| 26 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Pedro Sánchez, presidente del Gobierno.
Pedro Sánchez, presidente del Gobierno.

El Gobierno vórtice de Pedro Sánchez

Me indignó oír al Presidente del Gobierno señalar a la exministra Mariscal de Gante, ocultando -claro, una vez más- quién instruyó el auto. Hoy presidenta de Patrimonio Nacional.

| José María Lozano Edición Valencia

Los acontecimientos se precipitan a un ritmo inexplicable desde el punto de vista de la razón y de la lógica. Tal vez es ese, precisamente, mi error. Contemplarlos con la cabeza fría, calculando riesgos en función de la experiencia. Analizarlos a la luz de lo estudiado, de lo aprendido. De lo practicado a lo largo de una vida. Valorarlos desde el conocimiento de la historia. De los hechos. Como oí hacerlo a mis padres, como oí contarlo a mis abuelos. Imaginar remedios, diseñar soluciones. Como me
enseñaron mis maestros, como intenté trasmitir a mis discípulos.

Tal vez equivoco el enfoque, y por eso, precisamente por eso, no consigo entenderlo.

El Gobierno de España en su conjunto es hoy un remolino de idas y venidas (de vueltas y revueltas), un torbellino político, social y económico, de tan inciertas como preocupantes consecuencias. Un torbellino o un remolino es el ejemplo de fenómeno natural, que siempre se pone para explicar lo que es un vórtice. Una espiral, una hélice, ensimismada, imparable hacia ninguna parte, estática en su paroxismo, obtusa frente al progreso. La nada como resultado.

Como diría el Rufián, cuestión de tiempo. Y él, que ya se ve bajo palio, aprieta mandíbula y tira de Ley de Seguridad Nacional al albur de la pandemia

Mi amada RAE (la academia del español, como la oficina de Ayuso, que en español antiguo significaba abajo, fíjense qué paradojas tiene la vida) propone una segunda acepción -siempre esa riqueza tan nuestra- que reserva al “centro de un ciclón”. Y ese es el Presidente. El centro, el epicentro, el “egocentro” de un círculo en torno al cual, alborotados, van y vienen (¿son de alguna utilidad?) la caterva de ministros, adláteres y edecanes, que son muchos, mientras pende sobre sus cabezas la sombra de la remodelación del gabinete. Él es el centro de este vortex de estulticia, y
de un universo de mentecatos.

El oráculo ha adelantado a sus conmilitones de elite, en la sede de Ferraz apenas sin ausencias y en olor de santidad laica, que la sociedad española -abotargada- acabará tragando también con el indulto, como ha ido tragando con todo. Como diría el Rufián, cuestión de tiempo. Y él, que ya se ve bajo palio, aprieta mandíbula y tira de Ley de Seguridad Nacional al albur de la pandemia. Su histórico vocero mediático titulaba ayer que “permitirá movilizar a los españoles en caso de crisis”, y en más pequeño entrecomilla que la autoridad podrá exigir “prestaciones personales” a los
mayores de edad … ¡Ah! Y el rollo bolivariano de intervenir empresas y requisar bienes. Y todo en el mismo día. Una fiera el presidente.

A ver quien va a salir mañana a decir, como el pobre Escrivá, “no tuve el mejor día”. Le doy la razón, no lo tuvo porque no es costumbre en el Gobierno decir la verdad de lo que piensan. La vicepresidenta Díaz es más desahogada y está aprovechando la sobrevenida sensiblería de Garamendi, para ponerse también más chula. Que, al fin y al cabo, es lo suyo.

El Gobierno de Sánchez es hoy una espiral, una hélice, ensimismada, imparable hacia ninguna parte, estática en su paroxismo, obtusa frente al progreso.

El Presidente del Gobierno, ha extendido su bestiario gubernamental -ahora en vórtice- hasta la Cámara de Diputados y el espectáculo -guiado con formas de prestidigitador desde Moncloa- incluye pellizcos de monja de los más ingenuos, ironías de todos, y hasta humillantes provocaciones prepactadas. Además de la razonable contundencia de la oposición, que pese a esta coincidencia, no deja de mostrar motivos de desencuentro y pequeñas crisis internas. Así que el otro, aparentemente,
tan pancho.

Ignoro cómo terminará lo del Tribunal de Cuentas. Pero me indignó oír al Presidente del Gobierno señalar a la exministra Mariscal de Gante, ocultando -claro, una vez más y como siempre- quién instruyó el auto. Hoy presidenta de Patrimonio Nacional.

Volviendo al principio, viéndolo desde otra óptica menos racional, más apasionada si se quiere, ha venido a mi memoria aquel Helmut Berger y toda la podredumbre y bajeza moral que Visconti reflejó magistralmente en la Caduta degli dei en 1969. La decadencia de una saga, una miniatura comparada con la del Imperio Romano que le sirvió de modelo histórico.

Así, que me voy a sentar pacientemente a la puerta de mi casa a observar -y relatar de vez en cuando si ustedes me lo permiten- el derrumbe definitivo de estos idolillos de pies de barro, becerros de oro de bazar chino, de la posmodernidad.