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Valencia juzgará a las naciones del mundo en el Juicio Final

| Vicente Javier Más Edición Valencia

La biblia menciona el Valle de Josafat, en Israel, como el lugar donde se celebrará el Juicio Final. Y fue Valldecrist el lugar elegido por los monarcas del Reino de Valencia para establecer un convento en un entorno geográfico igual al valle bíblico.

El poder del Reino de Valencia en el siglo XIV y XV fue tan importante que, con el respaldo de la Iglesia, el monarca buscó un lugar en la Comunidad Valenciana para construir un convento en tierras destinadas al “Juicio Final”. Durante dos años, los tres consejeros del rey buscaron el lugar geográfico que más se asemejara al Valle de Josafat, situado en Israel. Hasta que dieron con el pequeño pueblo de Altura. Allí decidieron construir la cartuja de Valldecrist.

El joven Martín, hijo de Pedro IV el Ceremonioso, tuvo desde pequeño relación con la orden cartuja. Uno de sus amigos acabó profesando en la orden e imaginamos que la sobreexposición al tema terminó por ocupar sus sueños. El caso es que una noche su mente se adentró en la recreación del valle de Josafat, que nombra el bueno del profeta Joel como el lugar donde tendrá lugar el Juicio Final. Dice la tradición que, quién allí mora, sea vivo o muerto, será el primero en ser juzgado y, por tanto, acceder al cielo de los justos. Tal es así que ambas laderas del Valle de Cedrón están llenas de tumbas y panteones de judíos de distintas épocas.

Así que Don Martín, ni corto ni perezoso, se puso entre ceja y ceja la construcción de una cartuja en el paraje más similar, dentro de sus reinos, al famoso Valle. Y lo encontró en Altura, una población dentro de sus dominios como Señor de Segorbe, casualmente relacionado con su mujer, María de Luna.

Don Martín, que tras la muerte sin descendencia de su hermano mayor se convertiría en rey, compró dos grandes masías a señores de la zona y estableció que el pequeño pueblo de Altura será el lugar donde se juzgarán a todas las naciones del mundo, con permiso del Valle de Cedrón, a escasos kilómetros de Jerusalén. El río Cedrón cedió su nombre al de Josafat, que fue el rey que se enfrentó a una coalición de antiguos reinos de Moab, Ammon y Ebdon. El valle se encuentra entre Jerusalén y el monte de los Olivos.

La fama e importancia de esta cartuja, en parte por la carga simbólica que representaba, recorrió todos los rincones del reino de Valencia y de la Corona, traspasando incluso las fronteras. Gracias a ello, entre sus paredes moraron personajes tan ilustres como San Ignacio de Loyola o el papa Benedicto XIII (Papa Luna). La cartuja se convirtió en un centro de poder político, religioso y cultural, destacando entre sus priores Luis Mercader, confesor de Fernando el Católico, o Bonifacio Ferrer, artífice del Compromiso de Caspe.

El tiempo, sin embargo, se encargó de ensombrecer este convento, suponemos que por el retraso en la venida del Juicio Final. El caso es que tan imponente e importante centro religioso acabó sucumbiendo a las heridas del tiempo, hasta desaparecer. Si el siglo XVIII aún había conocido el esplendor de la cartuja de Valdecrist, el siglo XIX supondrá su abandono y derrumbe. Desde la ocupación francesa hasta los procesos de desamortización fue deteriorándose y destruyendo hasta casi desaparecer en 1991. La Conselleria compró el recinto y comenzó un proceso de restauración que, por desgracia, se ha estancado de nuevo.

El Juicio Final pareció llegar para este espléndido convento de la edad dorada del Reino de Valencia. Valga como ejemplo el hecho de que se han encontrado restos del claustro diseminados por toda la comarca. Incluso algunos mármoles y puertas se encuentran en el Ayuntamiento de Segorbe.

Vicente Javier Más Torrecilla. Académico de la Real Academia de Cultura Valenciana. Doctor en Historia Contemporánea