que la Generalitat de Cataluña decida si aplaza los comicios hasta mayo ante la mala evolución de la pandemia.

Demasiados en su entorno tienen los nervios de punta temiendo el desgaste de un ministro expuesto como cartel electoral

Sea como fuere, Illa tiene ante sí la misión imposible de mantenerse hasta el inicio de la campaña oficial, el 29 de enero. Es más, el escenario probable es que nos hallemos entonces en el pico de la ola, lo que daría al traste con la pretensión de los estrategas de La Moncloa de subordinar la salida  del ministro de Sanidad (se supone que por la puerta grande) para lanzarle a la propaganda electoral.

Es el mismo marketing que empleó el Gobierno con la llegada de la vacuna para explotar ese pretendido éxito, o al suministrar la primera dosis a doña Araceli, escena cuidadosamente preparada con días de antelación en los despachos del Palacio Presidencial, para volver inmediatamente después al burladero.

 

Por más que se empeñen quienes escriben diariamente el argumentario de los ministros, cada vez resulta más complicado defender desde la retaguardia que su papel es el de meros repartidores de vacunas, porque la realidad tozuda es que están dejando a la intemperie a las Comunidades Autónomas. Las situaciones de emergencia requieren respuestas excepcionales desde el Gobierno de España. Aunque Sánchez y quienes le rodean sigan sin querer asumirlo.

Pocas lecciones ha aprendido el líder socialista de lo mal que le fue a nuestro país cuando él mismo, en un ejercicio de irresponsabilidad mayúscula, se precipitó al dar por concluida, en puertas del verano, una crisis que se lleva por delante la salud, la economía y la vida de tantos españoles. Ahí sigue anclado el presidente, de momento: animándose a sí mismo en medio de la pesadilla.