| 25 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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La calle

Se dice que los pueblos meridionales viven en la calle. Eso sería cierto la época de Pericles, pero hoy… ¡qué más quisiéramos muchos meridionales!

| José Aledón * Edición Valencia

Creo que no es mala ocasión para - ahora que, al menos de boquilla, somos protectores de casi todo- reparar en algo que transitamos los más afortunados todos los días: la calle.

Las calles valencianas y, entre ellas las de los barrios del distrito Marítimo – que es el mío -, son de lo más sufrido. Se las destripa con una frecuencia que da vértigo, se las mancilla con todo tipo de deyecciones – incluidas las de origen humano - particularmente peligrosas para miopes y ancianos; se las requema cada 19 de marzo con inquisitorial fruición y se las adorna diariamente con toda suerte de objetos no deseados, mostrando tal práctica una indiscutible regeneración cívica.

Si en tiempos pasados se abandonaban recién nacidos en las puertas de algunas casas, ahora nos limitamos a abandonar el colchón o esa nevera rebelde y contestona. También son las calles desolador destino de inocentes animales de compañía que han perdido su aquel que tanta ternura y alborozo despertó un día en ciertos corazoncitos y corazones.
Hallamos todo eso y mucho más entreverado con multitud de sillas, mesas y sombrillas sembradas a voleo en espaciosas travesías peatonales y en aceras de muy distinta clase y condición. Todo ello a la mayor gloria del tapeo y la alegría de vivir.
Capítulo aparte son los coches. Los hay de todos los tamaños, formas y colores, viejos y nuevos que, cual nueva y egipcíaca plaga, va anegando hasta el más recóndito y apacible lugar de nuestros barrios. Mala señal también es que uno de los objetos más apreciados por las familias se abandone en la calle.

En Japón, una obligación legal para el urbanita que compra un coche, nuevo o usado, es disponer de un certificado de estacionamiento expedido por la policía y localizado en un radio de dos kilómetros de su lugar de residencia. No estaría de más que, si no tan exhaustivo control, sí comenzara el Ayuntamiento a averiguar – y obrar en consecuencia – la dimensión del parque móvil de cada vecino, pues familia hay en la que se dispone de tres o más vehículos, permaneciendo aparcados lo más cerca posible del dulce hogar días, semanas e incluso meses, lo que supone un descarado acaparamiento del espacio público.
La calle… Si el Dante hubiera sido español, hubiera trocado el infierno por la calle como lugar de sempiterno suplicio para los réprobos.
Aunque un desempleado pase, desgraciadamente, la mayor parte del tiempo en su más o menos confortable casa, es el haberlo dejado “en la calle” lo que simboliza su lamentable situación sociolaboral.

Igualmente, cuando un colectivo quiere poner en un aprieto a cualquier duro adversario casi siempre esgrime como suprema amenaza el echarse a la calle. Cuando a uno lo están jeringando más de lo normal se dice que lo llevan “de calle”. En fin, podríamos seguir casi hasta el infinito.
¡Pobres calles!

*Coordinador de Canyamelar en Marxa