| 05 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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América Latina, Puerta de Europa

| Mariano Gomá (*) Opinión

 

 

Hace ya tiempo que coincido con algunas personas de mentes preclaras en visiones geoestratégicas mundiales entre los que se encuentra Josep Piqué, de inteligencia y poder de comunicación fuera de lo común y del que todos deberíamos preguntarnos por qué no lo tenemos en la primera línea de responsabilidades políticas tanto interiores como internacionales.

Y esa coincidencia, entre otras muchas cosas, radica en que los bloques emergentes o ya establecidos que pugnan por la hegemonía económica financiera mundial que otorga de paso el poder político, se van abriendo paso en comunicación, mercados y proximidades político ideológicas, para alcanzar objetivos de control y dominio global desarrollando grandes programas de expansión.

Una distracción, un abandono o un estancamiento de uno de los bloques en la carrera por el crecimiento y el control pueden representar un error letal, pues sería inmediatamente poseído y absorbido por cualquiera de los otros contendientes, cuando no por todos ellos al unísono.

Con una Europa fuerte no habría bloque capaz de alterar nuestro crecimiento y protagonismo marginando a la más ridícula dimensión a populismos o nacionalismos desestabilizadores

Centrándonos en Europa, nuestra querida y no siempre unida Comunidad Europea, se halla experimentando procesos muchas veces bien orquestados que pretenden su debilitamiento estructural y merma de defensas que permitan la emergencia y toma de posiciones estratégicas de otros bloques, siendo quizás en este momento el más representativo y comprometido el Brexit del Reino Unido, que además de una vital pieza en el engranaje y cohesión europea, caería de forma inmediata en la órbita de los Estados Unidos, como además ya promulgó el presidente Trump al aterrizar en Londres con su enorme séquito y sus grandes zapatos.

La debilidad en la UE

Pero, además, los titubeos de los países balcánicos, la explosión de acción retardada de Turquía y los nacionalismos y populismos eurófobos o de destructora intención a los regímenes establecidos como es el delirante proceso catalán con personajes del mundo psicopático a la cabeza, o la ladina actitud de los dirigentes vascos y filoetarras, provocan un estado de debilidad e incertidumbre ante el cual el conjunto de la Comunidad Europea debería andar muy alerta y protegerse.

Y, ante la imposibilidad de expansión territorial y las profundas amenazas internas, surge como vía de solución nuestro continente hermano y mundo latinoamericano de Centro y Sudamérica, con el que compartimos valores, cultura e historia.

En la actualidad, salvo vergonzosas excepciones, todos sus países integrantes han iniciado hace ya tiempo el camino de los valores del humanismo y la ilustración, aplicados así mismo a la floreciente economía de mercado, pero que a pesar de sus enormes recursos naturales andan necesitados de acuerdos de colaboración para los que una liberación arancelaria representaría la necesaria válvula de expansión ofreciendo a su vez al mercado global varios cientos de millones de usuarios.

Hemos permitido que un movimiento sectario, minoritario y obsesionado esté haciendo tanto daño al pueblo catalán y a Cataluña con su prestigio

Con una Europa fuerte, estrechamente enlazada con el mundo latinoamericano, no habría bloque capaz de alterar nuestro crecimiento y protagonismo marginando a la más ridícula dimensión a populismos o nacionalismos desestabilizadores. Los recientes acuerdos alcanzados entre Mercosur y la Unión Europea en cuanto al libre comercio es un avance de gran magnitud que viene a cumplir los deseos de aquellos visionarios que hace tiempo iluminan esa vía, entre los que desde mi modesta opinión me encuentro. En ese escenario Europa y la Comunidad están de verdadera enhorabuena.

La gran alianza

Y, finalmente analizando la verdadera dimensión de una gran alianza como la que nos ocupa, uno no puede dejar de preguntarse qué diablos pinta el minúsculo problema catalán y cómo nuestro país España y los españoles, que somos todos, hemos permitido que un movimiento sectario, minoritario y obsesionado esté haciendo tanto daño al pueblo catalán en su verdadera dimensión popular, y a Cataluña con su prestigio y sus privilegiadas condiciones culturales y territoriales, debiendo ahora entre todos atajar la infección en su origen impidiendo su propagación.

Aunque este artículo se basa en una gran Enhorabuena, no puedo por más que concluirlo con la demanda a la sociedad española de ejercer acciones para la condena a los responsables del drama catalán por haber perpetrado un verdadero genocidio cultural y tengo la esperanza que la inteligencia y el sentido común pondrán la escena en aquel lugar de donde jamás debió salir.