| 28 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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Coach Rajoy

El deporte y la política se necesitan. Eso es un hecho. La política necesita al deporte por varios motivos: primero porque con una gran oferta deportiva se mantiene al populacho entretenido.

| Pablo Lolaso Opinión

El deporte está politizado. Es un hecho. No vengo a descubrir la penicilina, tranquilos. Solo tiene uno que fijarse en los palcos de los grandes estadios de fútbol. Lugares donde seguramente se cierren más contratos que en los despachos de las multinacionales. O en los pabellones más pequeños de deportes minoritarios, donde los ayuntamientos o las diputaciones son las que directamente ponen la pasta para que el club en cuestión sobreviva.

Los políticos saben que no hay nada peor que un pueblo aburrido. Lo mejor es mantener la mente ocupada

El deporte y la política se necesitan. La política necesita al deporte por varios motivos: primero porque con una gran oferta deportiva se mantiene al populacho entretenido. Los políticos saben que no hay nada peor que un pueblo aburrido. Lo mejor es mantener la mente ocupada, aunque sea en chorradas. Y el deporte necesita a la política. Los grandes clubes necesitan a los mandamases para, de vez en cuando, pegar un pelotazo y sanear las cuentas, para beneficiarse de ventajas fiscales o para aprobar leyes que permitan a sus ligas fichar a los mejores jugadores del mundo.

Sin embargo, lo que vendría bien es que la política fuera la que se fijara y se alimentara del deporte. No aprovecharse de él como ya hace. No. Que aprenda, o copie, las estrategias por las cuales un deporte, en general, o un equipo, en particular, funcionan. En un equipo, para que fructifique una idea, deben ir todos a una; remar en la misma dirección. En la política, o en España, por centrarnos, esto no sucede. Cada uno mira por sus propios intereses, bien sean personales o de su partido.

Pensamos que cada partido político representa a un equipo y que juegan una competición unos contra otros y no podríamos estar más alejados

Nos pensamos que cada partido político representa a un equipo y que juegan una competición unos contra otros y no podríamos estar más alejados de lo que debería ser. Ellos son el equipo. Nosotros somos la afición. Y los objetivos de la afición son comunes: el bienestar, el bien común, la equidad, la justicia, la salud, la educación, es decir, ganar títulos. Y los objetivos de los jugadores deberían ser comunes: trabajar todos juntos para hacer disfrutar a la afición, que es la que pone la pasta para que todo este circo funcione.

El Presidente del Gobierno, por su parte, debería actuar como un entrenador. Un entrenador, insisto; no un dictador. Los entrenadores que funcionan como dictadores terminan llevando a sus equipos a la ruina. Un entrenador debe tener un equipo muy sólido detrás que trabaje muy duro para que todo vaya según las reglas y el equipo sea cada vez mejor, y el entrenador ha de ser el gestor de todo ello. Un entrenador, para tener éxito, ha de saber gestionar con maestría el grupo humano con el que cuenta: jugadores (titulares y suplentes), ayudantes, cuerpo médico, preparadores físicos, utilleros y, sí, aficionados. Debe saber salir en rueda de prensa y dar respuesta a las inquietudes del momento. Y con veracidad, nada de hacer ver que todo va bien. Un Presidente de Gobierno debe, por tanto, saber gestionar ese enorme grupo humano que implica un país. Millones de personas que esperan de él que les haga la vida más sencilla, más feliz.

Hasta ahora, los presidentes quizá por necesidad o, creo yo, por comodidad, se abstraen del factor humano y tratan de unificar la miseria



Hasta ahora, los Presidentes, quizá por necesidad o, creo yo, por comodidad, han hecho justo lo contrario. Se abstraen del factor humano y tratan de unificar la miseria. Se centran en el conjunto y olvidan al individuo, no siendo conscientes de que si el individuo está bien, el conjunto va solo. Desconozco si se puede hacer de otra forma. Intuyo que la inhumanidad es algo que va inherente al cargo, si no debe de ser imposible ejercerlo sin perder la cabeza. Pero, creo yo, al menos podría haber cierto equilibrio.

El Rey, para su parte, debería ejercer como el presidente del club, avalando con su dinero. Que viva bien, sí, pero que sufra si su equipo se hunde, que note la presión en su piel y que ponga la pasta en vez de llevársela.

Nosotros, los aficionados, los votantes, deberíamos comportarnos con nuestros políticos con la misma exigencia con la que vamos al campo



Y por último nosotros, los aficionados, los votantes, deberíamos comportarnos con nuestros políticos con la misma exigencia con la que vamos al campo. De primeras, animar a muerte siempre y a dar confianza. Y cuando nos fallan: a pedir dimisiones y cambios drásticos para solucionar el problema que haya surgido. Deberíamos poder comprar entradas para el Congreso y abuchear y sacar los pañuelos cuando nos roben en nuestra cara. Pero recordad, ¡somos todos del mismo equipo! No está bien eso de ir al campo a animar solo a tus jugadores favoritos. No vale enfadarse si el tuyo no es titular o el gol lo marca el que a ti te cae regular. Todo eso no importa, porque tenemos un objetivo común.