| 27 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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La ministra Robles se mete bajo tierra, avergonzada por Sánchez y Borrell

La titular de Defensa trata de digerir a duras penas la desautorización que ha padecido a cuenta de la venta de misiles a Arabia Saudí, la segunda en dos meses. Mejor no dejarse ver.

| Ana Isabel Martín España

La ministra de Defensa ha salido muy tocada de la polémica en la que ella misma se metió al intentar romper, de forma unilateral, el contrato que España tenía firmado con Arabia Saudí para el envío de 400 misiles. 

La decisión del Gobierno de mantener dicho acuerdo, aunque sea con un argumento tan buenista como que son misiles de precisión guiados por láser y que por tanto no producen daños colaterales -Josep Borrell dixit-, ha dejado a Margarita Robles a los pies de los caballos. Y no faltan quienes piden su dimisión.

La titular de Defensa, tan habitual en los medios en otras ocasiones, esta vez se ha metido bajo tierra, intentando digerir su derrota ante su colega de Asuntos Exteriores y, sobre todo, su desautorización por parte de Pedro Sánchez

Este viernes solo se ha dejado ver en el Consejo de Ministros; ayer recibió en su despacho a la presidenta de Baleares, en un encuentro del que Defensa solo informó a través de una foto y de una nota de prensa; el miércoles asistió a la sesión de control al Gobierno en el Congreso pero esquivó a los periodistas; y el martes trabajó en su despacho.

En el PSOE y en La Moncloa empiezan a estar hartos de que Robles vaya por libre, y es la segunda vez que sus arranques provocan una crisis diplomática grave. Y un desmentido.

La primera fue cuando la ministra anunció que el Ejecutivo se iba a repensar el compromiso del anterior Gobierno de aumentar el gasto militar para cumplir con lo acordado por los miembros de la OTAN (el 2% del PIB en 2024). En julio, el propio Sánchez enmendó la plana a Robles al reafirmar, durante una cumbre de la OTAN, el compromiso de España con ese 2%.

Ya cuando Robles era portavoz del grupo socialista en el Congreso tenía fama de no saber trabajar en equipo y de no contar con casi nadie.