| 19 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Jóvenes agresivos: "Estoy muerta de miedo, pero es mi hijo"

El problema viene cuando se traspasan ciertos límites del respeto y esa supuesta agresividad súbita aparece de repente sorprendiéndote. También es violencia doméstica

Muchos de nosotros que tenemos hijos adolescentes en algún momento hemos sufrido episodios de peleas fuertes, discusiones en definitiva que llegan al límite entre la falta de respeto, desavenencias, incluso entrando en el terreno de las ofensas, y sobre todo los reproches.

Sabemos que no es fácil educar y a nadie nos gusta que nos digan lo que tenemos o no que hacer, para los jóvenes de estas edades aún menos, y la realidad es que nosotros también lo pasamos en su día, por esa misma etapa en la que crees que no te entienden porque tienes otros objetivos sintiéndote incomprendida.

La empatía es buena, se trata de entender a la otra parte, pero eso no conlleva al progenitor o responsable familiar a que refuerce tus ideas sin sentido común, tratándose simplemente de intentar aconsejar o encauzar al adolescente por la vía más adecuada, por la esperanza de conseguir objetivos o metas que le lleven a un posible futuro por lo menos con estabilidad. Esa es la preocupación infinita de los padres.

 

Hasta aquí todo normal, es fruto de la convivencia. Lo difícil es realmente educar, la personalidad que está desarrollando el adolescente y sus compañías, sus formas de actuar ante cada situación, incluso sus opiniones e ideales, un largo etcétera de factores que influyen y que se mezclan en ocasiones como un cóctel molotov cuando todos estos factores te pueden llevar a muchos problemas. Aquí empiezan los pleitos de familia, intereses y demandas distintas, y los desacuerdos.

 

El problema viene cuando se traspasan ciertos límites del respeto y esa supuesta agresividad súbita aparece de repente sorprendiéndote, de modo que para no tolerarlo haces una confrontación directa. En el conflicto es difícil mantener la calma, la compostura, y sobre todo el raciocinio, puesto que la sangre fluye, la tensión aumenta, y los nervios parecen las cuerdas tensas de una guitarra. Ambas partes traspasan límites, por esa falta de control de la ira te lleva a cometer errores que después se recuerdan constantemente. El control parental en ocasiones no existe.

 

Se podía quedar en una simple discusión familiar, claro está, pero en ocasiones se escapa el control de la situación y sobre todo el del joven que quiere establecer su estatus. Algunos acaban agrediendo, robando e insultando a los progenitores, cuidadores o tutores, causándoles serios problemas físicos y psicológicos pero con el tiempo y la frecuencia de los encuentros negativos se sucede un aumento de la intimidación por estos jóvenes. Han adquirido el control ellos en base a su postura de fuerza.

 

Como padres, la primera reacción será tapar el episodio, dar la vuelta y mirar hacia otro lado pensando que es algo puntual negando la realidad, pero pronto se dan cuenta de que estos episodios cada vez son más continuados y más violentos, hasta el punto de temer por su propia vida, viene la etapa en la que piensas: “estoy muerta de miedo pero es mi hijo”.

Te puede dar vergüenza reconocer de cara al exterior lo que ocurre en casa y no pides ayuda porque crees que lo pueden solucionar, pero el instinto maternal-paternal va más allá que todo tipo de ayudas, vengan de donde vengan y sean como sean… entramos en la fase “ es mi hijo y no lo voy a denunciar “ hasta que tocan fondo y ya no hay vuelta atrás, es una cuestión de supervivencia.

Nada peor que la temida llamada al 112 pidiendo ayuda desesperadamente, pero no queda otra ante el peligro inminente y ocurre lo que todos sabemos ya, la maquinaria se pone en marcha y ya no hay vuelta atrás, pero si hay solución y esto lo quiero dejar claro, es un proceso largo y lento, pero solo unos padres comprometidos saben tener la paciencia necesaria para superar todos los obstáculos.

 

Esta violencia doméstica que se produce dentro del ámbito familiar entre los miembros convivientes se denuncia también, porque es un delito, y no se debe de consentir por las consecuencias finales.

 

            ¿Qué deberíamos hacer para prevenir estas situaciones?

 

La respuesta no es sencilla, para qué venderles humo, pero si hay algunas cosas básicas como saber escuchar a sus hijos para ver sus posibles necesidades o problemas y anticiparse a ellas, ¿cómo? Pidiendo ayuda psicológica, que no es ir a un loquero, es ayuda de profesionales para que los padres puedan aprender a enfocar esas situaciones que nos descolocan y que pueden pasar a mayores, que puede ser ayudar al adolescente para que sepa ver, analizar y canalizar todo lo que le preocupa y le frustra y a la vez, apreciar lo que tiene y aprender a respetar a los demás, que entre otras cosas ese respeto empieza por uno mismo, de ahí que la mayoría de estos casos vengan provocados por el consumo de drogas, una realidad latente y que da para otro artículo, pero que con la ayuda adecuada se puede solucionar también.

 

Son muy numeroso los casos de consumo abusivo de alcohol y sobre todo de cannabis y los problemas se acentúan.

 

En algunos ayuntamientos se gestionan acciones de mediadores especializados y en muchos casos mejoran la relación entre miembros de familias así como otros factores determinantes que hacen recuperar la convivencia con normalidad. Es los casos de ofensas mantenidas en el tiempo probablemente van encaminadas al juzgado que corresponde y al reproche penal con sentencia judicial.

 *Grupo EmeDdona