| 16 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Cuando Rivera invadió Rusia

La clave del bajón histórico que presagian los sondeos para Ciudadanos la dio Napoleón y la emula Rivera intentando atacar a la vez a Rajoy y a Sánchez, al PP y al PSOE.

| Francisco Muñoz Opinión

 

 

Es un hecho poco discutible que el espacio histórico-ideológico en España está construido sobre el bipartidismo. A la izquierda está el PSOE, a la derecha, el PP. Uno con 140 años de presencia política y otro con 43 años desde la creación de su precedente Alianza Popular.

Ya sea en estos términos o como progresistas/conservadores, rojos/azules o cualquier otro, lo cierto es que en estas etiquetas se han reconocido y han servido para dar sentido político a la “ideología” de al menos tres generaciones de españoles durante más de un siglo. 

Por eso, en los marcos y mapas mentales de los ciudadanos estas opciones están fijadas y bien definidas, no sólo por su tiempo histórico-político, sino también por un conjunto agregado de conexiones fuertemente establecidas a nivel lingüístico (gracias al uso de terminología, símbolos y conceptos propios) y por otro complejo conjunto de construcciones psicosociales (familia, amigos, escuela…).

Esto hace que si dices que eres de derechas, todo el mundo sepa que quieres bajar impuestos, limitar la inmigración, favorecer la educación y la sanidad privada, defender los toros, invertir más en defensa y seguridad, etc… E, inversamente, si eres de izquierdas, te preocupas más del medio ambiente, hay que subir impuestos a los que más ganan, la educación y la sanidad tienen que ser públicas, las políticas sociales tienen prioridad sobre las de seguridad y defensa, etc… 

El espacio central

Podemos por la izquierda y Vox por la derecha no son excepciones sino más bien la confirmación de que en la interpretación de las señas de identidad de uno u otro espacio, se puede ser  más radical o menos radical y llevar hasta los extremos las posiciones bien conocidas de la “derecha” y la “izquierda”. 

Ciudadanos nació en otro contexto y con otras ambiciones: las de construir un espacio central de vertebración política en un país en el que el liberalismo, presente a lo largo del siglo XIX, fue perdiendo fuerza hasta desaparecer en los mapas mentales y en la acción política cotidiana de los españoles. La tarea no era fácil.

 

Los antecedentes, salvo la excepcionalidad histórica de UCD, no han sido demasiado buenos. Las experiencias de posicionamiento como “centro reformista” del Partido Reformista Democrático, Centro Democrático y Social o Unión, Progreso y Democracia, están ahí para quien sepa leerlas: la oportunidad de proyectos nuevos y muy contextualizados en el corto plazo son de muy difícil supervivencia: son marcas no consolidadas, sin estructura territorial fuerte y con un campo de contenidos y referencias políticas muy débil, más vinculadas al día a día que al largo plazo. 

Desde la Teoría Situacional de los Públicos este problema se vuelve muy evidente y la pregunta es (era y seguirá siendo) si existe un votante de centro y, si existe, dónde está, cómo se caracteriza y cuál es su “frame”, es decir ante qué contenidos concretos se reconocen y movilizan y, por tanto qué contenidos les identifican y diferencian. 

Lo que tiene que distinguir a una opción política que nace con ambición de ganar el futuro es su capacidad de reajustar y modular sus posiciones

Lo que podemos deducir del análisis de los datos actuales es que el centro se configura para cada ciudadano, como un programa personal “a la carta” que toma contenidos políticos de los que se consideran de derechas y de los que se consideran de izquierda de forma indistinta, alternativa y sistemática.

Así, unos defenderán como prioridad la educación pública pero entendiendo que cabe la educación privada en nuestro sistema educativo si no está financiada por los presupuestos de las administraciones. O habrá quien defienda a ultranza las políticas de igualdad de género pero crea que la gestación subrogada es un derecho de las mujeres. 

