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Pamela, su viuda, pudo recoger finalmente la condecoración. Foto: Ejército de EEUU.
Pamela, su viuda, pudo recoger finalmente la condecoración. Foto: Ejército de EEUU.

El alma que se salvó en Corea

Esta es la historia del sargento norteamericano Robert Keiser, que en noviembre de 1950 salvó la vida a miles de compatriotas en la guerra de Corea, a pesar de que jamás debió estar allí

| Juanjo Crespo * Edición Valencia

A principios de 1950, en EEUU se acuñó esta expresión: “Si tienes un hijo en Corea, escríbele. Si tienes un hijo en la 2ª División de Infantería, reza por él”.


Hoy voy a contaros la historia de un sargento de aquella mítica 2ª División que luchó en las batallas más duras de Corea. Robert Keiser, así se llamaba, jamás debió combatir en ninguna guerra. Cuando se alistó en 1942 para vengar el ataque japonés de Pearl Harbor fue rechazado en el primer reconocimiento médico debido a la vista. En el ojo derecho tenía algunas dioptrías, y del ojo izquierdo apenas veía; tan sólo podía distinguir colores y formas.


Robert no se desanimó y en 1944 volvió a intentarlo al haberse relajado las condiciones de exclusión en el ejército, y esta vez sí lo consiguió aunque sólo a medias. Se le aceptó para un puesto dando seguridad a instalaciones como Policía Militar en EEUU…., pero aquello no era suficiente para el joven Robert que quería luchar contra los japoneses en el Pacífico.


Y lo consiguió. ¿Hablando con sus jefes? Que va, había un método más rápido y seguro. Falsificó su expediente médico y solicitó el traslado al frente de las Filipinas. ¿Pensáis que funcionó? Y tanto… que se lo digan a los japoneses.
Allí ganó sus primeras medallas y sus galones de sargento, los cuales tuvo el honor de vestir con la 2ª División de Infantería de los EEUU en la guerra de Corea.


A finales de noviembre de 1950 la división se batía en retirada acosada por el ejército chino. En su huida, quedaron atrapados en el Paso de Kunu-ri, en plena montaña. Temperaturas bajo cero, fuego de ametralladoras y morteros, una senda sinuosa por donde los vehículos iban quedando destrozados, y una división mal alimentada y psicológicamente hundida que durante casi una hora era incapaz de avanzar un solo metro.


No sé qué se le pasó por la cabeza al sargento Keiser, pero sí que sé lo que hizo. Se enfundó el fusil al cuerpo y salió a la carrera hasta el primer vehículo que obstruía el avance de la columna.
El parte oficial de aquella batalla refleja la distancia que corrió, solo, bajo el fuego enemigo: más de tres kilómetros.

No sé qué le pasó por la cabeza al sargento Keiser, pero sí que sé lo que hizo. El parte oficial de aquella batalla refleja la distancia que corrió, solo, bajo el fuego enemigo: más de tres kilómetros


Allí, bien conduciendo, bien empujando o animando a otros compañeros a apartar los camiones y jeeps atrapados, consiguió en dos horas y media despejar aquel paso por el que pudo replegarse su unidad.


Dos horas y media en las que –como un auténtico ángel de la guarda de la 2ª División- aguantó el frío, el cansancio y las balas enemigas salvando a miles de soldados.
Más de 600 compañeros cayeron aquel día, pero fueron muchos más los que lograron volver vivos a casa gracias a aquella heroica acción.


El general de la división inició el expediente para proponer al Sargento Keiser la concesión de la Cruz al Servicio Distinguido. Cumplía todas las condiciones para recibir tal distinción, pero unos problemas burocráticos hicieron que la documentación llegara pocos días después de cumplirse dos años de aquella gesta.


Dos años, ese era uno de los requisitos para recibir la condecoración: el expediente debía concluirse antes de dos años del hecho que motivaba la propuesta.
Y así se escribe la Historia. A pesar de haber salvado a –casi- una división, aquel combate quedó sin recompensa.


Pero la Historia a veces cambia. Eso fue lo que ocurrió en 1996.
Aquel año, una modificación legislativa habilitaba al Congreso de los EEUU a conceder de manera excepcional la Cruz al Servicio Distinguido aunque se hubiera excedido el plazo de dos años.
Aquello llegó a oídos de Lou Gregg, compañero de armas de Keiser, que le animó en 2001 a que retomara el expediente para recibir aquella distinción.


El Sargento Keiser no tomó demasiado interés. Sabía que aquel trámite sería largo, y él no necesitaba medallas que adornaran su pecho. Pero Gregg no podía –ni quería- admitir que lo que vivieron juntos en Corea quedara en el olvido.


Aquel expediente finalizó con éxito y en 2013 su viuda y su compañero de armas recibían en su nombre la medalla. El Sargento Keiser había fallecido años antes, una fría noche de diciembre de 2009.


Al recoger aquella cruz, habló su viuda, Pamela. Allí narró cómo Robert Keiser, que jamás había creído en Dios, abrazó la fe en el Paso de Kunu-ri. Y lo explicó de manera muy sencilla: sólo con la ayuda divina un hombre cansado, con frío y mal alimentado, es capaz de mover decenas de camiones y jeeps mientras te disparan dos regimientos del ejército popular chino.

“Notaba a Dios empujando conmigo” le confesó un día a su esposa. ¿Y qué dijo Lou Gregg durante el acto? Nada. Hizo el esfuerzo de permanecer firmes mientras Pamela recibía la medalla


Notaba a Dios empujando conmigo” le confesó un día a su esposa.
¿Y qué dijo Lou Gregg durante el acto? No dijo nada. A pesar de los achaques de su edad, hizo el esfuerzo de permanecer firmes mientras Pamela recibía la medalla.


Cerró los ojos y vio otra vez al Sargento Keiser moviendo –con una fuerza sobrenatural- aquellos camiones que impedían el repliegue de su división.
No temblaba ni en su rostro se reflejaba el miedo. Sabía que no estaba solo y en ese momento entendió por qué un día decidió falsificar sus informes médicos.


Robert Keiser podía haber sido un granjero feliz, pero eligió luchar en dos guerras. Prefirió el calor asfixiante del Pacífico y el frío de Corea. Eligió no dar la espalda a la Historia.
Aquella decisión salvó muchas vidas y seguramente también su alma.

 

*Experto en Seguridad y Geoestrategia.