| 24 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Por la libertad de expresión en los países árabes

Si lo que el instigador o instigadores del asesinato de Khashoggi pretendían era silenciar una voz crítica sin levantar revuelo acaban de lograr un efecto Streisand en toda regla

Arabia Saudí no es reconocida mundialmente por su respeto a la libertad de expresión, los valores democráticos y el pluralismo religioso; por el contrario, la persecución del disidente, la ausencia de elecciones libres y abiertas y un conservadurismo religioso que convierte el competidor régimen de los ayatolás en un conjunto de peligrosos liberales, son sus señas de identidad.

 En el pasado, ya ha actuado de modo absolutamente desproporcionado y brutal contra blogueros o periodistas críticos. Tal fue el caso de Hamza Kashgari, quien en 2012 fue arrestado y pasó dos años encarcelado sin juicio por, supuestamente, denigrar los sentimientos religiosos hacia Dios y su Profeta, cuando a través de unos mensajes en Twitter se limitó a mostrar un cierto escepticismo religioso.

Otro periodista saudí, Alaa Brinji, lleva desde 2014 encarcelado por realizar comentarios presuntamente insultantes en Facebook y Twitter, básicamente consistentes en críticas al gobierno y a las fuerzas de seguridad.

 Un caso que trascendió a la opinión pública mundial, por la brutalidad y crueldad de la sentencia, fue la condena al bloguero Raif Badawi de diez años de cárcel y 1.000 latigazos, a cobrar en cómodos plazos de 50 todos los viernes.

La presión internacional logró que el castigo físico parase tras los primeros 50, pero sigue en peligro de que continúen, amén de proseguir en prisión. Su crimen fue crear un sitio en internet que promoviese el debate político y religioso y realizar críticas a las autoridades religiosas saudíes. Este año, el arresto de Samar Badawi, su hermana, y la contundente respuesta canadiense, abrió un inédito conflicto diplomático.

Con estos antecedentes, pues lo anterior son apenas unos pocos ejemplos de la realidad del país, no extraña que este ocupe uno de los últimos puestos en la Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa que cada año elabora Reporteros Sin Fronteras.

Con todo, el último ejemplo de persecución de la libertad de expresión ha cruzado todas las líneas rojas y produce escalofríos el simple hecho de exponerlo. Comencemos por el inicio.

Jamal Khashoggi era un influyente periodista saudí, cuya familia, de origen turco, había estado relacionado con los círculos de poder del país desde su nacimiento. Su abuelo, Mohamed Khashoggi, fue médico personal del fundador de la moderna Arabia Saudí, Abdulaziz bin Saud, y su padre, Adnan Khashoggi, influyente empresario dedicado al negocio de las armas y uno de los hombres más ricos del mundo, falleció en junio del pasado año.

 Así pues, Jamal poseía buenos contactos y una particular relación de proximidad con el poder. Hasta el pasado año, cuando se exilió de Arabia Saudí por la persecución a que se veía sometido, más que un disidente había sido una persona crítica y franca, que estuvo alineado con el gobierno en aquellas cuestiones que consideraba acertadas.

Su desgracia fue cuestionar con demasiada honestidad para los estándares saudíes, decidamente bajos, decisiones relacionadas con la guerra con Yemen y críticas al príncipe heredero, Mohamed Bin Salman.

En cualquier caso, Jamal Khashoggi era una figura prominente del mundo árabe y con notable reconocimiento internacional. Nadie podía esperar que los acontecimientos se precipitaran y terminaran con una muerte ominosa, desmembrado en parte mientras continuaba con vida, dentro de la embajada saudí de Ankara.

Por fortuna no contaban con que Khashoggi podría haber tomado alguna medida para el caso que le ocurriese algo. Un dispositivo inteligente sincronizado con la nube que portaba estaba grabándolo todo.

 Ahora el gobierno saudí queda bastante desacreditado, incluso aunque busquen un chivo expiatorio en la forma de supuestos elementos radicales que actuaron sin su conocimiento. Por otro lado, se ha abierto un conflicto diplomático cuyo fin es complicado vislumbrar.

Las relaciones entre Turquía y Arabía Saudí eran ya muy tensas, por sus respectivos intentos de convertirse en potencias regionales como por el acogimiento por parte de Erdogan de miembros de los Hermanos Musulmanos, calificada como organización criminal por Riad.

 Estados Unidos, tradicional aliado de Arabia Saudí, debe de sentirse en una posición cercana a la esquizofrenia política, haciendo esfuerzos en público para mantener las apariencias, mientras en privado critica a su socio.

Si lo que el instigador o instigadores del asesinato de Khashoggi pretendían era silenciar de modo opaco una voz crítica, sin levantar revuelos, acaban de lograr un efecto Streisand en toda regla. Es hora de comenzar a hacer examen de conciencia y revisar si todo vale en el panorama internacional para mantener buenas relaciones comerciales.

El nacimiento de verdaderas democracias en los países árabes pasa por una acción conjunta de los gobiernos realmente democráticos de condena a este tipo de hechos y a cualquier política represora de la libertad de expresión.

*Politólogo y abogado.