| 18 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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¿A quién beneficia la caza?

La caza en sí misma es una actividad esperpéntica. Es una oda a la usurpación. Usurpación de la vida, de la biodiversidad y del uso de los espacios públicos

| Raquel Aguilar * Edición Valencia

Esta semana hemos tenido que asistir a dos episodios espeluznantes protagonizados por cazadores.

En realidad, la caza en sí misma es una actividad esperpéntica. Es una oda a la usurpación. Usurpación de la vida, de la biodiversidad y del uso de los espacios públicos.

De la última estadística publicada por el Ministerio de Agricultura, que recoge los datos de 2018, existe un registro de más de 19 millones de animales de todo tipo (ciervos, jabalíes, conejos, palomas,...), ejecutados por cazadores en nuestro país durante ese año. Esta cifra no incluye los ajusticiados en Cantabria y Canarias, que no aparecen en la estadística. Así que a cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad esta escandalosa cifra de muertes no puede dejarle indiferente.

No obstante, este goteo continuo de más de 5.000 víctimas diarias, que agonizan en el campo, anónimas e invisibles a nuestra actividad cotidiana, se hacen de pronto evidentes cuando tienen nombre, cuando su vida es más próxima a la nuestra, cuando conocemos su historia.

Y esto es lo que ocurre con los dos terribles casos que estos últimos días hemos conocido.

El primero, el de Jack, un perro feliz al que habían adoptado 9 años atrás. Hace dos domingos paseaba junto a su familia  por una pista forestal cuando un individuo le destrozó la cabeza de un disparo, ocasionándole la muerte y dejando destrozada a su familia que presenció la macabra escena.

El segundo caso tuvo como protagonista involuntario a un hombre que, mientras estaba recogiendo piñas en el monte el fin de semana pasado, recibió el disparo de un cazador que le arrebató la vida. Al parecer el  escopetero escuchó que algo se movía en unos arbustos y disparó, sin comprobar quién producía ese ruido. El resultado, otra vida truncada y otra familia destrozada para siempre.

Estos dos casos son una evidencia más de que los argumentos de quienes hacen de la muerte un modo de diversión son insostenibles.

El que con mayor énfasis esgrimen es su presentación como garantes de la preservación de los ecosistemas. El falaz e incansable mantra con que se autoatribuyen trabajar por mantener el equilibrio en nuestros montes mientras los siembran de muerte.

Sin embargo, hechos tan lamentables como estos, y que no son aislados, demuestran que el único objetivo de quien caza es disparar a matar.

Y esa supuesta bandera en defensa del medio ambiente, no solo es insostenible, sino es una argucia que oculta lo contrario. Y para ello, simplemente voy a lanzar tres cuestiones al aire:

  1. ¿Dónde están los estudios científicos de campo, eleborados de forma objetiva y rigurosa, que demuestren de forma fehaciente el número de animales presentes en una zona, para cada una de las especies que está permitido cazar? Porque supuestamente, en base a estos estudios se establece que existe superpoblación de determinados animales y por eso se vuelve imprescindible cazarlos, bien sea destrozarles a balazos, con machete o desgarrados por los perros, animales también utilizados, en este caso como armas de matar.
  2. Si la función es “eliminar” el excedente de animales que provocan las “sobrepoblaciones” que ocasionan los “desequilibrios” en los ecosistemas, ¿por qué en 2018 se soltaron casi 3 millones de animales al monte, de todo tipo, (ciervos, jabalíes, conejos, palomas,…) para ser cazados? Si hay tantos animales que “sobran” en el monte, ¿por qué es necesario tener granjas donde se críen estos animales para soltarlos en el monte y cazarlos? ¿Y qué pasa con esos que se sueltan que al final se escapan y no se cazan? ¿Se está favoreciendo su reproducción en el monte, incrementando las poblaciones de los animales que supuestamente sobran para poder seguir diciendo que sobran y poder seguir cazándolos?
  3. Si la caza es selectiva, ¿cómo son posibles los “accidentes” que todos los años se cobran también la vida de humanos a los que se ha disparado, por ejemplo, confundiéndolos con un jabalí? O, siguiendo con otro ejemplo, ¿quién garantiza que durante el crepúsculo, en que se puede cazar, se dispare en un humedal a un ave considerada “cazable” y no se confunda con otra perteneciente a la misma familia, y que sin embargo esté protegida? Ornitólogos expertos me han comentado que ellos no podrían distinguirlas.

La caza es el problema, no la solución.

Afortunadamente, el número de personas que deciden cazar desciende año tras año. Y el de quienes no se dejan engañar, es cada vez mayor.

Ahora solo falta que nos expliquen quienes son y por qué les siguen permitiendo, a ese apenas 3% de la población que tiene licencia para matar, que tengan privilegios sobre el 85% de nuestro territorio.

 

*Coordinadora provincial de PACMA en Valencia