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Castillo de Monzón, donde vivió en su infancia Jaime
Castillo de Monzón, donde vivió en su infancia Jaime

La necesidad de protectores y consejeros: la minoría de edad de Jaime I

Simón de Montfort tenía en sus manos a Jaime, el heredero del monarca aragonés que acababa de derrotar y eliminar en Muret (1213). Continuamos con el relato de la infancia de Jaime I

| Carlos Mora Casado * Edición Valencia

Simón de Montfort tenía en sus manos a Jaime, el heredero del monarca aragonés que acababa de derrotar y eliminar en Muret (1213). Una pieza demasiado valiosa para ser entregada a la ligera cuando sus vasallos así lo solicitaron.

Pero entonces intervino el papa Inocencio III. La ambición desmedida de Montfort trastocaba sus planes de equilibrio en Occitania. Y María de Montpellier había pedido en su testamento que acogiese a su hijo. Por todo lo cual, el papa exigió a Montfort que entregase al niño rey a sus súbditos en Narbonne y para garantizar el proceso fue enviado el cardenal Pedro Douai como legado pontificio.

Jaime regresaba así a sus territorios patrimoniales, pero era entregado a unos familiares que, como hemos visto anteriormente, no les faltaban intereses para quitarlo de en medio. Su tío, Fernando de Montearagón, ni siquiera acudió a recogerle a Narbonne. Sí lo hizo, por el contrario, su tío abuelo el conde Sancho, el cual obtuvo además el beneplácito de Douai para convertirse en procurador general de la corona hasta que Jaime fuese mayor de edad.

Afortunadamente, no fue entregado sin más. Siguiendo el testamento de su madre, en Narbonne le esperaba un protector: el templario Guillem de Montredon, Maestre de la Orden del Temple en la Corona de Aragón. Y en su castillo de Monzón fue donde se custodió a Jaime tras ser jurado como rey en Lleida.

Los templarios le protegieron y administraron sus rentas, pero también le educaron en su religiosidad militante. Sembraron en él el el espíritu de Cruzada: arrebatar tierras al Islam y liberar los Santos Lugares era la mayor gloria que podía obtener en vida.

Por otro lado, la oposición nobiliaria al gobierno del conde Sancho, sobre todo aragonesa, aumentó conforme este continuaba la política occitana de Pedro II. Las recientes derrotas de los cruzados en Bellcaire (1216) y Salvetat (1217) le animaron a inmiscuirse cada vez más en los asuntos ultrapirenaicos.

Estos nobles acudieron a Jaime para apoyarle y hacerle ver que Occitania solo podría provocar más problemas, sobre todo si los acontecimientos terminaban por provocar la intervención del rey de Francia. El propio Papa Honorio III les apoyaba y recordó a Jaime todo lo que la Iglesia había hecho por él. Seguir la senda de su padre tendría fatales consecuencias. Y vengarle dejó de tener sentido cuando Simón de Montfort encontró la muerte durante el asedio de Toulouse (1218).

Tras negociar una salida pactada, Jaime I cesó al conde Sancho como procurador general y con tan solo diez años fue declarado mayor de edad. Pero no lo era. Como tampoco eran de fiar sus nuevos aliados.

El conde Sancho dirigía una política interior y exterior que podía ser discutible, pero bien definida, mientras que el conjunto de nobles que habían aupado al rey representaban precisamente todo lo contrario. Sus banderías y conflictos privados terminaron por arrastrar al excesivamente joven Jaime I y le privaron de consejeros de confianza justo cuando más los necesitaba. Las convulsiones internas de las que no siempre salió victorioso le pondrían en serios aprietos, pero también le enseñarían valiosas lecciones y forjarían su carácter.

Todo sucedía demasiado rápido en la vida de un hombre que aún no lo era. Y el rey tenía obligaciones que convenía satisfacer pronto, como la de procurarse un heredero, pues la situación ya era de por sí bastante agitada.

En 1221 se casó en Ágreda con Leonor, hija de Alfonso VIII de Castilla y hermana de Berenguela, casada con Alfonso IX de León. Sin embargo, como el propio Jaime admitió en su crónica, no pudo cumplir como hombre con su reciente esposa, por la simple razón de que aún no tenía edad suficiente. Él tenía apenas trece años y ella, la treintena. Pero obtuvo una oportuna voz consejera, pues era una mujer ya formada y cumpliría con ella algo más adelante. Leonor le daría su primer hijo, Alfonso, en 1222.

*Doctor en Historia-UV. Dottore di ricerca-UniCa