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Salvar al coronel Penkovsky

Se desclasifica el plan de la CIA para intentar salvar la vida al espía soviético Oleg Penkosvsky tras su condena a muerte en 1963. Un año antes, había evitado una guerra nuclear mundial

| Juanjo Crespo * Edición Valencia

Oleg Penkosvsky nació en 1919, el mismo año en el que su padre –oficial del ejército del Zar- moría durante la guerra civil rusa luchando contra los bolcheviques. Años más tarde, él mismo eligió la carrera de las armas ingresando en la academia de artillería donde se licenció como teniente en 1939.

Durante los años de la Segunda Guerra Mundial combatió en varios frentes y ascendió hasta teniente coronel en 1944, cuando fue herido en el campo de batalla. Tras su recuperación, el “Ejército Rojo” le ofreció la posibilidad de abandonar las armas para ingresar en el GRU, la agencia de inteligencia militar soviética.

Pasó por varios centros de formación y en 1948 ya era oficial de inteligencia. En 1953 fue destinado a Moscú y posteriormente ascendió a segundo jefe del “Comité Soviético de Investigación Científica” trabajando en diversos programas de armamento nuclear.

Allí el coronel Penkovsky experimentó un cambio vital; a la animadversión que tenía al líder soviético Nikita Jruschov se unió la preocupación por el desarrollo agresivo y descontrolado del armamento nuclear. Entendió que las posibilidades de una guerra nuclear mundial eran muy altas y decidió actuar.

En 1960 escribió una carta dirigida a los servicios secretos norteamericanos en la que se ofrecía a colaborar con ellos proporcionándoles información sobre las capacidades nucleares de la URSS. La misiva la dio en mano a un par de turistas norteamericanos que paseaban por Moscú, a los que solicitó que la entregaran en la embajada.

Aquel primer intento de contacto fracasó: la CIA desconfió de ese extraño movimiento, pero Penkovsky no se desanimó. Semanas después, salió al encuentro de un supuesto hombre de negocios británico que en realidad –tal y como sospechaba- era un agente del MI6, el servicio de inteligencia exterior de Reino Unido.

Este espía organizó un primer viaje de Penkovsky a Londres para establecer relaciones de confianza con estadounidenses y británicos. Tras pasar aquel “examen”, el coronel soviético comenzó a pasar información a sus nuevos aliados.

Utilizó el sistema de los “buzones”: las fotografías, planos, documentos e informes secretos eran escondidos dentro de farolas, en escaleras de edificios públicos, en cabinas… para, posteriormente, ser recogidos por agentes de inteligencia norteamericanos que transmitían a Washington la información.

Durante la crisis de los misiles en octubre de 1962, cuando todo el mundo aguantaba ya la respiración ante lo que parecía una guerra nuclear inminente, apareció un informe en uno de aquellos buzones. Penkovsky avisaba al presidente Kennedy de que el alcance de los misiles soviéticos desplegados en Cuba era menor a lo que proclama su propaganda: no podían atacar Florida con garantías de éxito. Además, reconocía que el sistema de guiado de los misiles soviéticos no funcionaba correctamente.

Los misiles, pues, eran una amenaza para EEUU, claro está, pero no era una amenaza inminente y letal a la que sólo se pudiera contestar con un ataque nuclear. Kennedy ganó tiempo, gracias a la información de Penkovsky, y finalmente pudo llegar a un acuerdo de mínimos con Nikita Kruschev para evitar la guerra.

La actividad frenética de idas y venidas de Penkovsky por los buzones de Moscú levantó las sospechas de la KGB que le siguió en una de sus salidas. Fue detenido justo cuando la crisis de los misiles de Cuba llegaba a su fin.

Oleg Penkovsky sabía perfectamente que sus actos implicaban una sentencia a muerte, aunque mantenía la esperanza de un gesto de clemencia. “¿Me vais a ejecutar?” preguntó decenas de veces durante el juicio al fiscal de la acusación de la KGB, camarada Alexander Zagvozdin. La contestación siempre era la misma: “Lo que has hecho está penado con la muerte. Sólo si confiesas todo lo que sabes, el pueblo podrá ser indulgente contigo”

Las sesiones del juicio fueron retransmitidas por televisión, y todo el mundo pudo ver el 11 de mayo de 1963 como era sentenciado a muerte. El fiscal Zagvozdin mantuvo que el reo no había confesado todo lo que sabía.

La noticia llegó enseguida al cuartel general de la CIA y decidió lanzar una operación para intentar salvar la vida de Penkovsky. Este plan, que ha sido desclasificado por la CIA, consistía en hacer llegar a las autoridades soviéticas unas fotografías de Penkosvsky con el mariscal Varentsov, el jefe máximo de todas las fuerzas de artillería -con capacidad nuclear- de los soviéticos.

La idea –casi desesperada- era hacer llegar a Krushev una oferta de trueque: la vida de Penkovsky a cambio de no publicar unas fotografías que comprometían al mando supremo de sus misiles con capacidad nuclear.

No pedían la libertad de Penkovsky, se trataba sólo de su vida a cambio de no elevar, aún más, el escándalo de los espías hasta las más altas magistraturas soviéticas.

Esta oferta se mandaría por carta, a la vez, a la misma hora, a las embajadas soviéticas de Alemania Occidental, Países Bajos, Dinamarca e Italia. Se eligieron cuatro países OTAN en los que nunca hubiera estado Penkovsky para no provocar ni enojar a Krushev. Lo de mandar cuatro cartas –y a la vez- se pensó para lanzar el mensaje de que era una oferta real, seria y que contaba con el apoyo de Kennedy y de sus aliados de la OTAN.

Por desgracia, nada podía salvar ya a Penkovsky de la muerte. El único efecto que consiguió aquella correspondencia fue la destitución del mariscal Varentsov por aparecer al lado de un “traidor”, pero nada más.

En la URSS de 1963, la ejecución -tras una sentencia a muerte- se zanjaba con un tiro en la nuca. Durante varios años, así se pensó que había muerto Penkovsky hasta que varios agentes confesaron en los 80 que había sido quemado vivo en un horno como escarmiento y aviso a posibles futuros traidores.

Alexander Zagvozdin, el fiscal de la KGB durante el juicio, fue entrevistado muchos años después para un reportaje sobre la figura de Penkovsky. Ya era un anciano, aunque conservaba el porte militar y esa mirada orgullosa de quien un día tuvo poder. Era el interrogador que, por un momento, se convierte en interrogado ante las cámaras.

“¿Cómo murió Penkovsky?” le preguntan. “Fue disparado, no puedo contar nada más”. Pero tres segundos después, la soberbia le puede y añade: “su cuerpo fue quemado”.

Sí, es muy probable que Penkovsky tuviera una muerte horrible. De lo que no hay duda es que salvó al mundo de un Armagedón nuclear y que el precio fue su vida.

A él la gloria. El fuego eterno se lo han ganado otros.

*Experto en Geoestrategia y Seguridad