| 28 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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Un chalet en Galapagar, una tumba en Madrid

El peronismo de los dirigentes de Podemos ha naufragado en el mismo acantilado que le hizo despegar: la estética. Y el plebiscito arrastra a toda la organización a un suicidio colectivo.

| Antonio R. Naranjo Opinión

 Cuando Pablo Iglesias presumía de  desplazarse en un scooter destartalado, de vivir en 60 metros cuadrados y de conformarse con el triple del salario mínimo interprofesional no estaba sólo lanzando un mensaje infantil pero seductor para mentes poco exigentes: como la coleta, ese despliegue capilar que él mismo equipara al de Sansón como catalizador de su energía; la camisa arremangada, la ausencia de chaqueta o las compras textiles en Alcampo; todo el atrezzo del líder de Podemos era su mensaje emocional estructural, y por tanto tan sencillo de emitir como fácil de asimilar,  que le resumía a él y a su partido pero también, a la vez, a sus rivales.

El populismo, en sus variables caras geográficas, entiende el vestuario como una superproducción de Hollywood que facilita la transmisión de su mensaje y estigmatiza los del resto; reduciendo a una demagógica cuestión emocional imbatible un debate necesariamente más complejo cercenado de raíz con esos recursos estéticos: Evo Morales con poncho, Fidel de comandante o Chávez en chándal o los Perón descamisados decían más y más rápido que cualquier discurso político estructurado, apelando a una movilización sentimental de los indígenas, los pobres o el pueblo en general desde una puesta en escena cautivadora que simbolizaba en esos gestos la comunión entre el líder y la calle; disipaba la necesidad de explicar con algo de criterio y profundidad sus recetas concretas y anulaba la réplica del rival.

Iglesias y Montero son los Perón, y han pisoteado el pilar de todo el éxito de Podemos: la estética

Si a los niños le das toda la pizza que quieran, no pretendas que presten atención a un nutricionista empeñado en endilgarles pescadilla y brócoli y en explicarle además las ventajas de la dieta mediterránea y los efectos secudarios de la fast food.

La estética, y la de Iglesias especialmente, no era un complemento sagaz para adentrarse con éxito en el proceloso mundo de la opinión pública, sino el pilar fundamental de su asalto a los cielos y la plataforma para, desde ese aire campechano de barrio, lanzar sus diatribas contra todo lo que se moviera y oliera a Transición y casta.

Gramsci, icono con Laclau y Mouffe del postmarxismo que riega el populismo Lacoste de la élite de Podemos, resume la estrategia de Iglesias en el manido concepto de lograr la hegemonía cultural para controlar al superestructura y, así, colonizar y controlar las sociedades modernas.

O dicho de otra manera, superado el concepto de lucha de clases tradicional, había que buscar la dicotomía entre buenos y malos, los de arriba y los de abajo, la gente y la casta y todos los binomios maniqueos que quieran añadir a la lista a partir de una simplona pero eficaz división que empezaba por la estigmatización personal del rival para terminar con la sustitución de los códigos y símbolos culturales de la sociedad a colonizar: a ver si se creen ustedes que el empeño en dinamitar "el Régimen del 78", el repudio del himno y la bandera o la persecución de la Semana Santa, los toros o la Cabalgata de Reyes o la complicidad con el secesionismo han sido hitos casuales y no una campaña perfectamente calculada para derribar el cemento del edificio e implantar su hegemonía.

Su casta

La cursilada del "núcleo irradiador" de Errejón, peleando siempre con Monedero por el Trofeo Pedante del año con empate provisional en Las Gaunas, resume ese inquietante afán de  los VIP de Podemos por levantar una frontera entre el pueblo y la casta que les sitúe a ellos al frente del primero y a todo lo demás en el segundo epígrafe.

 

 

La estética suburbial, cercana a ese tipo de desaliño existencial que necesita de más horas al espejo que la neoliberal ducha de siempre, y la retórica frentista han sido por ello las dos únicas herramientas orwellianas de Podemos, sólo utilizadas de manera parcial y con distinto objetivo por el nacionalismo catalán o vasco por el que tanta simpatía tienen: el nacionalpopulismo es una pinza coyuntural entre distintos que coinciden, sin embargo, en un enemigo común.

El objetivo

Que todas estas teorías sean más viejas que el mear en cuclillas junto a una zarza desvela el origen universitario de los cabecillas del populismo, su escaso contacto con la calle de verdad y la sonrojante facilidad con que han tenido altavoces para proyectar viejunas descargas demagógicas de los años 80.

 Podemos ha vampirizado toda causa social al alcance, desde la igualdad hasta las pensiones o la crisis; para lograr un efecto que hace 40 años se lograba con una única cusa –la lucha obrera- y en las sociedades modernas de Bienestar se ha atomizado dificultando una estrategia de liderazgo del comunismo nihilista del momento: o se hace todo a brochazos y se incluye todo en el mismo saco o aquí no hay manera de ejercer de brújula del gentío.

 

El plebiscito es el réquiem para el mayor suicidio colectivo de la historia desde Jonestown y la secta de Jim Jones

 

Comprarse un casoplón con habitaciones para el servicio, 2.000 metros cuadrados de parcela, frondosos árboles con sombra en serie y una piscina válida para partidos amistosos de la selección española de waterpolo no sólo contradice los postulados que le hicieron a Iglesias aspirar a la presidencia del Gobierno. Ni tampoco es simplemente la hilarante prueba de que se ha hecho de oro en la política y espera vivir de ella otros treinta años. Ni siquiera es exclusivamente un bochornoso ejercicio de cinismo de un tipo que recorría los bares de toda España llamando borracho a todo el mundo para ser sorprendido en uno de ellos con una melopea de campeonato.

Además, y sobre todo, es la prueba empírica de que a Podemos le importa una higa la gente, de que su relato maniqueo y su postureo estético no es más que una simplona herramienta comercial para aprovecharse de los problemas, las debilidades y hasta la incultura de los humildes, los indignados, los desahuciados y todos aquellos con una sensibilidad auditiva típica de Hamelín.

Una mentira germinal

Lo que demuestra la desfachatez de la pareja es la mentira germinal de todo el discurso podemita, sustentada en una división entre buenos y malos que se visualizaba a partir de una estética hoy definitivamente destapada como recurso barato de unos manipuladores sin careta. El oficioso marquesado de Galapagar incluye una espléndida mansión serrana con las mayores comodidades para la Familia Real de Podemos, pero la letra pequeña del contrato hipotecario incluye una propiedad extra en la que nadie ha caído: una tumba política en Madrid, anexa a ese mismo Congreso que la jet set de Podemos asaltó trepando por la espalda de tanto incauto indignado.

Lo que empezó con la estética, terminará por la estética: los tipos que decían ser la Libertad de Delacroix guiando al pueblo se han forrado a lomos de la gente y sólo quieren intimidad para criar a los niños alejados de la chusma mientras la nurse echa un ojo y el jardinero impide que el musgo se coma los altos muros de piedra caliza de la Sierra. No sea que entren a darse un baño todos esos miles de inscritos que han apoyado a la pareja en un plebiscito en 'El Templo del Pueblo', presentado como una fiesta que en realidad es un réquiem excelso para un suicidio colectivo como no se veía desde Guyana.