| 07 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Valencia y sus baños públicos

Vamos a pasar revista a las distintas modalidades del baño que nuestros antepasados emplearon para hacer bueno el clásico consejo mens sana in corpore sano

| José Aledón * Edición Valencia

En la fase más dura del maltrato al que nos somete anualmente la canícula, la fantasía liberadora más frecuente es imaginarnos sumergidos, durante horas y horas, en una refrescante piscina, envidiando secreta e insanamente al más insignificante anfibio.

No es nueva esa universal tendencia, pues, desde hace milenios, todas las culturas y civilizaciones han practicado el baño, generalmente colectivo, en su doble vertiente higiénica y social, llegando incluso algunos sistemas religiosos a codificar minuciosamente el uso del baño como elemento purificador.

En el caso que nos ocupa, que es pasar revista a las distintas modalidades del baño que nuestros antepasados emplearon para hacer bueno el clásico consejo mens sana in corpore sano, debemos reconocer y agradecer el legado grecorromano.

Valencia, de origen romano, contó, desde su fundación en 138 a.C. con todo lo que caracterizaba a una ciudad romana sin importar su relevancia o tamaño, siendo uno de los elementos imprescindibles los baños públicos. Esas primitivas instalaciones  republicanas eran más modestas que las de las posteriores termas de la época imperial, que disponían invariablemente de tres grandes secciones: salas de agua caliente (caldarium) con conducciones subterráneas (hipocaustum) de aire caliente producido por un horno (praefurnium); de agua tibia (tepidarium) y de agua fría (frigidarium). El o la bañista pasaba de una a otra sala por ese orden.

El baño de la Valentia republicana carecía tanto del hipocaustum (calentándose el agua directamente del horno o praefurnium) como del frigidarium. Entre sus dependencias se hallaban también la cuadra para los asnos, el pozo y su noria y un almacén para la leña. Las excavaciones en la Plaza de la Almoina han sacado a la luz esos baños primitivos. Las termas de la época imperial estaban situadas algo más al norte, en los alrededores de la actual sede de las Cortes Valencianas.

Nada podemos decir sobre la cultura del baño en la Valencia visigoda pero sí suponer que alguna reminiscencia quedaría de la misma, al menos entre las élites ciudadanas.

Donde vuelve con fuerza la práctica del baño comunitario – separando absolutamente los sexos – es en el prolongado período de dominación musulmana. Se crean decenas de hammâms, reimplantándose, ligeramente modificado, el proceso heredado de la Roma imperial.

Generalmente tales baños se construían junto a las puertas de acceso a la ciudad, no demasiado lejos de las mezquitas, pues la limpieza ritual era y es una de las características básicas de la religiosidad islámica. También era frecuente hallar juntos hornos y baños, para aprovechar el almacenaje de leña, indispensable para la actividad de ambos negocios.

En el momento de la conquista de la ciudad por Jaime I en 1238, se contabilizan varias decenas de baños, establecimientos que pasaron – como todo - a manos cristianas, aunque generalmente administrados por musulmanes o judíos. Con el tiempo se fueron cerrando algunos de estos baños genuinamente morunos, siendo sustituidos entre el último tercio del siglo XIII y el primero del XIV por otros de similares características aunque con ciertos aditamentos suntuarios, lo que manifiesta la inmensa popularidad que tal costumbre había adquirido entre los conquistadores cristianos.

Los baños identificados en la Valencia foral son: Banys de l’Almirall; Banys de Berenguer Mercer; Bany del Botgi; Bany de Çanon; Banys d’En Celma; Bany dels Correus; Bany d’En Suau; Bany d’En Lacer; Bany d’En Pujades; Banys d’En Polo; Banys dels moros; Bany de la Plaça de la Figuera; Bany de Na Palaua; Bany de Sant Llorenç; Bany d’En Nunyo; Bany dels Pavesos; Bany de les Reines mores; Bany de Roca; Banys de Mossen Saranyo; Bany del Studi (el mismo que el de Na Palaua, derribado en 1658 por hallarse frente al Colegio del Corpus Christi, lo que se consideraba una profanación) y los Banys de la Moreria.  De todos ellos, el parcialmente existente  y magníficamente restaurado es el de l’Almirall o Almirante (en la calle del mismo nombre nº 35).

Los baños públicos en los reinos cristianos medievales evolucionaron desde el austero sistema musulmán, abundando en ellos pequeñas salas individuales con tinas de mármol y en las que, una cada vez más numerosa plantilla de banyadors y banyadores daba un servicio personalizado a una numerosa y exigente clientela, siendo blanco de moralistas y satíricos las frecuentes y poco disimuladas francachelas que allí tenían lugar a pesar de la rigurosa legislación y la oficial separación de sexos entre los distintos días de la semana.  El gran poeta Jaume Roig, en su Llibre de les dones, ofrece sabrosas descripciones de tales picardías.

Los baños públicos en los reinos cristianos medievales evolucionaron desde el austero sistema musulmán

La legislación era muy clara y severa respecto al uso de los baños públicos en la Valencia medieval. Así, como menciona Sanchis Sivera en su magistral trabajo de 1935 dedicado a los baños públicos en la Valencia de la época foral: “En el Fur de Valencia, lib. IX, rub. XXIII, cap. VI se establece: Los forns no coguen nels banys no banyen els dies dels digmenges; ne el dia del divendres sant ans de pascua: mas ab tota reverentia aquell dia del digmenge el dia del divendres sant sia celebrat de tots los cristians e de juheus e de serrahins… els homens nos banyen el dia o els dies en lo qual o en los quals les fembres se banyaran en aquells mateix banys” (Anales del Centro de Cultura Valenciana, enero-marzo de 1935, nº 21).

Algo parecido ocurría en los demás reinos medievales cristianos, pues, como cita el mismo historiador en dicho trabajo haciendo alusión al Fuero de Cuenca [redactado hacia fines del siglo XII]: “Del baño e del su coto. Los varones vayan al baño de comun el dia del martes, e el sabado, e el viernes, e las mugeres vayan el lunes e el dia del miércoles, e los judíos vayan el viernes e el domingo, e ningún varon ni muger non de mas de una meaja por la entrada del baño, e de los sirvientes asi de los varones como de las mugeres non den nada, e si los varones en los días de las mugeres entraren en el baño o en alguna casa del baño, pechen cada uno diez maravedís; otro si, pechen diez maravedís qualquier que a las mugeres asechare en el baño; otro si, si alguna muger en los días de los barones (sic) entrare en el baño o de noche y fuera follada e allí la escarneçiera alguno e la forçase non pechen por ende calonna ni salga enemigo, e el ome que en otro dia a la mujer forçara en el baño o la desonrrase despenlo [mátesele]” (Fuero de Cuenca, Lib. I, fol. IV vuelto. Biblioteca Universidad de Valencia, 82.5.20).

Nos gustaría concluir tomando prestadas, una vez más, unas palabras del citado Sanchis Sivera: “Los baños públicos desaparecieron cuando cambió la esencia de nuestra vida ciudadana, copiando costumbres exóticas e imitando lo que venía de fuera, y que pronto adoptábamos, olvidando y despreciando las propias”  y otras escritas en homenaje a  Tito Claudio Segundo, un viejo romano que inspiró este célebre epitafio: “Balnea, vina, Venus, corrumpunt corpora nostra sed vitam faciunt balnea, vina, Venus” (Los baños, el vino y el amor machacan nuestro cuerpo pero los baños, el vino y el amor nos dan la vida).

*Coordinador de Canyamelar en marxa