| 18 de Abril de 2024 Director Benjamín López

× Portada España Investigación Opinión Medios Chismógrafo Andalucía Castilla y León Castilla-La Mancha C. Valenciana Economía Deportes Motor Sostenibilidad Estilo esTendencia Salud ESdiario TV Viajar Mundo Suscribirse

El fin del fútbol

El gusto de la gente cambia con las épocas, y una juventud atropellada, nerviosa, insatisfecha e inmadurísima está destronando, arrumbando en la noche de los tiempos al futbolorro.

| YAGO Edición Valencia

Cuando se atisba un rayo de luz en la negra espelunca viral; cuando hay vislumbres de solución para la epidemia, el fútbol europeo —ese pingüe negociote que se hace con la ignorancia popular— ha realizado una encuesta, quizá por motivos económicos —averiguar si los pardillos que abarrotaban los estadios conservan su candor—, quizá por mera curiosidad —comprobar si el deporte sigue teniendo rey o, como la España, se ha vuelto república sin darse cuenta—, y el resultado ha sido bastante descorazonador: el fútbol ya no significa nada para el cuarenta por ciento de los jóvenes europeos.

Casi media Europa del futuro inmediato vive como si el fútbol no existiera. El fútbol —noventa minutos de monotonía sobre hierba— resulta insufrible para un mocerío habituado al cambio continuo y al aturdimiento de la multitarea. No aguantan un partido de hora y media como no aguantan una clase de la mitad, una conferencia de diez minutos o una empollada sin música de fondo. Han dejado el fútbol por lo mismo que dejaron el blog y el facebook: demasiado lento y demasiado reflexivo.

La cosa va de Instagram y tiktok: pura visualidad, puro instinto, pura improvisación. Encefalograma plano.

Ver un partido exige valorar jugadas, conocer antecedentes, aventurar consecuencias, prestar atención. Insoportable. La cosa va de Instagram y tiktok: pura visualidad, puro instinto, pura improvisación. Encefalograma plano. Así que los partidos de fútbol, aunque se acorten, ya no les interesan. El fútbol ha empezado a ser de otro tiempo. Se ha vuelto antiguo. Está desfasado. El gusto de la gente cambia con las épocas, y una juventud atropellada, eléctrica, nerviosa, impaciente, insatisfecha e inmadurísima está destronando, arrumbando, hundiendo en la noche de los tiempos al futbolorro.

Un cuarenta por ciento de jóvenes fuguillas que intentan prolongar lo efímero multiplicándolo, compensar la escasez de tiempo con un programa inabarcable y sustituirse la espiritualidad con hiperactividad.  Un cuarenta por ciento de jóvenes para quienes un partido de fútbol es tan aburrido y desesperante como una película del siglo xx. Hay pausas, y ellos no están preparados para saborearlas, para interpretarlas, para detenerse. Su vida es vorágine, huida, trepidación, una catarata de imágenes y estridencias que les oculta la tenebrosa oquedad, la caverna terrorífica de la intrascendencia.

Ni astros, ni pichichis, ni botas áureas: todo está en el cofre de las antiguallas, que se va cerrando.

La sociedad que viene, caprichosa, infantil y materializada, opta en porcentajes cada vez mayores por el vacío interior y el vértigo exterior; desdeña, presa del espejismo sensual, su mejor dimensión —la única perdurable— y trata de aferrarse a la vida terrena saltando sin cesar de liana en liana, rodando enloquecida en el carrusel de las diversiones rápidas y cambiantes. Ya no le va el cine con trasfondo ni la literatura con enjundia. Ni el fútbol. El fútbol está decayendo con la época. Periclitará velozmente y se unirá pronto al pokolpok y al harpastum en la inopia de lo perdido. Habrá otras cosas —ya las hay—, pero no serán fútbol. Serán electrónicas, virtuales, interactivas, tan engañosas como el fútbol, pero más entretenidas. Ni astros, ni pichichis, ni botas áureas: todo está en el cofre de las antiguallas, que se va cerrando.

Se dijo que a más incultura más afición al fútbol, pero ya no se dice; ahora la incultura es carne de casino electrónico, de red social, de perdición cibernética, de naufragio en el mar proceloso de internet. El fútbol —¡ay!— va formando parte del pasado más aprisa de lo que parece. Su vigencia es fugaz, como la de todos los engañabobos. ¿O pensabas que duraría mil años? Ha empezado el fin del fútbol, la postrimería de la chorrada más cara de la historia. Y para el cuarenta por ciento de la futura madurez europea terminó hace tiempo. No está en su vida. No cuenta en absoluto. Ha desaparecido. Es historia. Es pretérito. No es. Y los clubs lo saben. Una encuesta les ha leído el futuro en el presente para que vuelvan en su acuerdo, se aten los machos y vayan adaptándose a la marginalidad, a la minoría y al frikismo.

Para el cuarenta por ciento de la futura madurez europea el fútbol terminó hace tiempo. No está en su vida. No cuenta en absoluto. Ha desaparecido.

En breve compartirán espacio informativo con la petanca y las carreras de sacos, disputarán sus encuentros en solares de barrio y les alcanzará, cuando el patrocinador suelte la mosca, para la serigrafía, el flogoprofén y el champín de la victoria. Incluso puede que no advenga el fin definitivo del fútbol, sino el fin parcial, el recorte, la extirpación de su faceta contradeportiva, del tratamiento empresarial, en términos de victorias necesarias, títulos previstos y rendimientos obligatorios, que dan los clubs a lo que no puede ni debe ir más allá del ejercicio saludable y la competitividad confraternizadora. A lo mejor la creciente indiferencia que la juventud europea siente por el fútbol no provoca su desaparición como deporte, sino su reamateurización, su regreso a la nobleza y al ideal.

juviyama@hotmail.com