| 27 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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Ludibrio de la grandeza

La soberbia humana, que siempre anda buscando por dónde asomarse, ha dado en ridiculizar a los grandes personajes actuales o históricos...

| J. V. Yago Edición Valencia

La rebelión de las masas ha degradado a la humanidad como el arador de la sarna degrada la piel: minándola por debajo de la superficie. No ha sido una revolución, como la francesa o la industrial, espectaculares y aparatosas, que lo trastocaron todo, sino una rebelión, un amotinamiento sordo, interior, del yo contra el super-yo, de la bestia contra la razón, de la carne contra el espíritu.

No ha traído nuevas depravaciones —algo prácticamente imposible—, sino un cambio en la forma de combatir el sentimiento de culpa. La masa rebelada ya no se arrepiente: cohonesta; utiliza el relativismo para vestir de acierto el error, para disfrazar de bueno lo malo. Engaña la conciencia —la confunde, al menos—, y así evita las complicaciones y el esfuerzo. He aquí el arador que le pudre la dermis, que le va socavando el envoltorio. Es un cambio soterraño y radical que tiene muchas facetas, matices poco menos que infinitos el menor de los cuales no es, en absoluto, rebajar la grandeza.

La masa rebelada se mitiga el adocenamiento y nos toma por tontos caricaturizando lo insigne, lo ilustre, lo prócer. La soberbia humana, que siempre anda buscando por dónde asomarse, ha dado en ridiculizar a los grandes personajes actuales o históricos, creyendo que la sola intención de aplebeyarlos basta para conseguirlo. Así ocurre, por ejemplo, con los Reyes Magos de los anuncios navideños, que ora parecen catetos apabullados por la ultramodernidad, ora perfectos activistas de la rebelión.

 Los niños aparecen dando lecciones a los padres —no en vano los educa el Estado—, y los personajes ilustres neutralizan su grandeza con una enorme joroba friki

Se ofrece a la muchedumbre la imagen de unos Magos avillanados, intrascendentes y despojados de su dignidad. Sin grandeza. Y lo malo es que la maniobra resulta; que a los espectadores, rebelados en su mayoría, le parece gracioso el exabrupto, el rebajamiento, la burla publicitaria; tanto que no perciben la parte que les toca. Mofa de los Reyes y befa del público, carambola mediática imposible antes de la rebelión, y habitual después. Reyes Magos, padres, personajes de la política, la cultura, y el deporte, profesores, médicos... convertidos en hazmerreíres, apeados de su conspicuidad para que no desdigan junto a la montonera palurda.

La rebelión ha puesto de moda el atontamiento cinematográfico y publicitario de la grandeza; e incluso, llevada por la inercia, el atontamiento del mismísimo populacho. El tipo que pone un lavavajillas o una lavadora —el que contrata una hipoteca, el que vende su coche— sale como un atontado, como un gracioso que implora el beneplácito de la chusma. Se trata de rebajar, de abufonar para igualar a grandes y pequeños.

Se trata de rebajar, de abufonar para igualar a grandes y pequeños

Después de la rebelión ya no hay clases, y la caricatura lleva disuelta una parte de nihilismo y otra de iconoclasia. Los niños aparecen dando lecciones a los padres —no en vano los educa el estado—, y los personajes ilustres neutralizan su grandeza con una enorme joroba friki.  El hombre- masa es consciente de su vulgaridad y la impone porque se sabe inferior; pero no le basta imponerla para mitigar su complejo, y añade a la fórmula una cucharada sopera de relativización, rebajamiento y ludibrio de la grandeza.