| 10 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Costumbres de la Navidad de los 70

Ya no nos acordamos de cómo vestíamos nuestras casas, no las decorábamos. No había viajes ni celebraciones fuera de casa. Como este año

| Sagrario Sánchez Edición Valencia

Esta Navidad, con sus características y circunstancias especiales, diferentes, me ha hecho recordar algunas costumbres muy nuestras, tradicionales que poco a poco la sociedad de consumo nos ha hecho ir cambiando, y nosotros, como seres receptivos, hemos ido olvidando y asumiendo las que a través de los medios y la globalización nos han ido imponiendo otras culturas.

Por ello quiero ayudar en este relato a recordar algunas actividades previas a los días de Navidad que realizábamos en buena parte de los hogares, por lo menos los del medio rural, y que se transmitía a través del trabajo y la sabiduría de nuestros mayores, los abuelos, a los que les debemos tanto, y no podemos olvidar nunca.

Porque ya no nos acordamos de cómo vestíamos los hogares, no los decorábamos,  tal concepto no existía sobre los años 70 todavía. A los yayos les correspondía colaborar en la parte natural de la preparación del belén, y parte de su montaje: traían el pino del campo, proporcionaban el corcho y las maderas para las montañas, el musgo, las piñas, los cristales para los riachuelos, formaban con todo ello el portal, y dejaban preparada la estructura, para que luego nuestras abuelas y madres, pusieran con la ayuda de nosotros, los menores, las figuritas, comenzando por el nacimiento y la estrella, siguiendo por los pastores, las ovejas y cabras por la montaña, el rio con papel de plata de los chocolates ( todavía no existía el de aluminio), …para concluir con los Reyes Magos, y el niño Jesús. Aún no había llegado el árbol de Navidad.

Otra parte importante, que requería de trabajo y laboriosidad, era la elaboración de los dulces típicos, como los pastes de boniato o el turrón de guirlache.  Aquello sí que era un manjar, rico y totalmente natural con materias primas de la cosecha de casa, al que nuestras abuelas  dedicaban varios días.  

Comenzaba por la elaboración de la confitura de boniato,  luego la masa, y lo mejor, la cocción en el horno del pueblo, por supuesto de leña, al que acudían las señoras, previa cita, con delantal blanco y un capacito de mimbre todo vestido con mantel de hilo y entredoses, las más pudientes, o más sencillo de algodón, las otras. Y el resultado un rico postre de mayores dimensiones que los actuales, que nos permitían incluso deleitarnos más de una merienda, pastel en mano.

Aquellas Navidades tenían mucho encanto, eran de familia, amigos, de cercanía,  de reuniones en casa, de estrenas a los hijos y nietos, y como colofón a estos días los Reyes Magos, que llegaban mayoritariamente el día seis por la mañana, contra más pronto mejor, de manera que les diese tiempo de llevar los regalos a sus Majestades a todos los niños.

No había viajes, ni celebraciones fuera de casa, la televisión nos hacía los programas de aquí, y nos enseñaba lo nuestro, por ello no añorábamos nada. Disfrutábamos y mucho con lo poco que teníamos, comparándolo con lo actual, y éramos verdaderamente felices.

Moraleja: retomemos este año nuestras costumbres y tradiciones, que desde siempre han sido el alma de nuestra vida, nos han hecho felices, nos han construido como pueblo,  y en esta Navidad nos ayudarán a sentirnos mejor. Recordarlas para poder transmitirlas.