| 19 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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"Ricos"

El rico, que venía siendo un congénere más o menos generoso, adquiere rasgos vampíricos, parasitarios e infrahumanos.

| Juan Vicente Yago Edición Valencia

La ignorancia crece, la ignorancia campa, la ignorancia se ceba en esta Españona que sorbe falacias y embaula ruedas de molino. La ignorancia es independiente de la formación académica, por lo que la generación más preparada de la historia puede ser al mismo tiempo, sin contradicción alguna, la más ignorante.

Hay muchos y variados fenómenos que prueban esta circunstancia, como la recentísima encuesta donde un 80% de la población asegura que los ricos no pagan más impuestos. No resultaría extraño ni revelaría ignorancia que una mayoría tan amplia dudase de la igualdad ante la ley en cuestiones como la enseñanza del castellano en Cataluña o la financiación autonómica, pero poner en duda esta igualdad en la carga impositiva, donde se puede comprobar matemáticamente, induce al más amargo pesimismo.

Porque subterfugios, triquiñuelas y fraudes aparte —que los cometen todos, ricos y pobres, en cuanto hay ocasión—, un 4% de un millón es más dinero que un 4% de medio, así que paga más, con el mismo impuesto, el que más tiene. Pero en esto, como en tantos ámbitos —como la publicidad, por ejemplo—, los datos y los números han cedido el puesto a la ideología.

Que pague más cosas. Que suelte la pasta. Que nos ceda su casa y ahueque

La mancha de aceite marxistoide, como la del espectro de Canterville, ha reaparecido, y el rico, ahora, ya no tributa en función de lo que tiene, sino en función de la rabia que a los demás produce lo que tiene. Ya no es un ciudadano adinerado, sino un maldito capitalista, un cochino acaparador que no reparte.

Ha vuelto el comunismo rancio; el espíritu del 17 ruso; la carnemomia bolchevique y leninesca, rehidratada con el suero de la ignorancia y galvanizada con la chispa de la envidia, para que resurja el primitivismo y la lucha de clases.

Adiós a la igualdad en la racionalidad. Adiós al equilibrio, a la proporción y a la ley. Llega el comité y el politburó; llega la junta popular —los vecinos amotinados, con los bieldos en alto—; llega de nuevo, inexplicablemente, cuatro generaciones después, la segunda republicona, esta vez sin disfraz de libertad y democracia, para exigir a grito pelado el expolio de los propietarios —como halago al populacho— y realizar a tapujo limpio el acoso al cristianismo —verdadera y única meta de todos los comunismos—.Una regresión en toda regla, que quizá no sea tan inexplicable como aparenta.

Llega de nuevo, inexplicablemente, cuatro generaciones después, la segunda republicona, esta vez sin disfraz de libertad y democracia

El espíritu crítico agoniza, y en su ausencia prolifera la irracionalidad, el mito, la fantasmagoría y la cara dura. El rico, que venía siendo un congénere más o menos generoso, adquiere rasgos vampíricos, parasitarios e infrahumanos. El soviet, la comisión, el garito lo acusa de originar todos los males y pide para él un trato especial, una condena fiscal, un impuesto a medida, un sablazo ejemplar. Que pague más cosas. Que suelte la pasta. Que nos ceda su casa y ahueque. Desde la negra espelunca de la ingeniería social se vuelve a demonizar al rico —corrupto, explotador y chafacuellos por designio cupulotruenista—, y entre la garullada inmensa que forman los ignorantes arraiga enseguida la demonización, la ingeniería, la patraña y el trotskismo.

Queda guay la flámula tricolor en el cuarto; queda in la pulserita/emblema/distintivo lobby; queda top ser inclusivo, enseñaculivo, empoderativo y politicorrecto. Delante una ebau de catorce y un carrerón destilado en el internacionalísimo y despiporrísimo Erasmus; detrás una ignorancia clamorosa, una cultura de series, best-sellers y cine subvencionado, una mentalidad gregaria y cobarde. Un escaparate fastuoso y una trastienda miserable. Un pensamiento enteco. Los llevan, tan «preparados» como están, al mismo huerto que llevaron a sus bisabuelos, con una diferencia bochornosa: que aquéllos, muy inferiores académicamente, se dejaban engañar a cambio de satisfacer inquinas y rijosidades; y sin embargo éstos, con todo su titulamen, siguen la corriente a cambio de nada.

Tiran del carro, sirgan como posesos, hunden sus zancarrones en el fango y alargan el cuello en pos de la caja libertina, consumista, pizpireta, pueril, fantástica, vacía que les venden. Tanto que saben, tanto que aprueban, y les endosan, con menos esfuerzo que antes, el mismo burro matalón del 31. Es el detalle que Ortega no previó: que la masa rebelada chorrearía másteres y doctorados; que la vulgaridad popular exudaría sobresalientes; que la ignorancia extrema saldría, como ha dicho nosequién, de las universidades.

Han apelado a la envidia tradicional, a la irracionalidad secular, a las pasiones elementales de toda la vida y les han vuelto a timar con el cuento de los ricos y los pobres. Gente sin principios y con poco y desaprovechado estudio ha convencido a gente bachillerísima, ingenierísima y tituladísima de que los ricos no pagan más. Y nosotros aterrados por el cambio climático.