| 24 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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El Papa Francisco en la Plaza de San Pedro.
El Papa Francisco en la Plaza de San Pedro.

… la vida es un espectáculo increíble

No hay apuesta efectiva por la felicidad y el progreso de la humanidad que se aparte de la verdad como meta y de la sabiduría como procedimiento.

Hoy va de amigos total. Esta “columna” inestable -que es opinión, y no tribuna- siempre ha sido doblemente deudora de ellos, por lectores y por colegas. Omitiré sus nombres porque no tienen la culpa, sino la carga. Que ya es bastante.

Tras mi desánimo por cómo está el patio, que así lo conté para Pascua Florida, unos me creyeron pesimista y otros optimista resignado. Y tengo explicado que mi “desánimo” es literal, porque tengo el alma desgarrada y es un desgarro fatal, que tendrá cura -o así lo espero- si Dios lo quiere. El primero, frecuente inspiración de mis periódicas reflexiones, me recomienda una semana sabática -no improductiva- en la que escriba (allá quién lea) como si nada serio estuviera pasando.Al margen de la realidad política. “Descontextualizando”. Ardua tarea de abstracción para sabiduría tan escasa.

Precisamente del segundo, y de la amable información procurada por él, deriva el título de este artículo. Son las palabras finales del Papa Francisco en su felicitación (sermón u homilía) de las Pascuas: “Nunca renuncies a la felicidad, porque la vida es un espectáculo increíble”. Así, como él lo ha dicho, se entiende mejor. “La vida vale la pena vivirla …” afirmó antes de detenerse en una sensata y sistemática relación de hechos, situaciones y valores, de los que verdaderamente depende la felicidad humana. Búsquenlo, léanlo, es muy hermoso. Y no les extrañe la recomendación por persona tan poco autorizada en la materia (que ya me ha reñido un tercero por mi ligereza), tómenla simplemente.

“La primera víctima de la guerra siempre es la verdad”

El motivo por el que más suelo citar a Adela Cortina es en relación con el concepto de “compasión” que me redescubrió en su día. Y del que espero ansioso vuelva a ocuparse. He leído recientemente a Jaime Siles en un texto todavía inédito, citar a Esquilo (“la primera víctima de la guerra siempre es la verdad”) y añadir “y nadie se ha atrevido hasta hoy a desdecirlo”. Comprenderán mi desánimo.

Y he recordado Laudato si, la encíclica de 2015, que estudié en profundidad y me aportó no pocos argumentos y matices a mis clases y charlas sobre territorio. O cuando los filósofos valencianos escribieron “Para qué sirve realmente la ÉTICA” -ella- y “Arquitectura Oblicua” -él- que de tanto me han valido en mis propios desarrollos. Y me animo.

No caben otras interpretaciones que no sea la literal del famoso “la verdad os hará libres” (Juan 8.32), se ponga uno como se ponga. O que la sabiduría, tan inalcanzable como finalmente ilimitada, es hoy valor a rescatar en todos los campos vitales. Empezando por la historia, y la historia del pensamiento. Y por el pensamiento en sí mismo. La inteligencia emocional y artificial incluidas. Por la cultura y la ciencia, las artes y el humanismo científico. Una sociedad cultivada y afanada, alejada de los ruidos y las trampas. Centrada en el esfuerzo y en el cuidado del otro.

Y tengo para mí, que mis admirados colegas valencianos y el Pontífice, andan ocupados en lo mismo. Se me ocurren travesuras de neófito en las que cambio a capricho autorías y citas, para admirarme con su apariencia de veracidad. Porque el fondo, el fundamento, y los principios, son los mismos. Y me animo.

La indiscutible raíz cristiana de la civilización occidental, sus valores morales, humanísticos y científicos son la única guía para mantener sus fundamentos

Vi envejecer a mis mayores con atención y respeto, y atesoro su legado -y muchos de sus libros. Ya son más los que veo crecer que los que me anteceden. Los míos, y los no menos míos a los que he acompañado durante casi cinco décadas en la UPV. Me he esforzado por transmitir lo aprendido de los primeros a los segundos. Me ha ido bien así, y me animo.

No hay apuesta efectiva por la felicidad y el progreso de la humanidad que se aparte de la verdad como meta y de la sabiduría como procedimiento. La bondad es un requisito imprescindible. La indiscutible raíz cristiana de la civilización occidental, sus valores morales, humanísticos y científicos son la única guía para mantener sus fundamentos. Y tal vez también una síntesis de los denominados Objetivos del Milenio que todos podemos compartir sin necesidad de mitificarlos. Porque la vida puede seguir siendo -pese a todo- un espectáculo increíble.