| 19 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Bestiario gubernamental. Carmen Calvo

Sus perlas son incontables. Desde esa tan atrevida: “el dinero público no es de nadie”, hasta este oxímoron jurídico de que el estado de alarma necesario dejará de serlo porque no lo era.

Comparto con ustedes la impaciencia por ver ordenadas y catalogadas las múltiples razones que adornan a ese árbitro de la extravagancia, ese personaje imprescindible del bestiario gubernamental que es el ministro Castells. Aun así tendremos que seguir esperando y tal vez el tiempo premie con alguna de última hora de su pausada representación. Porque hoy es la vicepresidenta Carmen Calvo, quien por rango, género y poder pide paso y pisa fuerte, como tiene por costumbre. Apuesto a que pesan más sus plantas que esa cabecita loca que dice lo que se le viene a la mente, una y otra vez.

La egabrense (como Solís, “la sonrisa del régimen”, franquista) debe a los romanos el no haber nacido afrentada con un patronímico lesivo, aunque para declinar el dico-dicere hasta el pretérito perfecto del singular de la tercera persona: dixit. Tampoco debió citar así en su tesis doctoral ni al ganar la titularidad de Derecho Constitucional -¡qué paradoja!- en la Facultad de Córdoba. O simplemente, no le vino a su cabecita ofendida y soberbia, en aquel hilarante episodio parlamentario con el senador Van Halen (… ni pixie ni dixie).

Ha encontrado la horma de su zapato en su socia de gobierno Irene Montero, la de niñes, hijes y todes, qué ya es valor

Engancha de forma obsesiva con la “memoria histórica”, de la que no forma parte el bombardeo republicano del 38 (más de cien civiles muertos) de su ciudad natal, cuando fue ministra de Cultura de Zapatero y desde entonces sus perlas son incontables. Desde esa tan atrevida y ya tan famosa, de que “el dinero público no es de nadie”, hasta este reciente oxímoron jurídico de que el estado de alarma necesario dejará de serlo porque no lo era (en resumen). Ha tenido que salir al quite -la vicepresidenta aunque lo disimule es muy taurina- Margarita Robles, que debe estar pensando en una sección de la UME especializada en apagar incendios en el consejo de ministros. Como deben estar pensando los dos mil y pico magistrados que se han quejado en Bruselas por la injerencia gubernamental, en hacerlo también por previsible bullyng laboral como todo quede en manos de los jueces a partir del nueve de mayo.

Quiso la mala fortuna que una infección pulmonar a los quince días del controvertido 8M fuera el zarpazo del bicho. Y la providencia, que “el nos va la vida en ello” (dixit) quedara en figura retórica gracias al buen hacer del personal sanitario (de la privada, por cierto).

Inasequible al desaliento feminista –“cocinera antes que fraila” (dixit), ocupa la secretaría de Igualdad en el PSOE- ha encontrado, sin embargo, la horma de su zapato en su socia de gobierno Irene Montero (la de niñes, hijes y todes, qué ya es valor) de abultada experiencia en hacer caja. Y entre ellas anda el juego (con nuestros hijos por cierto).

No hace mucho la oí decir que nunca pasó mayor vergüenza en política que cuando al gobierno llamaron “banda” desde el estrado parlamentario. Y un colega mío, que es músico, no lo entiende. Cree que la vergüenza debía venirle más bien de sus ocho años de Consejera con Chaves, Álvarez y Zarrías en la Junta de Andalucía, porque la docencia inicial le duró poco. Y las disculpas por ese gran pufo de los socialistas andaluces que fueron los ERE, menos todavía, nada.

No le duelen prendas en decir una cosa y su contraria sin apenas contar el tiempo transcurrido entre ambas

Displicente y autoritaria, que al fin y al cabo es la marca del gobierno, tras equivocarse apoyando a Chacón frente a Rubalcaba, se refugió de nuevo en las aulas hasta apostar con éxito diferido por Sánchez y no por Susana Díaz (son por cierto habituales las rencillas de poder entre feministas declaradas) y ahí la tenemos, omnipotente y dogmática, en su vicepresidencia y su memoria democrática (sic; ahora toca sic).

Bien aleccionada por su jefe de filas, no le duelen prendas en decir una cosa y su contraria sin apenas contar el tiempo transcurrido entre ambas. Ni en negar la evidencia con argumentaciones tan perversas en el fondo como infantiles en su desarrollo. Y literalmente sin despeinarse.

Y claro está, no tardó en sumarse a la ofensiva oficial contra Isabel Díaz Ayuso, que es consigna generalizada de la factoría Moncloa. (Tengo para mí que la ministra de Industria, aunque de bolos, está muy tranquila porque sabe que no cambiará de poltrona).