| 16 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

× Portada España Investigación Opinión Medios Chismógrafo Andalucía Castilla y León Castilla-La Mancha C. Valenciana Economía Deportes Motor Sostenibilidad Estilo esTendencia Salud ESdiario TV Viajar Mundo Suscribirse

Sobrerreacción, sí, pero castiza

El gobierno y el pueblo han ido siempre cada uno por su lado; han vivido y se han dejado vivir, uno como reino de la sinecura, y el otro como lar del currojimenismo.

| Juan Vicente Yago Edición Valencia

Que los comentaristas —ellos prefieren llamarse «analistas», para dar bambolla y aparato al oficio— saben habitualmente más de lo que cuentan y nos lo racionan para carnaza nuestra y ganancia suya lo sabe todo quisqui. Es la vieja táctica de los emporios informáticos y de los grandes atletas.

El negocio manda, y no es cuestión de sacar la quinta generación de un microchip sin rentabilizar antes la segunda, la tercera y la cuarta; como tampoco es inteligente rebasar en medio metro el récord mundial cuando se puede cobrar varias veces la recompensa de la plusmarca superándola centímetro a centímetro. La información, como el avance tecnológico y la capacidad atlética, es poder. Y dinero. Pero deben ser información y capacidad auténticas, porque anunciar el intento de una marcaza en pleno bajón de forma o marcarse un farol periodístico sólo acarrean descrédito.

Resulta, por tanto, incomprensible que ayer, en televisión, uno de los gacetilleros más encumbrados del ruedo ibérico se fingiera extrañado por la impasibilidad popular ante los desmanes del gobierno. “El español, que suele sobrerreaccionar a todo…”, afirmaba, cuando no es posible que ignore como no lo ignora la humanidad enteraque un español no sobrerreacciona por nada. Esto, en un periodista, es ofensivo, porque ya no es darnos la información por entregas, racionarnos la carnaza, desvelarnos el asunto al poqui poqui, sino arrancarnos el tupé descaradamente.

Y pícaro e individualista como es el español, si alguna reacción puede tener y tiene ante un gobierno marrajo es buscar la supervivencia en la espesura guerrillera; echarse al monte y vivir de matute; ocultar la hilaza y hacerlo sin IVA.

Sabes tú, y lo sé yo, y lo sabe mejor que nosotros el chafardero de marras, que lo propio de la raza española si raza es o ha sido en algún momento—, que lo castizo español es el individualismo y la picaresca, dos caras causa y consecuencia, o viceversade la vieja y cercenada pelucona ibérica. Y pícaro e individualista como es el español, si alguna reacción puede tener y tiene ante un gobierno marrajo es buscar la supervivencia en la espesura guerrillera; echarse al monte y vivir de matute; ocultar la hilaza y hacerlo sin IVA.

No es de recibo que un periodista se haga el tonto, y menos aún si es de campanillas. ¡El español es ingobernable, señor mío! Un axioma tan de dominio público que incluso la castañera está o estuvo, que ya no la veoal cabo de la calle; y se me hace usted el sueco, delante de toda la nación, a través de la pantalla; y me viene usted con la especie peregrina de la sobrerreacción y la hipersensibilidad. No tiene un pase. Conduciéndose así practica usted un periodismo idealista, fantasioso y chapado a una vetustez que nunca existió.

Aquí el gobierno y el pueblo han ido siempre cada uno por su lado; y aunque parezca lo contrario, han vivido y se han dejado vivir, uno como reino de la sinecura, y el otro como lar del currojimenismo. ¿Cómo espera o aparenta esperarusted una reacción ciudadana? ¿Nos toma por tontos? ¿O es que brinda usted el perfil, se pone de lado y se instala en una dimensión paralela, en un periodismo de atrezzo, al socaire de la represalia bolchevique? Señala usted un camino informativo a ningún sitio, porque atraviesa regiones irreales.

La cuestiónno es por qué no reacciona el populacho, sino con qué nuevas trochas de tiniebla esquivará las maulas del gobierno, en qué márfegas ocultará el billetaje, por qué subterráneos pasadizos o umbrosas angosturas hará su vida, moverá el dinero y dará esquinazo tributario al fisco. 

La cuestión, que usted evita como si de un espectro del averno se tratara, no es por qué no reacciona el populacho, sino con qué nuevas trochas de tiniebla esquivará las maulas del gobierno, en qué márfegas ocultará el billetaje, por qué subterráneos pasadizos o umbrosas angosturas hará su vida, moverá el dinero y dará esquinazo tributario al fisco. La chusma indígena calla como un occiso ante los exabruptos burocráticos. No mueve un músculo. No pestañea. Únicamente vigila, con el rabillo del ojo, el matorral serrano por el que hará mutis al primer descuido. El español y su gobierno es tradición de siglosse mantienen a salvo uno del otro, en una entente cordiale que no suele romperse, porque si el segundo aprieta, el primero bandoleriza, y son dos adversarios de iguales armas que no se atreven a embestirse.

La única sobrerreacción que cabe aguardar en la ciudadanía españufla es un redoble de virtuosismo bajamanero, un aprodigiarse la triquiñuela y una crisopeya del trile. Un escamoteo sublime, genial, insuperable. De nada sirven las combinaciones administrativas; de nada en absoluto, el celo institucional. Circulará el parné con disimulo sorprendente, desesperante, abracadabrante. Y usted, plumilla venido a más, lo sabe; aunque lo taporrotea para ver si da la sensación de que las cosas del gobierno importan al español, para simular un vínculo entre los dos y embadurnar con ello las informaciones con cierta pátina de interés. Pero no ha colado, así que no haga usted como tantos badulaques que trocan sus principios por lentejas, garbanzos o hamburguesotes veganos. Usted que ha llegado, usted que domina el oficio; usted, periodista de relumbrón y espejo de chupatintas, haga el favor y no caiga tan bajo.

La sobrerreacción ya está en marcha, pero españolísimamente sierramorenera, bandoleril y trabucaire.