| 26 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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El diputado Rufián.
El diputado Rufián.

Semana Santa

| Marcial Martelo Opinión

‏@Hdad_DelPobre: “Muchos madrileños besan el pie a nuestro sagrado titular Jesús Nazareno "El Pobre"”.

La Semana Santa es tiempo de confortable alegría o de infinita depresión. Todo depende de la casilla del tablero a la que cada uno haya sido arrojado por su inteligencia, sensibilidad o suerte, o por la falta de todas ellas.

Paz y alegría para los afortunados que gozan de la gracia de la fe. Y también para los que no la tienen y -¡gran misterio!- consiguen sobrevivir como si eso diera igual. Y tristeza y depresión para aquellos pobres diablos a los que, cada año, los cirios, los capirotes, el silencio y el dolor de Marías y Magdalenas les recuerdan que sus vidas son puras ficciones, alimentadas a base de aparatosos y ridículos esfuerzos, urgencias y metas varias, con el único y patético objetivo de lograr olvidar de qué están hechos, la nada eterna a la que se dirigen y el total y absoluto sin sentido que asfalta el camino.

Fútbol, tiendas, hipotecas, carteles publicitarios, coches, Gran Hermano Vip, el trepa de la oficina … La vorágine que llamamos “vida” y que debiera durar todo el año para dormir nuestra consciencia, pero que no lo hace. El Jueves y el Viernes Santos se apagan los focos de neón de lo trivial y es entonces cuando lo real, eso que da tanto miedo, se desnuda salvajemente -un año más- a ritmo de procesión.

Y es también entonces cuando por fin nos damos cuenta de lo injustos, lo infinitamente injustos que hemos sido con Pedro, Pablo, Íñigo y Gabriel.

Simplemente, los necesitamos. Los necesitamos para sobrevivir, porque sólo ellos nos hacen olvidar y, con este olvido, alejarnos de la aterradora y recurrente depresión.

Así, la absoluta vacuidad de un Pedro Sánchez, cuya increíblemente ilimitada frivolidad nos permite seguir regocijándonos con la gran duda: al final, ¿qué vencerá? ¿La cobardía fofa ante Susana Díaz y la vieja guardia resucitada en versión after hours? ¿O la traición a Ciudadanos, ese espejo coñazo que no devuelve eslóganes sino principios?

O el fantástico infantilismo de Errejón que, todo enfurruñado, a punto estuvo de llevarse con él la pelota, porque papá Iglesias echó del equipo del brilé a uno de sus compis. En eso consistía el Ocaso de las Castas: una pelea de almohadas, completada por un desfile de morritos antes las cámaras.

Y qué decir de Rufián, nuevo Espartaco de la muchachada nacionalista, aunque con el mismo discurso provinciano y adolescente de siempre, eco cansino y monótono de los tiempos prehistóricos de cilicios y hoces.

Definitivamente, los necesitamos. A ellos, a las jaurías de los campos de fútbol y a los anuncios luminosos de las lavadoras. Necesitamos sus disparates, sus banalidades, su pura esencia de esperpento sin la más mínima concesión al sentido del ridículo.

Sólo así podremos olvidar que estamos tan vivos como la exquisitez tributaria de Monedero.