| 23 de Abril de 2024 Director Benjamín López

× Portada España Investigación Opinión Medios Chismógrafo Andalucía Castilla y León Castilla-La Mancha C. Valenciana Economía Deportes Motor Sostenibilidad Estilo esTendencia Salud ESdiario TV Viajar Mundo Suscribirse
Puigdemont, ayer en la sede del Govern
Puigdemont, ayer en la sede del Govern

El Príncipe de Zamunda

La indecencia del separatismo frente a la dignidad del Estado de Derecho: la imagen final del Golpe resume todo el desafío. Sólo falta por conocerse a qué precio se llega al desenlace.

| Antonio R. Naranjo Opinión

 Pase lo que pase finalmente, el soberanismo está derrotado tras un memorable bochorno que corona meses, si no años, de un sainete lamentable que, de no ser tan grave, hasta resultaría hilarante.

La ruptura evidente del independentismo, con parte de él en la calle coaccionando al propio Puigdemont, como hace frecuentemente con todo aquel que no le sigue, es la mejor metáfora de todo ello.

Y la tranquilidad del Estado de Derecho, la mejor demostración de que, además de la ley, a España y a su democracia les asiste la razón.

El soberanismo tiene que rendirse o pagar el precio: ni apaño ni impunidad

La locura independentista tiene que elegir entre deponer su golpe de Estado voluntariamente o hacerlo por la fuerza de la ley, y el hecho de que no se le haya concedido una tercera alternativa, para salvar la cara pública ante los suyos de alguna manera, explica muy probablemente el espectáculo final que vivimos.

Todos retratados

Todo el mundo ha quedado retratado en la persona del president de la Generalitat, un irresponsable que buscó ayer una salidad intenta pactar una componenda con el Gobierno, consistente en convocar elecciones a cambio de impunidad.

 

Cercado por los suyos, Puigdemont debe elegir entre someterse a ellos y pagarlo o a la ley y deponer las 'armas'

 

La negativa del Ejecutivo, respaldado sin duda por PSOE y Ciudadanos además del PP, explica tanto la debilidad y el cinismo de la vocación secesionista del president cuanto la dignidad del Estado de Derecho, que no tiene nada que pactar con presuntos delincuentes: como mucho, y eso es lo que pasó, puede retirar o ablandar la aplicación del artículo 155 si la Generalitat se disuelve, convoca elecciones y renuncia con todo ello a la lamentable y célebre DUI.

Sin apaños

Son las propias decisiones de Puigdemont y sus socios las que pueden modificar la dimensión de la respuesta del Estado, y no un apaño secreto, imposible en todo caso en muchos de sus potenciales puntos en una democracia donde existe la separación de poderes: ocurra lo que ocurra hoy, las eventuales responsabilidades personales de los cabecillas del secesionismo tendrán que ser depuradas en las distintas causas ya en marcha, imparables por el poder político y privativas del judicial.

A PdeCat, ERC y CUP sólo le quedan dos opciones: o rendirse, entendiéndose por tal la vuelta a la legalidad, la renuncia definitiva al golpismo y la convocatoria de comicios en el plazo más breve de tiempo posible; o añadir a las consecuencias de sus actos ya cometidos las derivadas de culminar una declaración unilateral de independencia.

Cualquier dirigente presentable optaría por la primera posibilidad, aunque sólo fuera por la evidencia de que nadie le respalda salvo grupos insensatos de radicales sustentados en una masa tan numerosa como irrelevante en España y Europa; pero Puigdemont ha preferido trasladar esa decisión al denostado Parlament para compartir la responsabilidad con sus aliados y hacerles cómplices y rehenes de la decisión.

El desenlace será el mismo

Decidan lo que decidan ahora, el resultado va a ser el mismo: no lo lograrán. La cuestión es a qué precio, en términos de de convivencia en la calle, de decencia institucional y de orden público. Si la lógica funcionara, el Parlament asumirá hoy lo que ayer debió asumir ya Puigdemont. Pero si algo demuestra la historia reciente, es que el sentido común el menos común de los sentidos en el desquiciado movimiento separatista.

Los tipos que prometieron la República Catalana de Narnia, una arcadia feliz como ninguna otra en la historia de la humanidad, sólo han logrado crear una mala copia, sin gracia y peligrosa pero igual de patética que la Libertonia de la célebre 'Sopa de ganso' de los Hermanos Marx.