| 24 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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La gran riada de 1957

Fue en realidad dos: una en la noche del 13 al 14 de octubre y otra, todavía más grande, en la tarde del 14.

La historia de la ciudad de Valencia ha estado ligada, desde su fundación, con la del río Turia. Referente topográfico por excelencia de la capital valenciana, sus aguas regaron durante siglos su fértil huerta. Pero además de estas oportunidades económicas, la larga vecindad del río también constituyó una inseguridad. El Turia, sangrado por las acequias, solía discurrir con escaso caudal, pero era una amenaza durmiente: sus prolongados estiajes eran salpicados por excepcionales crecidas e inundaciones cíclicas.

Frente a ellas, la ciudad procuró su defensa: la Fàbrica de Murs i Vsall reforzó los márgenes del río con sillares de piedra para canalizar y contener las aguas, unas obras cuyos restos son aún visibles. Pero en ocasiones, tal y como recogieron las crónicas de siglos pasados, la furia de las aguas superaba los pretiles e inundaba la ciudad.

Son muchos los ejemplos que podemos ofrecer al respecto, pero fue a mediados del siglo XX cuando estos destrozos alcanzaron la mayor magnitud. De hecho, el Turia ya avisó en 1949 con una crecida que causó la muerte de 41 personas. Según la prensa de la época, las aguas arrasaron unas 2.000 chabolas, construidas en el lecho del río como solución habitacional de muchas familias con dificultades económicas. Por este motivo a esta inundación se la conoce también como “la riada de les barraques”. Pero lo peor estaba por llegar y las medidas defensivas que se adoptaron entonces, un nuevo pretil y el azud de Rovella, no sirvieron de nada.

La gran riada de 1957 fue en realidad dos: una en la noche del 13 al 14 de octubre y otra, todavía más grande, en la tarde del 14. Aquel mes de octubre fue particularmente lluvioso, de forma que cuando el día 12 comenzó a llover de forma torrencial, el suelo estaba saturado de agua. En apenas 24 horas, cayeron nada menos que entre 600 y 800 l/m2 en el curso medio del Turia. A la altura de Valencia, se alcanzó un descomunal volumen de agua de 2.700 m3/s.

La primera avenida, al llegar de noche, fue la que causó el mayor número de víctimas mortales. Horas más tarde la riada alcanzó un nuevo pico porque el día 14 llovió de forma muy intensa justo en la parte baja del río, lo cual aumentó todavía más el caudal hasta los 3.600 m3/s. Un temporal de granizo y viento azotó la ciudad y el mar. A pesar de que esta segunda avenida fue más grande, al producirse durante el día y con la población ya en alerta, causó menos muertos.

Las aguas del Turia, del Palancia, del barranco del Carraixet y de la Albufera se desbordaron. El propio alcalde Tomás Trenor Azcárraga, II marqués del Turia, se quedó aislado junto con el gobernador civil y otras autoridades en la Comandancia de la Marina durante horas, al haberse trasladado allí para auxiliar a los habitantes de Nazaret, zona sobre la cual se esperaban las peores consecuencias. No pudo ser rescatado hasta la mañana siguiente.

La gran riuada o simplemente, la riuà, dejó tras de sí estampas inolvidables, como la del puente de Aragón superado por las aguas. El fotógrafo valenciano Antonio Ferri inmortalizó muchas de las escenas de los destructivos efectos del agua durante la mañana del 14 de octubre, conformando un valioso testimonio gráfico de lo ocurrido.

La desatención de la limpieza del cauce del río durante siglos provocó que con el paso del tiempo su fondo creciera en altura, hasta situarse por encima de una amplia zona de la ciudad. Esta circunstancia provocó efectos devastadores. Las aguas superaron las defensas antiguas y el alcantarillado agravó los daños al funcionar como surtidor y no como desagüe.

En Marchalenes y Tendetes el agua subió hasta los tres metros, con un récord de cinco en la calle Doctor Olóriz. Una situación que contrasta con la del núcleo antiguo de la ciudad romana en torno a la catedral, que quedó a salvo de la crecida, al situarse en un emplazamiento idóneo.

La ciudad quedó paralizada. No había luz, ni agua potable. El alcantarillado quedó completamente cegado. Los tranvías urbanos seriamente dañados. Todas las líneas telefónicas, a excepción de una, cayeron. Hasta los aviones tuvieron dificultades para aterrizar y las primeras ayudas tuvieron que llegar a través del puerto.

Se estima que en la provincia murieron alrededor de un centenar de personas, la mayor parte de ellas en la ciudad de Valencia. Los daños materiales fueron masivos: 6.000 millones de pesetas de la época. Una «catástrofe sin precedencias en el más rico vergel de España», como así la calificó el NODO (n. 772 A; 21-X-1657).

La  riuà convulsionó políticamente la ciudad, pero como veremos posteriormente, también generó una admirable reacción cívica y de solidaridad en todo el país, así como un deseo de recuperación y modernización, sobre el cual se construiría la Valencia del siglo XXI.

*Doctor en Historia.