| 24 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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Sin esperar nada a cambio: la historia de Pegonet

Lo vi por primera vez en el interior de la zanja de una obra. Estaba muy delgado y tenía los ojos mal. Tras cinco días de hospitalización, lo recogí de la clínica

| Raquel Aguilar * Edición Valencia

Este de la imagen es “Pegonet”.

Lo vi por primera vez en el interior de la zanja de una obra, cerca de mi casa. El día de antes había sido ventoso y lluvioso y el animal no tenía buen aspecto. Además, en breve aparecería Negrita, la gata a la que alimenta todos los días Miguel y no era buena idea que se quedara allí.

Así que salté a la zanja y, sin demasiado esfuerzo, lo cogí, indicio de que algo no iba bien.

Estaba muy delgado y tenía los ojos mal. En cuanto llegué a casa y se los pude examinar mejor, vi que tenía unos abscesos de pus, así que contacté con una clínica veterinaria especialista en aves y tras una primera consulta, decidimos que se quedase ingresado.

Tras cinco días de hospitalización, lo recogí de la clínica. Debía suministrarle antibiótico vía oral y una pomada ocular tres veces al día y, si todo avanzaba sin complicaciones, llevarlo a revisión cada semana.

Poco a poco Pegonet fue ganando peso y sus ojos mejorando.

Así pasaron cinco semanas. Encerrado en el baño para no caer en la garras de Rodrigo y Elvira, que hicieron no pocas horas de guardia ante la puerta.

Cinco semanas preocupada porque sabía que, aunque físicamente mejoraba por días, estaba y se sentía solo. Necesitaba relacionarse con otros de su especie.

El único contacto que tuvo durante su recuperación fue con humanos, en casa o en la clínica. Humanos que le manipulábamos, suministrábamos medicamentos, comida y agua y tratábamos de que se recuperase pronto, pero al fin y al cabo, bajo su perspectiva, humanos que le teníamos atrapado y le molestábamos, a saber con qué intenciones.

Uno de mis objetivos fue evitar establecer vínculos con él. Así que su experiencia le llevó a odiarme y me alegro de que así fuese, pues era la única garantía de que cuando saliese a la calle desconfiase de las personas...porque, sinceramente, con ellos no somos de fiar.

Llegadas las cinco semanas, dado su incremento de peso, la recuperación de los ojos y los vuelos que iba levantando, pareció el momento oportuno de devolverle la libertad.

La verdad es que es una decisión que genera incertidumbre y tensión, ya que te lo juegas todo a una carta...si no está preparado, posiblemente no lo puedas volver a coger y es probable que no tenga el final por el que has peleado. No obstante, hay que decidirse.

Escogí un día “bueno”. Sin lluvia, sin viento, ni previsión de que las condiciones cambiasen esa semana.

Salí temprano, para que el día le “cundiese” en su adaptación y lo llevé a un jardín cercano al lugar donde lo recogí, porque si era capaz de encontrarse con alguien de su familia, debía ser por aquella zona. Un sitio tranquilo, relativamente alejado de áreas de paso de vehículos, no demasiado bullicioso, con una fuente de la que poder abastecerse de agua y otras palomas con las que poder socializar.

Una vez en el lugar elegido, dejé la caja en que lo llevaba en el suelo, la abrí y me retiré. Primero asomó la cabeza con asombro...imagino que después de más de un mes encerrado bajo la cubierta de un edificio, el aire libre le era extraño. Tras un par de minutos, subió de un salto al borde de la caja y, sin pensárselo mucho, voló  hasta donde estaban el resto de palomas y, como si sólo se hubiese ausentado un rato, se integró y comenzó a imitarlas.

Fue agradable ver con qué facilidad podía recuperar su vida, desde donde la había dejado.

Dos semanas después de haberlo liberado, tuve la suerte de volver a verlo. Justo en la misma calle donde lo recogí. Formaba grupo con otras tres palomas.

Evidentemente no me reconoció (no esperaba que lo hiciese), pero fue todo un regalo saber que había salido adelante. Si durante esas dos semanas críticas había sido capaz de sobrevivir, ya no había de qué preocuparse. Sólo desearle una vida larga, en libertad y sin ningún incidente que le haga sufrir.

Cuando pienso en ese día, automáticamente se dibuja una sonrisa en mi cara.

Y es así como entiendo el respeto por los otros animales. No buscar un interés propio, no tratar de obtener un beneficio de ellos, no verlos desde mi perspectiva humana.

Da lo mismo el dinero invertido, las visitas a la clínica, las horas de cuidados, las molestias en casa, las preocupaciones,...no espero nada a cambio. Sólo importa una cosa: saber que en algún lugar, alguien, un ser único e irrepetible, en este caso Pegonet, sigue disfrutando, con dignidad, de aquello más valioso para él. Su propia vida.

 

*Coordinadora de PACMA en Valencia