| 27 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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La decisión de emigrar...

Se dice fácil: hacer maletas, tomar el avión y emigrar a otro país para vivir experiencias como estudiante, trabajando en lo que sea, o bien, empezando un proyecto de vida con otra persona

| Margarita Morales Edición Valencia

Emigrar implica tantas y tantas cosas que cuando uno toma la decisión de irse a otro país, no imagina lo que se va a encontrar, menos qué tanto le va a cambiar la vida, sobre todo cuando en la maleta se echan sueños e ilusiones por el inicio de una nueva vida que conlleva una realización personal y, por qué no, hasta profesional.

El cambio es brutal: otra cultura, otras costumbres, gastronomía diferente, estilo de vida, clima, otra forma de ser de la gente, nueva familia y amistades,  incluso cambios de palabras en el vocabulario, porque aunque se hable castellano, éste tiene sus diferencias. Tantas y tantas cosas cambian en nuestra vida cuando uno emigra, que algunas resultan buenas y positivas, pero otras difíciles y negativas.

Inevitablemente llega un momento en que se hace un balance y surge la pregunta que hace pocos días me hizo un amigo: que si me arrepentía de haber emigrado de mi país.

No dudé en decirle que sí… Emigré porque me casé con un valenciano, con quien tengo una hija española, y hasta aquí todo bien. Me vine por amor, como muchas mujeres de otros países que se enamoran de un español y deciden dejar todo por una nueva vida.

Sin embargo una cosa es el amor y otra es la realidad que vas viviendo en el nuevo país. Así que no tengo empacho en afirmar que “sí me arrepiento” de haber dejado mi país, porque allá estaba mejor de lo que estoy ahora aquí.

Aclaro. España es un país que desde niña me atraía mucho. Me gusta, le tengo cariño, lo he disfrutado y conocido a mi manera y sus fiestas y tradiciones me encantan, pero no puedo negar que me provoca mucha tristeza y decepción el no haber encontrado una buena oportunidad profesional, en un país que, se supone, “puede estar mejor que el mío”.

Esto es algo que no se lo creen muchos españoles cuando te hacen la pregunta de “si te arrepientes de…”, porque consideran que España “está muy bien”, o porque desgraciadamente, ante la ignorancia de muchas personas que sólo conocen lo que tienen enfrente, creen que todos los inmigrantes venimos huyendo de la “pobreza” de nuestros países, o que todos los países de América están muy por debajo de éste.

Y no, no todo aquel que llega a España viene huyendo de condiciones críticas de su país. No dudo -porque lo sé- que muchos inmigrantes han dejado sus países en busca de oportunidades laborales y de mejores condiciones de vida que las de su tierra,  pero no todos los estamos en la mima situación.

Sin embargo, de alguna forma todos tenemos que pagar el precio de haber emigrado.

Puede que España ofrezca mejores condiciones de vida que otros países, en cuanto a bienestar, seguridad, educación, sanidad y otros temas se refiere. Puede ser, pero cuando la crisis reventó, todos esos beneficios se vieron alterados, de tal manera que no sólo la sociedad española, se vio afectada, sino también la clase inmigrante, a la que se le cerraron no sólo oportunidades de trabajo, sino de un futuro en este país, tanto que muchos no dudaron en regresar a sus países de origen, o en aceptar cualquier tipo de trabajo, si es que lo encontraban o se los daban.

La crisis económica no sólo sacudió sectores como la construcción, los medios de comunicación y otros más, sino que fue más allá: desestabilizó familias ante la pérdida de empleo por parte de algunos miembros, y tanto españoles como inmigrantes han tenido que buscar y aceptar cualquier tipo de trabajo que surgía: mal pagado y en no muy buenas condiciones. Otros se vieron orillados a regalar su trabajo, para “hacer méritos” con miras de ver si los tomaban en cuenta para un
puesto.

Los españoles en el paro han hecho lo que les corresponde para encontrar empleo; los inmigrantes profesionistas con un amplio currículum y trayectoria en sus propios países -entre los cuales me
incluyo- han tenido que incursionar en otro tipo de trabajos, que seguro jamás habrían hecho en su propio país.

Experiencias personales

Mi caso personal seguro es como el de muchos extranjeros con título universitario y con la homologación del mismo por parte del Ministerio de Educación de España: nos hemos visto orillados a incursionar en sectores laborales que quizá nunca habríamos pensado.

No sé los demás, pero yo reconozco que sí me arrepiento de haber dejado mi país, porque mi vida profesional se truncó en esta zona donde vivo y donde he tocado muchas puertas y ninguna –dignamente- se me ha abierto.

A tal grado –cito como ejemplo concreto- que una entrevista que tuve con el director de un diario valenciano, me sorprendió cuando me dijo que “mi problema para darme trabajo era…. ¡mi castellano!”.

Ni mis años de experiencia, ni la homologación del título, ni la disponibilidad personal, ni nada de nada valieron para que el director de ese diario, me diera una oportunidad, aun cuando él mismo autorizó en algunas ocasiones que se me publicaran varias entrevistas que llegué a hacer y que las ofrecí de manera gratuita como colaboradora.

