| 27 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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Carta de un espía a su hijo

Quien años después fuera uno de los directores más conocidos y polémicos de la CIA, llegaba en 1945 hasta el mismísimo bunker de Hitler. Aquel joven espía escribió allí su carta más famosa

| Juanjo Crespo * Edición Valencia

La figura de Richard Helms siempre me ha parecido muy interesante. Nacido en 1910, su pasión era el periodismo, y en 1936 tuvo la suerte de poder cubrir los Juegos Olímpicos de Berlín. Allí conoció la capital alemana y pudo entrevistar a los dirigentes nazis que ya ocupaban el poder. Como corresponsal de la agencia Associated Press, fue recibido por el propio Adolf Hitler en la cancillería, donde le concedió una entrevista.

A los pocos años fichó por otro periódico, el Indianapolis Times, donde siguió trabajando hasta el ataque japonés a EEUU en Pearl Harbor en diciembre de 1941. Richard, como tantos otros jóvenes, quiso vengar la afrenta a su patria y los muertos en aquella base: se alistó en la armada estadounidense.

Apenas había comenzado la instrucción militar, el servicio secreto de EEUU contactó con él. El coronel Donovan, jefe de la “Oficina de Servicios Estratégicos” (más conocida por su acrónimo en inglés, la OSS, que fue la antecesora de la CIA) estaba formando un equipo para buscar secretos nazis cuando cayera Berlín en manos de aliados. Para eso, necesitaba a cualquiera que hubiera estado allí.

El antiguo periodista y nuevo recluta no se lo pensó dos veces y se unió a aquella aventura. Fueron muchos meses de entrenamiento hasta que llegó el día de entrar en la ya derrotada capital del III Reich. El 8 de mayo de 1945, aquel comando de la OSS encontraba –en una ciudad devastada- la cancillería de Adolf Hitler.

Richard Helms, a quien los recuerdos de aquella lejana entrevista de 1936 le asaltaban entre el humo y el polvo, llegó hasta el despacho personal del Führer y tomó de su escritorio una hoja con el membrete, escudo y sello del mismísimo Hitler. Había trampas explosivas, francotiradores, minas, cadáveres, sangre… pero Helms consiguió abstraerse de todo aquello para escribir a su hijo.

Agarró la pluma y mientras el mundo se paraba un minuto para darle la paz necesaria, su espíritu periodista venció al alma de espía. “Querido Dennis….”. Y así comenzaba la misiva de un padre a un niño de tres años a miles de quilómetros.

“Querido Dennis, El hombre que pudo haber escrito en esta tarjeta una vez controló Europa,  apenas hace tres años, cuando naciste. Hoy está muerto, su memoria despreciada, su país en ruinas. Tenía sed de poder, una mala opinión del hombre como individuo, y el temor a la honestidad intelectual. Era la fuerza del mal en el mundo. Su fallecimiento, su derrota, es una bendición para la humanidad. Pero miles de personas tuvieron que morir para que pudiera ser así. El precio para librar a la sociedad del mal es siempre alto.
Te quiere, papá”

Richard Helms llegó a director de la CIA en junio de 1966. En su biografía como jefe máximo de los servicios secretos de EEUU dejó algunos “borrones”: varios intentos fallidos de asesinar a Fidel Castro, el golpe de estado contra Allende o la Operación Caos (que buscaba identificar ciudadanos estadounidenses contrarios a la guerra de Vietnam…).

En febrero de 1973, salpicado también por el caso Watergate, abandonó la CIA e incluso fue multado e inhabilitado por mentir al Senado en la comisión que investigaba el asesinato de Kennedy.

Creo que lo mejor que hizo en su vida fue escribir aquella carta a su hijo. La misiva fue conservada por Dennis y en mayo de 2011, 66 años después de haberse escrito, fue donada por la familia a la CIA, que la conserva y expone en su museo de Langley, Virginia.

En octubre de 2002 Richard Helms murió, dejando una historia de aventuras, de fracasos y de éxitos, de decepciones y de ilusiones. Si consiguió dejar un mundo mejor a Dennis, todo lo que hizo valió la pena. Aquel joven periodista llegó a mandar el ejército más grande de espías que jamás vieron los tiempos, y va a pasar a la Historia por una carta.

La acción y el amor por las letras jamás estuvieron reñidos. Ni el periodismo es antónimo de milicia, ni un poeta está inhabilitado para ser un líder militar.

Jamás la pluma embotó la lanza, ni la lanza a la pluma”, le explicaba don Quijote a Sancho Panza.

Pues eso.

 

*Experto en Seguridad y Geoestrategia.