| 19 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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El estilismo del mobiliario urbano del alcalde Ribó

El catedrático de arquitectura José María Lozano analiza la "chapuza" provisional en la plaza del Ayuntamiento decidida por el Gobierno de Joan Ribó.

Estamos inmersos en una situación insólita. Inmersos pero limitados, más allá de la razón y de la costumbre, de las limitaciones propias de nuestra condición humana y vulnerable por definición. Más allá también de los límites morales y sociales aprehendidos, de los límites naturales que dependen de circunstancias geográficas, históricas, culturales y hasta simplemente personales.

La historia de la arquitectura es la historia de la transformación inteligente del territorio, la evolución racional del cobijo, del techo protector, y la construcción del marco físico del estado de bienestar. Es la historia de la casa, desde la cabaña primitiva hasta el hogar domotizado e inteligente. Y es la historia del asentamiento humano, semoviente primero, estable después, del núcleo rural o urbano, de la ciudad. La polis griega (origen por cierto del término política, entendido como el buen gobierno de la ciudad; y de los políticos que debieran ser los eficientes gestores de ese buen gobierno). O la “casa común”, la casa de todos, si lo prefieren.

Una visión holística, muy oportuna en la recuperación imprescindible de los valores sociales de la arquitectura que actualmente compartimos en el campo disciplinar, ya sea académico o profesional, es la que establece idénticos criterios esenciales en ambas escalas, pública y privada. La íntima interrelación entre casa y ciudad, entre espacio público y privado. O doméstico y colectivo, respectivamente.

Hemos estudiado al arquitecto urbanista danés Jan Gehl y su famoso trabajo teórico “Cities for People”, conocíamos las clarividentes y sencillas reivindicaciones de la periodista y activista norteamericana Jane Jacobs concentradas en su libro “Muerte y vida de las grandes ciudades norteamericanas”, condensadas en un sencillo logro: ensanchar considerablemente las aceras. Disfrutamos reconociendo la inteligencia del holandés Aldo van Eyck con sus proyectos “de oportunidad” de espacios libres y pequeños parques infantiles en los espacios baldíos consecuencia de los desastres bélicos en Amsterdam. Y emociona leer a Shakespeare preguntándose en la tragedia
protagonizada por Coriolano “qué es la ciudad sino el pueblo”.

Suelo decir para sorpresa del auditorio que “ciudad viene de ciudadano” y no al revés como parece evidente desde un punto de vista puramente etimológico.

Arquitectos y urbanistas, sociólogos y geógrafos, psicólogos y matemáticos, el amplio poole de actores y activistas urbanos cuyo concurso consideramos hoy imprescindible en la construcción de la ciudad contemporánea, estamos atentos a la discusión crítica sobre viejos principios que acusan cierto grado de obsolescencia. La banalización de la Carta de Atenas y sus cuatro funciones básicas en el ámbito de lo urbano: residencia, trabajo, ocio y transporte, reducida a una zonificación estanca, ha conducido a fenómenos tan adversos como los barrios dormitorio, la city como
concentración de la actividad terciaria y el business, el polígono industrial, los periféricos centros temáticos de ocio, los grandes espacios comerciales, polideportivos, multicines, etc. y un amplio conjunto de medios de transporte público, paradas, estaciones y nodos intermodales.

Despertamos del sueño, de la quimera moderna, de la ciudad dispersa, de reducida densidad e insostenible mantenimiento. Y revisamos críticamente la ciudad compacta con especial interés en su capacidad de renaturalización (José María Ezquiaga).

En estas fechas aciagas en las que el mundo entero se ha encontrado de golpe con su propia vulnerabilidad, tras olvidarlo en una autocomplaciente y falsaria visión de progreso ni siquiera generalizable en su conjunto, descubrimos que el refugio es la casa, que la casa recupera su función primigenia de cobijo seguro. Y que la ciudad, la casa común, no nos protege. Ha dejado de ser segura y saludable. Ha dejado de ser.

La ciudad ya no es la gente del gran dramaturgo inglés, tampoco la Ciudad Invisible de Italo Calvino, es la ciudad abandonada de la mano de Dios, la ciudad inexistente.

Y en estas circunstancias, el oportunismo del Gobierno municipal, se emplea con infrecuente eficacia en una chapuza “provisional” en la peatonalización de la plaza del Ayuntamiento, en un sudoku circulatorio para la calle Colón, en una fantasía romántica para la Avenida del Puerto …

Los expertos que pudieran avalarla son tan ignotos como los del “comité de desescalada” del gobierno central, como los inexistentes en materia hospitalaria en las frustradas operaciones de hospitales de campaña de la Consellería de Sanidad. Los resultados pueden resultar parangonables ...

Y por antiguos que resulten los principios artísticos que Camilo Sitte propugnara para la construcción de la ciudad en los finales del XIX, el deseable ornato urbano no se compadece con la calidad paisajística que simboliza el estilismo del  “mobiliario” del alcalde Ribó.

No entiendo estas prisas alevosas, ni comparto la pobreza intelectual de sus criterios.

José María Lozano Velasco es catedrático de proyectos arquitectónicos de la Universidad Politécnica de Valencia