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De Genovés a Plensa (o de Plensa a Genovés)

Recordar a Joan Genovés es repasar la trayectoria de la generación que construimos la democracia en España.

| José María Lozano Edición Valencia

Con una sola semana de diferencia, la Fundación Bancaja ha hecho de Valencia centro de atención del mejor arte contemporáneo español, y su histórico inmueble de la Plaza del Temple une, temporalmente, a su propio acervo dos figuras fundamentales del panorama plástico que va desde el tardofranquismo hasta nuestros días.

Asistimos primero a la muestra Jaume Plensa. Poesía del silencio. Y siete días más tarde a la antológica Joan Genovés, “ … una de las retrospectivas del artista más completas realizadas hasta la fecha, con un recorrido por su universo creativo desde los años sesenta hasta sus últimas obras”, en palabras del presidente de la Fundación, mi colega Rafael Alcón. Una fiesta para los amantes de la nueva figuración del grupo Hondo del que el pintor valenciano formó parte, y del figurativismo innovador que el artista de Barcelona practica. Una fiesta para los valencianos amantes del arte moderno, que somos muchos.

El busto que pide silencio, esa pieza inquietante que invita a copiar su gesto, preside la exposición de Jaume Plensa (Barcelona 1955), descendiente del “Sueño” de Liverpool de 2009, de aquel otro de 2012 de doce metros de altura, sonriendo en la ensenada de Botafogo en Río de Janeiro y, definitivamente, del “Alma del agua” del Newport de Jersey (USA) en 2020. Silencio a voces es lo que transmiten sus excelentes dibujos, sus letras traviesas capaces de crear cortinas musicales o inspirar signos que formarán figuras humanas, sus “murales” discontinuos que hacen de las sombras propias un elemento más de la composición.

Guardo la joya catálogo de la exposición Jerusalem que visité en 2006 con el artista cubano Ernesto Rodríguez Nogueira en Es Baluard mallorquín, el Museo de Arte Contemporáneo que impulsó Pedro Serra. Basada en el Cantar de los cantares del Rey Salomón, 18 gongs suspendidos en el aljub del antiguo baluarte -como los de los templos budistas de Kuala Lumpur- esta vez reproduciendo sus versos. Había sabido un par de años antes de la Crown Fountain (2004) en el Parque del Milenio de Chicago, esa muestra interactiva que el espectador -usuario, vale decir- completa necesariamente. Una y otra resuenan en el silencio de la de Bancaja hoy jueves.

Recordar a Joan Genovés (Valencia, 1930) que murió en Madrid a los noventa años, es repasar la trayectoria de la generación que construimos la democracia en España. No en vano se le conoce como el pintor de la “defensa democrática”. El abrazo (1976) -“emblema de reconciliación” en sus propias palabras- que ha presidido la Sala en la que se ha reunido recientemente la OTAN, y que llevado a bronce conmemora, en la madrileña plaza de Antón Martín, el execrable crimen de los abogados de Atocha, es todo un símbolo de nuestra modélica transición. Le fue encargado por la Junta Democrática como cartel.

Pero su obra es cuantiosa. Y valiosa. Lo atestigua su atesorada presencia en las colecciones de los más prestigiosos Museos del mundo: París, Viena, Berlín, Roma y Bruselas. Jerusalén, Sidney y Nagasaki. El Gugenheim de Nueva York. De Río de Janeiro a La Habana, Venezuela, México y Bogotá. Bien lo sabe la reconocida Galería Marlborough. Desde que en los cincuenta formara parte de Los siete, al que también pertenecieron Michavila y Sempere, hasta sus inquietantes “Paisajes urbanos” de los ochenta, su “militancia cultural” resultó infatigable. Su participación en el Grupo Parpalló o su ausencia en El Paso, son la radiografía plástica de los años de dictadura.

Cuento en mi modesta colección con una obra del pintor jujeño Juan José Molina, que adquirí hace una quincena de años en Buenos Aires. Me dijo no conocer la obra del maestro valenciano, pero pintaba con idéntica rabia, en recuerdo de la represión argentina, esas activas masas humanas -policromadas a menudo- que de cerca no son más que trazos, autorretratos colectivos de la lucha por la libertad.

Ambas muestras, imprescindibles, acreditan otra vez el liderazgo que Bancaja ejerce en el panorama valenciano del arte moderno. Mientras la excelente y muy creativa exposición de Carmen Calvo en el IVAM, como reconocimiento del Premio Julio González, que evoca su taller y desvela algún secreto de la artista, salva los muebles en el museo valenciano.