| 05 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Casa del Retiro Espiritual. Córdoba. E. Ambasz
Casa del Retiro Espiritual. Córdoba. E. Ambasz

Vivienda y Arquitectura Bioclimática

El Botànic II, alumbrado en Alicante, ha dado razón a la Consellería denominada de Vivienda y Arquitectura Bioclimática, adosada a la Vicepresidencia segunda de la que ya es responsable el podemita Rubén Martínez Dalmau.

Arquitectura de la vivienda es el término que procuro utilizar en mis propias clases y también en un largo recorrido investigador desde que el primer catedrático de proyectos arquitectónicos de la Universidad Politécnica de Valencia, Miguel Colomina, dirigiera mi tesis doctoral con el título Vivienda de protección en el medio rural. Hoy prefiero afirmar simplemente que la arquitectura de la vivienda es la argamasa con la que la ciudad y el territorio se construyen. Y la que los caracteriza, más allá de las piezas singulares o monumentos que los pudieran simbolizar.

Arquitectura bioclimática, sin embargo, es un concepto reciente y, si me permiten, redundante, acuñado con las primeras sensibilidades medioambientales y la conciencia de lucha contra el cambio climático, que incluye una amplia colección de soluciones, desde las creaciones del arquitecto argentino Emilio Ambasz, entre las que destaca la Casa de Retiro Espiritual construida en 1975 en Córdoba y el frustrado museo de Madrid al que se opuso Manuela Carmena en 2017, hasta disparatadas propuestas repletas de cachivaches y mecanismos incapaces de compensar una implantación inoportuna.

Suele definirse como una arquitectura que tiene en cuenta las condiciones climáticas del lugar y que reduzca impacto medioambiental mientras procura ahorro energético e hidroeficiencia. Se puede afirmar que se trata de un pleonasmo, o al menos de un epíteto, puesto que “arquitectura y lugar” es uno de los principios básicos de nuestra disciplina y la historia de la arquitectura -desde sus ancestrales inicios- tiene sus hitos principales en aquellas construcciones que a su construcción sólida, a su utilidad razonable y a su belleza (la famosa tríada vitruviana) unen su enraizamiento en el medio.

Por eso digo que es una suerte de redundancia innecesaria. Semejante a la tan acuñada “vivienda digna” presente en el articulado de Constituciones y Estatutos –incluida la española y el valenciano- y hasta en la Declaración de los Derechos Humanos. (Como si pudiera llamarse vivienda en propiedad al simple cobijo que carezca de la debida dignidad).

Otra Consellería, la que encabeza el socialista y antiguo jefe de gabinete del presidente Puig, Arcadi España, se denomina de Política Territorial, Obras Públicas y Movilidad.

Me inquieta la separación de ambas cuando están tan íntimamente relacionadas. El territorio lo construye y califica la arquitectura, ya sea natural, rural o urbano y la arquitectura del paisaje -o el paisaje propiamente dicho, en términos contemporáneos- es hoy tal vez preocupación principal de estudiosos y profesionales de nuestra disciplina.

Me fastidia ese pensamiento líquido -a poco de resultar gaseoso- que se ha ido instalando en el imaginario social y por ende en las ideologías y maneras políticas. Esa banalización de fundamentos y principios que los reducen a consignas o eslóganes de moda. Presente también a la hora de bautizar consellerías desgajadas para cubrir cuotas de representatividad pactada, sin atender al riesgo de una autonomía artificial o de una potencial contradicción que necesariamente recurrirá al mantra de la transversalidad para intentar corregirla en el futuro.

Territorio y arquitectura son conceptos sustanciales y tan íntimamente relacionados que no se puede hablar del uno sin el otro. Se condicionan mutuamente sin que pueda asegurarse -como con el huevo y la gallina- qué fue antes y qué después.

Desde Vitruvio y la reformulación renacentista de Alberti, de Palladio a Le Corbusier, desde el americano Philip Johnson (primer Pritzker) hasta el indio Balakrishna Doshi o el japonés Arata Isozaki (los dos últimos) la estrecha relación entre la arquitectura y el lugar, aun con interpretaciones, formas y técnicas diversas, es una constante necesaria.

La trasposición de la sostenibilidad – Nuestro futuro común, de la doctora Bruntland- a la arquitectura, incorporando los aspectos más sociales y la propia participación ciudadana como estrategia, de John Turner a Jan Gehl -arquitectura para la gente- es práctica común en las universidades y en el ideario de teóricos e investigadores urbanos.

Y la arquitectura bioclimática no deja de ser una hermana menor, casi un subproducto, que no va mucho más allá de la aparente grandilocuencia de su formulación.

Cuando el crecimiento desordenado -recuérdese la obra pionera encargada por el Círculo de Roma a la profesora Donella Meadows, titulada precisamente Los límites del crecimiento- de la ciudades convertidas en megalópolis cursa con el efecto perverso de la despoblación rural –de lo que nos ocupamos con denuedo en el Consell Valencià de Cultura- y en mi postrer quehacer docente predico acerca de la Nueva Utopía: neoruralizar el territorio, el desdoblamiento de estas dos nuevas consellerías y el reduccionismo que aprecio en la asociada a la segunda vicepresidencia, se me antojan erróneos.

José María Lozano Velasco es catedrático de arquitectura de la UPV y presidente de la Comisión de las Ciencias del CVC