| 29 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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Sánchez, en un acto de la reciente campaña electoral
Sánchez, en un acto de la reciente campaña electoral

El viaje suicida de Pedro Sánchez

Apela a un inexistente derecho superior, cimentado en todas las trapacerías, justificadas en la idea de que atienden a un bien mayor y a una justicia poética alternativa de mayor jerarquía.

| Antonio R. Naranjo Opinión

Pedro Sánchez es un alumno que con seis suspensos quiere ser rector en Oxford, y lo explica apelando a un inexistente derecho superior, cimentado en todas las trapacerías, justificadas en la majadera idea de que atienden a un bien mayor y a una justicia poética alternativa de mayor jerarquía que las normas y reglas terrenales.

En poco más de dos años al frente del PSOE, un puesto al que no debió llegar pero lo hizo en el primer acto de cobardía torpe de Susana Díaz por creer que ponía un gerente temporal a la espera de su salto, Sánchez ha estrellado a su partido seis veces; ha incentivado como nadie a Podemos dándole una pátina institucional al pactar en Comunidades y Ayuntamientos; ha sido melifluo y condescendiente con el secesionismo en el momento de mayor desafío al orden democrático constitucional y, por último y por todo ello, está a punto de convertir a su partido en una anécdota a efectos políticos, para gozo del populismo más rancio y reaccionario pero mejor disfrazado en todo el Sur de Europa.

Que en ese contexto se permita siquiera plantear su disposición a presidir España le convierte además en un peligro público e incluso en un traidor político, entendiéndose ambos términos en un sentido metafórico y no legal.

Porque en ese viaje suicida, que tiene por único objetivo e imposible perpetuarse en la secretaría general atrincherado en un escaño en el Congreso, Sánchez ha estimulado lo que tenía que ayudar a detener, el independentismo; y ha cargado sobre su país mochilas nuevas en lugar de contribuir a quitar las que ya tenía en términos económicos y de estabilidad.

Sánchez es un traidor porque contradice con sus decisiones el fin último de un aspirante a gobernar, que no es otro que procurar bienestar a los ciudadanos, una obligación que se asume no sólo desde el Gobierno, sino también desde la oposición: el bloqueo de España cuesta mil millones al mes de manera directa y quién sabe cuántos más indirectamente; perjudica la imagen internacional de un país que vive de ella; debilita la capacidad de negociación y participación en las decisiones europeas e internacionales; tambalea la seguridad jurídica, económica y anímica del inversor externo e interno al transmitirle un mensaje de provisionalidad incompatible con el crecimiento; incrementa la bochornosa escalada a la ruptura territorial y, entre tantos otros males inducidos, penaliza incluso el valor de nuestra democracia ante los ciudadanos al azuzar la funesta idea de que todos los políticos son un problema y los rivales, un objeto de causa general por corrupción.

Toda la estrategia del PSOE la hace un señor con 85 diputados y cuatro hecatombes electorales a su espalda

Salvando las evidentes distancias, y a efectos prácticos medibles, Sánchez está haciendo más daño a España y a su orden democrático e institucional que aquel bufón llamado Tejero entrando a voces en el Parlamento.

Todo esto lo hace un señor con 85 diputados y un tobogán cuesta debajo de hecatombes electorales que comenzó con las Autonómicas y Municipales, siguió con las catalanas, continuó con dos Generales y ha culminado con un espantoso ridículo en Galicia y Euskadi, donde al populismo independentista de siempre se le añade ahora el populismo con sede en Madrid con el que de un modo u otro hará piña para ampliar en el Congreso sus barbaridades localistas.

Un líder sin escrúpulos

Pero de todas las barbaridades perpetradas por Sánchez y sus escuderos, con los inenarrables Luena, Hernando e Iceta al frente; la más definitoria de su perversa falta de escrúpulos no es, sin embargo, la más grave para el conjunto de los ciudadanos. Pero sí la más simbólica: incluir en el saco de los traidores, ese grupo cada vez más amplio que al parecer cometemos un crimen por no entender cómo un perdedor tan evidente pretende sin embargo ganar a toda costa el campeonato; a sus propios compañeros, bien en ejercicio, bien insertados en la historia de su partido.

Que Sánchez pactaría con el diablo y lo llamaría “cambio plural” con tal de conseguir el botín negado por las urnas es algo ya indiscutible. Que tamaña locura no vaya a obtener otra recompensa que su propio fin y el ingreso del PSOE en la UVI, también. Y ése será su legado, el de un traidor peligroso que recurre a la retórica más simplona para envolver en perfume barato el hedor de su producto.

Por eso los barones, otro término acuñado por el sanchismo para presentar como un oscuro poliburó elitista al grupo de socialistas que más votantes y militantes en realidad aportan, no tienen derecho a seguir callados ni a perder la enésima oportunidad de decirle a su líder que no sólo sobra, sino que en realidad nunca debía haber estado. Quizá así el PSOE tenga una oportunidad de volver a ser el partido que fue, diluido en la segunda legislatura de Zapatero y definitivamente borrado en el reinado patético del kamikaze Sánchez.

Ese alumno acémila que se cree un catedrático.