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Sala de ordeño
Sala de ordeño

¡Esto es la leche!

Las granjas, a diferencia de lo que un cínico anuncio de una importante marca de leche quiere hacernos creer, no tienen ganaderos que cantan felizmente a las vacas con amabilidad

| Raquel Aguilar * Edición Valencia

El día que nació mi sobrina fue precioso, hasta que la oí llorar. Su llanto se me hizo insoportable y me trasladó a un lugar que supuso un punto de inflexión en mi vida.

He sido vegetariana durante muchos años, desde que era adolescente. Pensar que alguien era ejecutado para que yo comiese cuando existen infinitas alternativas con que alimentarse, me resultaba inaceptable.

Por aquel entonces, básicamente sólo pensaba en lo terrible de la muerte. Consumía huevos, por supuesto de gallinas no enjauladas, y tomaba lácteos. Es más, el queso era uno de mis alimentos preferidos. Y no me planteaba nada más allá porque, al fin y al cabo, podía consumir estos productos sin provocar la muerte del animal. O al menos, eso es lo que pensaba y no me había preocupado por informarme mejor.

Sin embargo, por motivos laborales tuve, hace ya más de cinco años, la oportunidad de visitar una granja de ovejas. Una granja no muy grande en que, se supone, a los animales se les “trataba” bien.

Para quien no lo sepa, una granja es una especie de fábrica, que en lugar de producir elementos inertes, de mayor o menor complejidad, produce animales. Y como en la mayoría de las empresas, prima la productividad y el objetivo es optimizar los recursos.

La diferencia es que en las granjas se trabaja con seres vivos, que además tienen capacidad de sentir y sufrir.

Las granjas, a diferencia de lo que un cínico anuncio de una importante marca de leche quiere hacernos creer, no tienen ganaderos que les cantan felizmente a las vacas con amabilidad, las acarician y les dicen lo bonitas que son.

En las granjas, por lo general, un profesional de la veterinaria gestiona la producción y unos operarios se encargan de manipular a los animales.

Las granjas son lugares sucios por definición, donde los animales viven hacinados la mayor parte del tiempo, organizados por lotes, en función de su sexo, edad y estado.

En el caso de la granja de ovejas, éstas se agrupaban en función de su fecha de inseminación, estado de preñez, momento de parto,…todo, perfectamente organizado mediante una hoja de cálculo. Nada más alejado de la espontaneidad de la vida.

La finalidad era muy clara, conseguir la máxima producción de leche… y de paso, de carne de cordero. Porque, ¿cómo va a producir leche una oveja sin haber parido antes? Para que las personas podamos tomar leche, alguien debe haber sido madre, y sus hijos no deben haberla consumido, así de sencillo.

Por tanto, nada más nacer, los hijos les son arrebatados y llevados a una nodriza, que es una especie de biberón gigante, del que se alimentan los pequeños, paradójicamente, la mayoría de las veces con un sustituto de la leche materna. De ellos, las hembras servirán para reemplazar en breve a las ovejas que ya no produzcan la leche esperada y los machos irán directamente al matadero.

Y estos pequeños, cuando son separados de sus madres, lloran y las llaman. Y su llanto es el mismo que recordé cuando escuché por primera vez llorar a mi querida sobrina.

Por suerte, ella no lloraba porque quisiera regresar con su madre, a la que nunca más volvería a ver. Por suerte, su madre no tuvo que sufrir el robo de su pequeña nada más nacer, arrebatándole la recompensa que supone un embarazo y un doloroso parto. Por suerte, ella es humana y no una oveja.

En la granja vi ovejas con hernias más grandes que mi cabeza y con mastitis dolorosísimas, que directamente irían al matadero porque su cura vale más que su vida.

En la granja vi tristeza, miseria y sufrimiento.

En la granja sentí la soledad de cada una de esas ovejas, pese a estar hacinadas.

En la granja pensé que no sólo la muerte era el límite. Que esa terrible vida, que al final terminaba igual en muerte, no podía estar justificada.

En la granja entendí que no había queso que mereciese la pena.

En la granja me negué a contribuir a su dolor.

En la granja decidí ser vegana.

Porque…¡Esto es la leche!

 

*Coordinadora provincial de PACMA en Valencia