| 24 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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El PP canoniza al beato san Alberto Núñez Feijóo por incomparecencia del rival

La izquierda gallega pone otra vez la alfombra roja a Feijóo para ganar un tercer mandato…por méritos ajenos.

| Valentín Carrera Opinión

Por aclamación. Urbi et orbe. En andas. A hombros después de cortar cuatro orejas y el rabo. A la rumana, a la venezolana. En olor de multitud. En loor de santidad. Así ha proclamado ante los suyos y ante el universo mundo don Alberto Núñez Feijóo, dos veces Presidente de la Xunta de Galicia, su decisión de presentarse a un tercer mandato.

De nada vale que sus críticos y detractores, que los hay a cienes, se corten las venas; o que la oposición comparezca ritualmente a darle una vez más por amortizado. El guión de cine se ha cumplido: jaleado por los suyos hasta la beatitud y el éxtasis, aclamado por los medios de comunicación generosamente regados con dinero público, Feijóo El Deseado ha dicho que Galicia es lo primero, después de recibir un par de sonoros portazos allende Padornelo.

El caso Feijóo será estudiado en esas Facultades de Políticas en las que nacen podemitas como hongos: ¿cómo labrarse merecida fama de buen gestor y mejor político, respetado en toda España e incluso en México, habiendo sido, acaso en disputa con Albor, el peor presidente de la historia de Galicia. La historia (con minúscula) nos pondrá a todos en el lugar que nos corresponda y quizás este severo juicio de un modesto columnista nunca salga del cubo de la basura, mientras a Feijóo lo enterrarán algún día, que personalmente le deseo muy lejano, en el Panteón de Gallegos Ilustres. O no.

Ya no tiene mérito sostener que Mariano Rajoy ha sido el peor presidente de la democracia y deja a España al borde del abismo tras cuatro años demenciales, como he explicado numerosas veces en Tornarratos con razones y argumentos y como han contado mejor decenas de analistas.

Sostener lo mismo de Feijóo al día siguiente de que lo saquen a hombros por la puerta grande de la plaza de toros de Pontevedra es ir muy a contrapelo cuando toda la España popular y la Acorazada Mediática vuelven sus ojos con entusiasmo hacia Feijóo, la gran esperanza azul. Ya él se comparó a Fraga para evitar dudas: Fraga & Feijóo, más que Primus inter pares, dos pares inter primus. El tercero en discordia, Mariano Rajoy, empieza a ser un pesadísimo lastre.

Si estas afirmaciones son ciertas y Feijóo ha sido un pésimo presidente, ¿cómo explicar su éxito?, dispararán a bocajarro los estudiantes de Políticas. La explicación es sencilla: Feijóo es un político muy mediocre, pero sus rivales son aun peores que él. El juicio sobre Feijóo [un presidente sin una sola idea de Galicia en la cabeza] no depende de que su entorno político sea tan misérrimamente paupérrimo: eso no le salva, aunque ahora brille como una margarita en un estercolero.

Esta miseria cósmica no tiene precedentes en los anales de la política gallega y europea. En el país de los ciegos, el tuerto es el rey. La izquierda gallega (por designar de modo simple a un conglomerado informe, caótico, cainita, desestructurado, desnortado, agotado generacionalmente, de ideología dispersa y con líderes mortecinos) lleva décadas poniendo la alfombra roja sobre Galicia al PP en cada contienda electoral, primero a Fraga y en los últimos ocho años al gran Feijóo.

Veintiocho años casi consecutivos de gobierno popular en Galicia, frente a seis entrecortados del PSOE-BNG, no se explican solo por los méritos de los Fraga, Romay, Baltar, Cacharro, Cuiña, Louzán, Feijóo. De haber tenido enfrente “otra” izquierda seria y consistente (capaz de articular una alternativa), la historia reciente de Galicia hubiera sido bien distinta. Pero en estos 35 años la izquierda gallega ni siquiera ha sabido leer la tramposa ley electoral.

La desgracia de Galicia es que dieciséis o veintiséis fuerzas políticas (lo de “fuerzas” es retórico) que se reclaman nacionalistas y/o de izquierdas están colocando ya la alfombra roja, cada una su cachito, para que san Alberto Núñez Feijóo consagre su derecho a entrar, lejano el día, en el Panteón de Gallegos Ilustres… por méritos ajenos.