| 04 de Abril de 2024 Director Benjamín López

× Portada España Investigación Opinión Medios Chismógrafo Andalucía Castilla y León Castilla-La Mancha C. Valenciana Economía Deportes Motor Sostenibilidad Estilo esTendencia Salud ESdiario TV Viajar Mundo Suscribirse
Varias pancartas durante una protesta contra la Ley del Bienestar Animal en Sol, a 5 de febrero de 2023, en Madrid
Varias pancartas durante una protesta contra la Ley del Bienestar Animal en Sol, a 5 de febrero de 2023, en Madrid

Podemos perrea

Descendiendo al absurdo podemita: ¿a quién protegemos al galgo o a la liebre? ¿A la rehala o al jabalí? ¿Al búfalo o a los bosquimanos?

| Pedro Nuño de la Rosa Edición Valencia

Nunca el homo sapiens, y mucho menos el neandertal, del que también tenemos recuerdo en nuestro ADN, fueron vegetarianos en el sentido estricto del término actual. Precisamente empezamos a evolucionar gracias a la ingesta de carne que aumentó el tamaño y peso de nuestro cerebro cuando descendimos del árbol para convertirnos, ya en la sabana abierta, en cazadores y recolectores.

Ahora podemitas y allegados, con ese primitivismo tan suyo e igualitario (para todos en comuna revolucionaria) nos quieren volver a trepar hasta la rama vegana y simiesca. La nueva Ley de Bienestar Animal es el primer e inteligentemente sutil paso para conseguir el gran cambiazo alimentario.

Después de haber metido la pata hasta las ingles y corvejones con el “coñazo” del ‘solo sí es sí’ (sostenella y no enmendalla), consiguiendo que se les echen encima todos los juristas, desde cátedros de cualesquiera códigos, pasando por Colegios de Abogados, hasta llegar a los jueces, a quienes con morro supino culpan de no saber interpretar el sentido de la ley, cuando no de machistas reaccionarios e indocumentados incapaces; ahora han conseguido soliviantar a médicos y veterinarios con la absurda intentona legislativa que se pretende convertir al animal talmente los “humanizados” de Rudyard Kipling en su “Libro de la selva”.

El artero hilo conductor comienza intentando prohibir, o cuando menos estigmatizar la caza como si fuera un desaprensivo y cruel barbarismo de cuatro indocumentados, y no este arte cinegético ancestral tan afirmado por intelectuales de la categoría de Ortega y Delibes, entre otros grandes (¿ignorantes?)

La Comunidad Valenciana, la segunda en federados por detrás del fútbol, tiene más de 40.000 licencias para cazadores, y cientos de asociaciones y clubes que durante apenas nueve semanas baten montes y bancales (acotados) tanto en nuestro territorio como en la cercana Castilla-La Mancha, procurando provechosos refuerzos auxiliadores para sus presupuestos finales a muchos Ayuntamientos, cooperativas y demás propietarios rurales. Sin ellas, la España “vaciada” se despoblaría aún más si cabe. Eso, sin echar cuentas del turismo cinegético que anualmente proporciona cientos de millones de euros, preponderando italianos y franceses; sin obviar a los propios lugareños, en su mayoría gente modesta cuya afición desde niños ha sido la escopeta, y con lo cazado preparase buenas manducatorias.

Esto es solo el principio de la batida podemita, porque después vendrán los caballos, pongamos por caso los infartos que sufren en las carreras

Por otra parte, y descendiendo al absurdo podemita: ¿a quién protegemos al galgo o a la liebre? ¿A la rehala o al jabalí? ¿Al búfalo o a los bosquimanos? ¿Pueden los chinos seguir comiendo carne de perro, sacrificado muy joven, como han hecho desde hace milenios? El perro, descendiente del lobo, fue el primer animal domesticado por el hombre con el que compartía defensa y ataque frente a un exterior hostil. A través de los años fueron seleccionando los centenares de razas hoy conocidas (guarda, cetrería, búsqueda, pastoreo, compañía, etc.), que sin su selección genética y adiestramiento específico resultarían inútiles por innecesarios, salvo los puramente hogareños, a los cuales debemos tratar, según la ministra Belarra, mejor que nuestras propias madres e hijos, so pena de cuantiosas multas, incluso cárcel para reincidentes, con lo que se conseguirá enchiquerar al dueño y llevar al animal a la perrera, donde será sacrificado.

No creo, fuera de algún deforme psíquico que esté “pallá”, exista persona-humana capaz de maltratar a un animal conscientemente. Lo de cortarle el rabo, el pelo o las uñas, incluso la castración (macho o hembra) según nos cuentan los veterinarios y siempre que sea por persona apta por experimentada, no les causa mayores males, sino que facilita su funcionabilidad y especificidad. Al ser racional también se le extraen las anginas, órganos defectuosos o inadecuados de nacimiento, etc. para su mejor higiene y acomodamiento vital.

Como decíamos anteriormente, esto es solo el principio de la batida podemita, porque después vendrán los caballos, pongamos por caso los infartos que sufren en las carreras; las fieras del circo (que viven bastante mejor que en la selva porque los látigos suenan, pero no lesionan); o los hámsteres siempre rodando a cambio de queso; por no hablar de la diana central a la que apunta esta ley, que es ni más ni menos que la tauromaquia; y así podríamos seguir enumerando indocumentadas protecciones animalistas hasta aburrir a una tortuga casera.

Ximo Puig haría bien, como ya se adelantaron los vascos, en argüir que leyes como ésta son competenciales de cada Comunidad Autónoma, si no quiere acabar todavía más descalabrado en las próximas elecciones. Y no solo por los votos de 40.000 familias cinegéticas, sino por la generalizada antropología y opinión del mundo rural valenciano, tan ajeno a los urbanitas-progres que comulgan cada mañana con las ministras evangelistas de san Pablo Iglesias Turrión, quien sigue mandando en el Gobierno de un sometido Pedro Sánchez, y desde su despacho de segundón universitario, nos parece y aparece más despótico e intolerante que Felipe II cuando lo hacía desde su retiro en El Escorial.

Otro despropósito de nuestros particulares “illuminati” disparando a lo que se mueva con su escopetilla de caña.