Me pareció incongruente ese argumento, sobre todo porque yo no solicitaba trabajar la nota dura, donde sé que el valenciano -lengua que no domino-, sería el primer inconveniente, pero aun así, había secciones en las cuales se trabaja el periodismo a otro ritmo.

Después de este intento, vinieron más en otro tipo de empresas, pero ante la negativa (o mala suerte), entendí que en tiempos de crisis, a quienes primero les darían una oportunidad, serían a las personas originarias de la ciudad, que también están necesitadas de trabajo.

Decepcionada por ver que mi búsqueda de trabajo no tenía frutos, empecé a buscar empleo en lo que fuera, pues sólo quería trabajar, ganar mi propio dinero, sentirme útil. Motivos para no darme una oportunidad hubo varios: cualificada de más para ciertos puestos y el valenciano no lo hablaba (que no en todos los trabajos lo piden tampoco). Lo que haya sido… ¡suerte no ha habido!

Me cansé de estas experiencias y me empecé a dar cuenta que la decisión de haber emigrado la estaba pagando y muy caro. Sin embargo seguí en la búsqueda de empleo, a veces tranquila y otras veces desesperada, tanto que un día no me importó dejar mi currículum en una empresa de limpieza de oficinas.

“Sería una ironía que de ahí sí me llamasen”, me dije. Cuál va siendo mi sorpresa que sí me llamaron. Acudí a la entrevista. El dueño de la empresa repasó mi currículum y sorprendido dijo, a manera de disculpa, que el sueldo era poco y que le sabía mal dar trabajo a una profesionista con la trayectoria que yo traía.

Tuve que decirle que esa trayectoria aquí no me había valido de nada y que así como sabía hacer una entrevista o un reportaje, sabía también limpiar.

Quedó en llamarme para ver si había algo por donde vivo. No se tardó ni dos semanas cuando me llamaron para informarme que me daban trabajo para limpiar oficinas en polígonos cercanos a mi zona.

Acepté porque soy luchona y porque necesitaba sentirme activa fuera de casa. Aunque debo reconocer que no fue fácil hacerlo. Confieso que fueron días que con escoba o fregona en mano y lavando baños, tanto de hombres como mujeres, las lágrimas me invadían de la rabia, de la
decepción, de la frustración, sobre todo al recordar el nivel profesional que tuve en mi país y el nivel laboral que tenía ahora en éste.

No pude evitar pensar en mis padres: “si ellos supieran lo que hacía, seguro que no les agradaría”.  Sin embargo intenté verlo con otros ojos, porque el trabajo dignifica y lo hice lo mejor que pude, pese a que tenía un sueldo denigrante, incluso para quienes durante mucho tiempo se han dedicado a este tipo de trabajos. Los 5 euros por hora que pagaba la empresa, me parecieron no sólo una burla, sino una falta de respeto al trabajador en sí.

Aguanté seis meses, porque tampoco estaba dispuesta a quedarme ahí toda la vida. Iba de una empresa a otra. En unas, el personal me recibía bien y me trataba dignamente, en otras me veían como una inmigrante que venía de fuera sólo para limpiar.

A veces disfrutaba esas reacciones de la gente, tan llenas de prejuicios, porque me hacían reafirmar mi fortaleza y me indicaban que eso sólo era un aprendizaje más en la vida.

La experiencia daba como para escribir un artículo, sobre todo el día que me despedí de un director y un encargado de dos empresas pequeñas, a quienes les limpiaba sus respectivas oficinas. Les di las gracias por sus atenciones, les informé que era periodista y que estaba en búsqueda de trabajo. Les ofrecí mis servicios profesionales como gestora de redes sociales, porque casualmente ni una ni otra empresa estaban en redes sociales. Se quedaron sorprendidos y aceptaron mi currículum, sin que luego hubiera nada.

De todo un poco

A estas dos experiencias laborales le sumo trabajos de limpieza en casas, camarera, voluntaria en dos empresas de emprendimiento social, donde ejercí trabajo como periodista, pero sin paga alguna; redactora de portales en los que tuve que refritear noticias de otros sitios, pagadas en pocos euros y redactora de textos para páginas pornográficas. ¡Tal como se lee!

Todo esto lógicamente ha reafirmado mi arrepentimiento por una decisión mal tomada, mal planeada, porque aunque me vine a España por amor, la realidad de la vida diaria en este país, con una crisis económica que parece no tener fin, ha sido otra y muy dura.

Y por mucho que mi esposo siga a mi lado y no haya estado de acuerdo con todo los trabajos que he desarrollado, he tenido que pagar –y muy caro- el precio de haber emigrado. Él no ha dejado de animarme a seguir peleando por conseguir algo relacionado con mi profesión, pero yo ya siento cierta apatía al respecto.

Hay extranjeros que quizá han corrido con mejor suerte en el tema laboral, pero otros, como yo, la suerte ha brillado por su ausencia, pues ni aún con la nacionalidad española que tengo, he podido hacerme de un buen trabajo. Y sin “enchufes” -como dicen aquí- menos…

Este ha sido mi caso como inmigrante, como periodista. Hago pequeños proyectos digitales personales, para no “oxidarme”, pero no satisfacen una necesidad económica, como seguro les sucede a muchos otros periodistas. Sigo buscando trabajo, ya no como periodista, sino en otros sectores. Esperemos y las cosas cambien algún día…