 

 

Esto es a lo que Lakoff  llama “biconceptualidad”: gente progresista en algunos temas que es también conservadora en otros, simultáneamente y sin problemas de conciencia. Por tanto, el centro no es, en sí mismo, una media templada o moderada de las posiciones más genuinas tanto de la derecha como de la izquierda.

No es, per se, el territorio de los moderados o de los que pretenden el consenso, sino un espacio que se configura en torno a públicos determinados y, sobre todo, en torno a temas determinados y en momentos determinados. Pero no entender lo anterior y no tratar de trascender mediante la acción política sus implicaciones, es abonarse a una muerte anunciada

La propia evolución de los asuntos que configuran la agenda pública (Cataluña, paro, pensiones, sanidad…) y la modulación que a derecha e izquierda hacen de ellos tanto el PSOE como el PP, van ampliando o ensanchando ese espacio central que se comporta casi atendiendo a la ley de los gases ideales en la que la  densidad, la presión y la temperatura modifican sustancialmente el espacio y, por tanto, el comportamiento de las moléculas (conductuales, en este caso) del espacio político central. Un espacio que ocupó casi mayoritariamente Ciudadanos en los primeros meses de 2018 (cerca de un 30% de intención de voto) y hasta la moción de censura.

La fuerza del centro está en la inteligencia de saber entender el momento político e intervenir para evitar la polarización y, por tanto, la facilitación de acuerdos. Si se pierde esa capacidad, se pierde el valor

En ese contexto hubo tres variables externas muy definidas que provocaron la retracción del espacio derecha/izquierda y creó un enorme agujero en el centro que ocupó Ciudadanos: el encastillamiento de Rajoy y la corrupción del PP, la volatilidad y falta de credibilidad del PSOE y la situación de Cataluña. Estos tres “issues” dieron carta de naturaleza a una opción que combinara la necesidad de regeneración política que defendía la izquierda con la firmeza ante la unidad territorial, seña de identidad de la derecha. 

Pero lo que tiene que distinguir a una opción política que nace con ambición de ganar el futuro es su capacidad de reajustar y modular sus posiciones sin perder el “core”, es decir, sin perder su “personalidad”, los rasgos esenciales que la han definido desde el principio y que han sido aceptados y valorados dentro del espacio político.

Tras la moción a Rajoy

La evolución de los temas y el marcaje de los tiempos tras la moción de censura con el primer gobierno de Pedro Sánchez, movió el tablero de juego y ahí tanto la derecha tradicional como la izquierda socialista han tenido la oportunidad de redefinir posiciones, de reencontrarse con su discurso más reconocible y con ello, ensanchar su espacio para ocupar todo el espacio posible… anulando el centro. 

En estas circunstancias, atacar al PP en su espacio natural buscando el monopolio del voto de la derecha en torno a Ciudadanos y, al mismo tiempo, atacar a Sánchez y su “banda” bloqueando cualquier posibilidad de diálogo de centro-izquierda, se parece mucho a la napoleónica decisión de invadir Rusia. Se viene a regenerar, pero se apoya en Madrid un gobierno con el Partido Popular más corrupto, judicialmente hablando, de España. Se viene a dialogar pero no se asiste a las reuniones convocadas por el candidato a la presidencia del gobierno. Se defienden los derechos y libertades LGTBI pero se acepta el apoyo de Vox, esto es, de aquellos que pretender aniquilar esos mismos derechos.

  

El votante biconceptual, el potencial votante de centro, penaliza lo que no entiende y penaliza la inconsistencia. Y la ausencia de atributos definidos junto con la presencia de atributos contradictorios, construyen tal monumento a la falta de credibilidad que, para una opción política recién nacida, es un torpedo a su línea de flotación. 

El futuro de Ciudadanos pasa por crear un espacio político con un campo semántico propio, por renovar el discurso con contenidos diferenciados, por construir un punto de vista sobre la realidad consistente con sus valores esenciales. La fuerza del centro está en la inteligencia de saber entender el momento político e intervenir para evitar la polarización y, por tanto, la facilitación de acuerdos. Si se pierde esa capacidad, se pierde el valor. Y nadie compra lo que no vale nada.