| 24 de Febrero de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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Fotografías y memoria ( aquellas señoras de pelo morado...)

En recuerdo de las cosas que se han ido descolgando de nuestro día a día sin que nos hayamos dado ni cuenta

| Ely del Valle Opinión

No hay como echar un vistazo a un viejo album de fotos – de los de antes, de los de hojas adhesivas y papel celofán por encima– y fijarte un poco en los detalles para darte cuénta de lo mucho que cambia el mundo a nuestro alrededor sin que nos demos cuenta. No, no voy a meterme en vericuetos filosóficos sobre la evanescencia del tiempo ni tengo intención de teorizar sobre modificaciones de fronteras, avances tecnológicos, pandemias y otras zarandajas de las muchas que diferencian el hoy del ayer de hace más de cuatro décadas, entre otras cosas porque haría el ridículo.

A lo que me refiero a esas pequeñas cosas y hábitos que ya no forman parte de nuestro paisaje cotidiano porque se han ido diluyendo sin que sepamos cuándo desaparecieron. ¿En qué momento se dejaron de poner sagrados corazones de metal en las puertas de las casas? ¿fue antes o depués de que los niños se olvidaran de llevar una medalla de oro al cuello so pena de arriesgarse a ser carne de tironero? ¿En qué año exacto las niñas dejaron de jugar a la goma? ¿fue el mismo en que desapareció la combinación del cajón de la ropa interior? ¿Cuándo se fue al traste el negocio de los perritos piloto que movían la cabeza? ¿coincidió con la ruina de los fabricantes del “no corras papá” y de los mayoristas de chapas de San Cristobal para salpicadero? ¿Cuál fue la fecha en la que decidimos aplicar nuestra particular protección de datos quitando el “sres de…” en los buzones porque llegamos a la conclusión de que cuanto menos se sepa, mejor? ¿sería al mismo tiempo que dejamos de llamar chalets a los chalets para bautizarlos como viviendas unipersonales?. ¿A qué universo paralelo han ido a parar la leche en bolsa, las figuritas de Vírgenes flourescentes, los faisanes de plata como regalo de bodas, la falda escocesa con imperdible, los calzadores de zapatos, las sillas de formica y el Abrótano Macho?. Nadie lo sabe.

Hay cosas que sólo sobreviven en las fotografías porque se fueron sin avisar y sin que se pueda poner fecha a su finiquito

El mundo se transforma a nuestro alrededor y solo nos percatamos de esos grandes inventos que cambian sustancialmente a una sociedad mientras van cayendo en el olvido pedazos del decorado de los que tampoco supimos nunca cómo aparecieron.

De nuestra niñez recordamos las modas que se van porque siempre terminan por volver; los teléfonos de rueda porque se han convertido en piezas vintage, el Anís de Mono porque ahí sigue y los collares de macarrones porque siguen siendo una manera estupenda de tener entretenidos a los peques, pero hay cosas que sólo sobreviven en las fotografías porque se fueron sin avisar y sin que se pueda poner fecha a su finiquito. Nadie las echa en falta hasta que el flash back de una instantánea medio despegada de un album nos las devuelve provocando siempre una sonrisa a mitad de camino entre la nostalgia y el miedo a calcular el tiempo transcurrido.

Me gusta el mundo en el que vivo y odio a quienes hablan de “sus tiempos” como si estuvieran en este de prestado. Creo firmemente que cumplir años no es sinónimo de envejecer sino de adquirir experiencia y que poder hablarle a mi hijo, y espero que en un futuro a mis nietos, de aquellas señoras que salían de la peluquería con el pelo morado mucho antes de que Lucía Bosé se tiñera de azul es un lujo solo al alcance de quienes jugamos a la goma y sabemos de buena fe que la Fanta no es mucho mejor que la Mirinda, y agradezco en el alma que internet no llegara a tiempo de trasformar esas fotografías que han sobrevivido a decenas de mudanzas y en las que la niña que fui se mantiene inalterable, en simples imágenes que usar como fondo de pantalla de un smartphone condenado por la obsolescencia progamada.