| 25 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Imagen de los docks de Valencia.
Imagen de los docks de Valencia.

El Ágora de la capitalidad mundial del diseño: todo un símbolo

Ocho mil expedientes atascados en las oficinas municipales de Licencias son indicadores de esa mezcla de ignorancia y soberbia de tan perniciosos resultados para Valencia y los valencianos.

| José María Lozano Edición Valencia

Ironizaba ayer La Mirilla de ESdiario con el número de días que restan para la primera mascletá en la Plaza del Ayuntamiento y el número de roblones o tornillos que quedan por remover para el desmontaje definitivo de su esqueleto.

Con independencia de su calidad objetual, el pabellón con el manido nombre griego para connotar tal vez -y a la vez- espacio público y mercado, y hasta ese “espacio para la meditación silenciosa” con el que la RAE -siempre la RAE- ejemplifica en segunda acepción, ha acabado caracterizado por las cifras.

Cifras triunfalistas y aparentemente dopadas las de participantes, visitantes y viajeros por tal motivo que sus responsables difundieron a bombo y platillo, pasado el verano y con el pescado ya vendido. Incluso ciertas, no dejan de ser humo de pajas.

Reducidas, casi enanas, las de inversión privada o las de retorno a las empresas valencianas del sector. Desmesuradas, en consecuencia, las aportadas por Ayuntamiento y Gobierno autonómico (con la complacencia del gobierno central y del inefable Iceta). Inexistentes las de impacto directo en la población, reflejadas mediante el concurso de métodos reales y objetivos de participación ciudadana (que es más que un simple mantra). Reiterativas, rayando lo fraudulento, algunas de contrataciones o viajes, la del elevado sueldo anual del Director y las percibidas simultáneamente por su empresa mediante acuerdos sin publicidad.

En un acto propio de esa chulería de la improvisación y la ineficacia que es la política de Ribó, a menos de diez días y a más de mil tornillos de la primera mascletá fallera, el pabelloncito elevado a la categoría de ágora, es todo un símbolo.

¿A quién le importa -otra vez Alaska y la movida- dónde vaya ahora? El pabellón errante que anunciaron albergaría La Marina desde el pasado noviembre, no tiene destino conocido. Tampoco entonces se precisó su uso futuro, ni los costes de traslado o los de mantenimiento. La misma Marina de gestión errática, con su órgano de gobierno en autoliquidación tras su extinción de hecho. Un disparate que naturalmente ha quedado en el olvido.

¿A quién le extraña? Me pregunto yo. Habituados a esa banalización del servicio público que consiste en hacer pasar las ideas por los hechos. Gobernar por y para la ideología. Que es el mayor desprecio al ciudadano al que presuntamente representan los gobernantes.

¿A quién le sorprende? Sigo preguntándome. Damnificados de la sarta de vulgaridades falsedades, torpezas y maldades con la que legisla el gobierno central, y de sus nefastas consecuencias de todo orden. O silencio de los corderos, o sonríe ya se van.

El cine Metropol, las naves de Zaidía y ahora el Tinglado nº 4 o los Docks, son los indicadores de los ocho mil expedientes atascados en las oficinas municipales de Licencias que indignan a la Asociación de Afectados por los Retrasos que preside el arquitecto Alfredo Burguera, irritan al gremio de promotores, constructores y comerciantes y espantan al inversor externo. Son también indicadores de esa mezcla de ignorancia y soberbia de tan perniciosos resultados para Valencia y los valencianos.

Molesta tener que decirlo. El doliente pabellón es el mejor símbolo de la falta de respeto y de eficacia, del estar a otra cosa, del desprecio por los intereses colectivos. Del gobierno de las ideologías.