| 16 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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¿De verdad quieres ocupar su lugar?

Puede que alguien piense que es una suerte disponer de una de esas tarjetas que permiten aparcar en zonas habilitadas para discapacitados; pero eso significa tener la movilidad dañada

Puede que alguien piense la suerte que supone tener una de esas tarjetas que permiten aparcar en zonas habilitadas para discapacitados, una cédula, dicen, que hace la puñeta a conductores hastiados de dar vueltas y vueltas por cualquiera de nuestras calles, pasando una y otra vez por uno de esas sitios, en ocasiones vacíos, marcados con el dibujo de una silla de ruedas en el suelo, tratando de encontrar un aparcamiento cada vez más imposible en estas ciudades sobresaturadas.

 

Pero no es así. Poseer una de esas “codiciadas” tarjetas significa como poco que las piernas de su propietario o alguna parte de su cuerpo necesaria para tener movilidad funcional están dañadas, seguramente para siempre. Es decir, quien la posee tiene una dificultad enorme para andar o directamente no puede hacerlo por sí mismo.

 

¿De verdad quieres ocupar su lugar? ¿Cuántas personas estarían dispuestas a disponer de una presunta facilidad de aparcamiento en un sitio público reservado a cambio de vivir sujeto a unas muletas, un bastón o enganchado a una silla de ruedas de por vida?

 

Probablemente muy pocas, o más ciertamente ninguna. En cambio, estoy seguro que el 100% de sus poseedores la cambiaban sin dudar un instante o directamente la quemaban con tal de pasear las tardes del brazo de su mujer o de su marido, caminando a la misma altura y al mismo ritmo, sin zozobras y sin vaivenes inestables; recorrer Fallas, bailar la Feria de Abril o festejar San Isidro, a pie y con placer, sin fatiga o con la fatiga propia del mucho andar; correr libremente una de esas medias maratones que felizmente tanto proliferan actualmente, vivir su esfuerzo y sentir la caricia del viento en la cara por la velocidad que nos dan nuestras propias piernas. Olvidar los aparatos mecánicos, esos engendros necesarios que se pedalean con las manos.

 

En cualquier momento, el airado conductor encontrará un lugar donde dejar su vehículo y su frustración, llegará a casa y su problema se habrá terminado; otro día quizás lo encuentre con más facilidad, ya sabemos que el aparcamiento es como una ruleta de feria, a veces incluso se tiene suerte, toca y se aparca a la primera. En cambio, la persona con movilidad reducida, aun con su tarjeta, seguirá igual a la mañana siguiente, y la otra…, con los mismos impedimentos para caminar.



Todos cuantos la poseemos porque nos es necesaria hemos visto, sentido y sufrido esas miradas inmisericordes y cargadas de rencor, esos insultos y menosprecios más o menos mascullados o directamente gritados cuando la mostramos reclamando que ese lugar no le corresponde. Es doliente y difícil de entender por quienes no lo sufren. Curioso que a nadie se le ocurre mirar mal o soltarle una fresca al dueño del garaje privado cuando reclama poder entrar porque es de su propiedad si hemos aparcado aunque solo haya sido por unos minutos. Todos lo entendemos ¿Por qué entonces cuesta tanto aceptar que una persona discapacitada reclama ese derecho?

 

Existen incluso las plazas concedidas por los propios ayuntamientos de modo personalizado, con diferente color en el suelo y la matrícula marcada en la señalización vertical. En Valencia son escasas y no fáciles de conseguir, y por supuesto están obligadas a pagar la correspondiente tasa anual. Por desgracia es habitual encontrar testimonios de personas que han tenido que renunciar a la concesión de esa plaza, hartos de ataques y agresiones a sus vehículos.

 

Como hace unos días expresaba en las redes Jesús Zazo, un buen amigo cantante barítono, antiguo miembro del Coro Sinfonico de RTVE y guionista de Radio Clasica de RNE, hoy ya jubilado, explicando su experiencia cuando vivía en una anterior población de Madrid. Porque este problema no entiende de ciudades:


“¿Qué nos queda a las personas afectadas? ¿Denunciar y enfrentarte personalmente con los denunciados? Así lo hice años atrás con quienes aparcaban en la plaza reservada que solicité para mi coche al ayuntamiento correspondiente y ¿qué obtuve? Ruedas pinchadas, retrovisores, lunas y limpiaparabrisas rotos, etc.”

 

Es lo que permanece, el conflicto continuo ante un derecho necesario e innegable que, repito, nadie con sensatez querría obtener y al que todos renunciaríamos al instante.

 

Luego están quienes copian, manipulan o usurpan las tarjetas. No es raro ver a alguna persona, hombre o mujer, de espectaculares hechuras y garboso deambular, salir campando del coche tras haber colocado su plaquita brillando al sol, asomada al cristal sobre el salpicadero.
Ayudaría que todas las fichas llevasen el pin electrónico y que de modo regular y/o aleatorio la policía local o los agentes de la hora fuesen comprobando su autenticidad. Porque semejante manera de conducirse ya no forma parte de esa picaresca tan española, es directamente un engaño, una burla, además de una falta total de empatía hacia algunos de los colectivos más débiles de la sociedad.

 

Seguramente este hecho sea el culpable de que tal facilidad de aparcamiento para personas con movilidad reducida en realidad casi no exista, dada la abundancia de tarjetas exhibidas.

 

Es verdad que lentamente las ciudades se van humanizando. Valencia al menos sigue aumentando poco a poco la proporción de aparcamientos reservados en la mayor parte de los barrios. También en los pueblos y ciudades de tamaño medio. Esto es un hecho en los ayuntamientos de nuevo cuño. Aunque evidentemente todavía queda mucho por hacer para alcanzar la normalidad, como traté de reflejar en mi anterior artículo de hace unas semanas “La Ley de Accesibilidad”. Ya es tiempo pues de comenzar a humanizar también a las personas.

 

*Autor de Sueños de escayola