| 26 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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Francisco Camps contestando a su abogado, Pablo Delgado (imagen superior) en la Audiencia Nacional.
Francisco Camps contestando a su abogado, Pablo Delgado (imagen superior) en la Audiencia Nacional.

Juicio a Camps (y 2). El presidente tímido

Camps hizo de su “videografiada y fotografiada” (sic) vida política su mejor escudo, y a ninguna de sus respuestas directas faltó una coda que las contextualizara social y políticamente.

Con cerca de una hora de retraso dio comienzo la segunda jornada de declaraciones del ex presidente de la Generalitat Valenciana, Francisco Camps, en el juicio que se sigue en las naves para causas con alto número de imputados -macrocausas dicen llamarse- que la Audiencia Nacional tiene a tal efecto en San Fernando de Henares. Si la sesión anterior la protagonizó un interrogatorio agresivo de la Fiscalía Anticorrupción que sin embargo fue perdiendo fuelle, hasta terminar con la curiosa pregunta de ¿estaba usted intranquilo?, en el de ayer -más amigable pero, por su contenido igualmente incómodo- fue la defensa de Camps que ejercen los letrados valencianos Belén Gil y Pablo Delgado, la encargada de marcar las pautas. O de intentar hacerlo, con tesón -casi machaconería- ante una cierta resistencia procedimental del magistrado José A. Mora Alarcón, que preside la Sala, lo que con fortuna diversa no fue desaprovechado por las defensas de algunos encausados “conformados” que voluntariamente estaban ausentes por genérica autorización del Tribunal.

Naturalmente preparado para el “fuego amigo” de su propio letrado (aunque algunas respuestas tuvieran apariencia cierta de sorpresa), Camps hizo de su “videografiada y fotografiada” (sic) vida política su mejor escudo, y a ninguna de sus respuestas directas faltó una coda que las contextualizara social y políticamente, lo que -en ocasiones- llegó a exasperar a la presidencia del Tribunal, que de manera cortés pero tajante, le interrumpió a menudo – y más insólito- optó por asumir la reformulación de algunas de las preguntas de su patrocinador. Fue Delgado quien actuó en la jornada que cierra la fase de declaraciones, mes y medio más tarde de la primera de las sesiones convocada el 23 de enero. Lo que no resulta precisamente un modelo de eficiencia judicial.

 

Así y todo, letrado y encausado desgranaron un rosario de hechos, fechas y nombres, que se recorrió desde la fantasía de los Grammy Latinos hasta las responsabilidades en la Administración Valenciana del  señor Betoret. Pasando por el viaje a Roma de la Delegación española que encabezó la entonces vicepresidenta socialista Fernández de la Vega (hoy bajo sospecha, para la UCO, de rara financiación de su campaña electoral, en el vigente caso Azud) con motivo de la investidura cardenalicia de  Antonio Cañizares; la fantasmagórica reunión del Hotel Fénix; el Open de Tenis (y la inexistente farmacia capitalina de su esposa como punto de influencia o de café familiar) con sus pistas de paddle sin construir. Y un sinfín de situaciones específicas entre las que no podía faltar -por mucho que le de la risa a Julia Otero- el banquete, que no la boda, que con tal motivo ofreció Álvaro Pérez, y al que Camps asistió en segundo plano, en representación del PP como cliente en el team de la “oficina de Valencia”. En todas y cada una, la presencia delicuescente de “el Bigotes” aparenta ser un denominador común que carece, sin embargo, de prueba suficiente, cuando no se diluye definitivamente al contrastarlo con documentos, fotografías, agenda oficial, cronología y argumentación razonable que el acusado Camps fue dejando sobre la mesa.

El episodio tal vez más surrealista lo brindó la presunta función de coach de Pérez para vencer una también presunta timidez de Camps, que quienes le conocen bien consideran inexistente desde que de escolar adolescente ya destacaba por su extrovertida personalidad en los jesuitas de Valencia. Un disparate.

Mentira o incierto documentalmente

Las curiosidades tampoco faltaron ayer. De forma distinta a las matemáticas, el orden de los factores parece alterar aquí el producto. Y el letrado defensor fue continuamente conminado a evitar la cita de los hechos que contextualizaban la pregunta posterior, con ese lío de artículos que limitan y deslindan declaraciones y contradicciones. Siguiendo con las matemáticas y la geometría, esta declaración resultó asimétrica con respecto a las depuestas -con la complacencia de la fiscal- por los conformados. Repletas aquéllas (tilde diacrítica) de exhibición documental  y posteriores arrepentimientos, consideraciones generales sobre el bien y el mal, y otras caídas del caballo que el Presidente de la Sala escuchó -tal vez sin mucho interés- pacientemente.

No deja de ser una figura retórica llamar mentira a lo que se ha demostrado documentalmente incierto. Y este cronista no pudo entender las ingenuas protestas del Ministerio Público ni las -más discretas- reconvenciones del Magistrado ponente que también preside.

La pregunta del millón -y habrá que esperar testificales y documentales para responderla- es: qué interés distinto a la rebaja de su condena tienen los acusados devenidos en acusadores. O: qué mueve a las acusaciones a “comprar” tanto cambio de declaración y algunas falsedades evidentes. Naturalmente, Camps intentó desarmar las invectivas aportando -anécdotas aparte- hechos, fechas y nombres que pudieran dejarlas a la altura de la famosa novela del americano Kennedy Toole con Ignatius Reilly como ficticio protagonista.

 Aunque el proceso no ha alcanzado siquiera su ecuador, y queda mucha tela que cortar como con los famosos trajes, en el entorno de Camps se detecta ya un moderado y razonable optimismo.