| 23 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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¿De qué hablamos cuando hablamos de reforma electoral?

El politólogo analiza al detalle el sistema electoral para destripar los pros y contras de un cambio, con una conclusión: nada es perfecto y, en todo caso, es necesario el consenso.

| Manuel Mostaza Barrios Opinión

 

 

Uno de los temas que lleva meses en la agenda política española es el de la reforma electoral. La propuesta de los dos partidos emergentes, Podemos y Ciudadanos, de cambiar la fórmula de asignación de escaños ha generado una cierta polémica en nuestro país, en tanto que el sistema electoral español es uno de los pocos elementos constitutivos del sistema político que ha permanecido sin apenas variación desde los inicios de la democracia.

Lo primero que hay que señalar es que lo electoral es concepto amplio y complejo que abarca más elementos que la fórmula matemática que se usa para la asignación de escaños. Dentro de esta agenda entran otros aspectos, como el tipo y tamaño de la circunscripción, el carácter mayoritario o proporcional del distrito, la financiación de las campañas, etc.

En nuestro país lo que en realidad marca el sistema electoral no es tanto el sistema de asignación de escaños, el sistema D´Hont, como el tamaño de las circunscripciones

Algunos de ellos tienen regulación constitucional, por lo que no puede abordarse un cambio de modelo sin reformar el Título III de la Carta Magna. Además, es importante entender que en materia de sistemas electorales el análisis comparado nos demuestra que no hay un sistema bueno y otros malos. En general, todos los sistemas que existen en el mundo libre son sistemas con ventajas y desventajas, que tienen que adaptarse a la cultura política del territorio y que, sobre todo, han de ser considerados legítimos por todos los actores.

Por eso, en España, lo primero que hay que tener en cuenta es que los constituyentes de 1978 no improvisaron un sistema desde el vacío. Se optó por la circunscripción provincial (en la que se eligen varios diputados) y no por el distrito uninominal (en el que solo se elige un diputado) por el mal el recuerdo de este último modelo, vigente en la España de la Restauración desde 1876 y hasta 1923: se consideraba que favorecía el caciquismo y dificultaba el despliegue efectivo de los partidos en el territorio. 

La obligación de que el sistema fuera proporcional buscaba, entre otras cosas, articular un modelo de dos grandes partidos con presencia en todo el territorio nacional, ante la inexistencia de los mismos después de cuarenta años de dictadura. El que el sistema sea proporcional llevó al legislador a establecer un mínimo de dos escaños por provincia porque dejar uno solo era convertirlo en mayoritario de facto, como ocurre en las dos ciudades autónomas del norte de África.

Escaños y circunscripciones

En nuestro país lo que en realidad marca el sistema electoral no es tanto el sistema de asignación de escaños, el sistema D´Hont, como el tamaño de las circunscripciones: más de un tercio de las provincias elige menos de cinco diputados: son provincias de interior (todas ellas, excepto Lugo), poco pobladas y pertenecientes en gran parte a eso que podemos llamar la España vacía o la España rural.

En muchas de estas provincias, habida de cuenta del escaso número de escaños a elegir, funciona una barrera de entrada muy fuerte y, aunque el sistema es proporcional, es difícil obtener escaño con menos de un 15% de los votos: Ciudadanos obtuvo en la provincia de Salamanca, donde se eligen cuatro diputados, un 15,74% y no obtuvo acta.

 

Los sistemas electorales equilibran dos factores contrapuestos: representatividad y gobernabilidad

 

Sólo si los votos están muy repartidos y el ganador se queda en el entorno del 30% es factible que varios partidos obtengan escaños, como pasó en esas elecciones en la circunscripción alavesa, donde los cuatro escaños se repartieron entre cuarto partidos, con la paradoja de que el Podemos obtuvo los mismos diputados que el PSOE, aunque lo doblaba en votos.

Por lo tanto, el sistema solo es en realidad proporcional en las circunscripciones medias y grandes, y la barrera del 3% solo funciona, de hecho, en Madrid y en Barcelona. En cualquier caso, si la España rural ha ido despareciendo de la agenda, imaginemos lo que pasaría si además disminuyese su escaso peso electoral.

En ningún país de nuestro entorno cultural las circunscripciones siguen un modelo matemático o igualitario de población: son muchos los factores que se tienen en cuenta a la hora de asignar escaños. Porque los sistemas electorales, en realidad, lo que hacen es equilibrar dos factores contrapuestos: representatividad y gobernabilidad, y por eso normalmente cuanto más representativo es un sistema, más dificulta la gobernabilidad, porque no establece filtros adecuados y, a la inversa, cuanto más gobernables son los escenarios que genera, menos representativos suelen ser estos. 

Hay que tener cuidado por lo tanto con las propuestas de reforma: estas deben de ser aceptadas por todos los actores para no repetir los problemas que hubo en el pasado en nuestro país, cuando el ganador se diseñaba un sistema a medida. Por ello, la experiencia nos dice que, si no hay acuerdo, es mejor no tocar el modelo, porque este, con sus limitaciones, fue aceptado en su momento por todos los actores.

Todos tienen algo de razón

Porque si es verdad que tienen razón partidos como a Podemos o Ciudadanos cuando se quejan de no les valgan de nada el 15 ó 16% de votos en algunas circunscripciones, también tendría motivos de queja el PP si su 45% de votos en Segovia se tradujera en los mismo número de escaños, uno, que Ciudadanos hubiera obtenido con un 15%, de acuerdo con el método Sainte Lagüe.

Estamos pues ante un problema político y, como tantos otros problemas políticos, en realidad no tiene solución: por lo que más que buscar una respuesta, lo que hay que hacer es gestionarlo de manera adecuada para que el resultado sea aceptable por todos.