| 26 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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La ministra de Igualdad, Irene Montero, una de las que más ´patadas´pega a la RAE
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Amargaditxs

¿Qué puede llevar a un chaval de 16 años en pleno siglo XXI a coincidir con la monja que pegaba reglazos en clase durante la posguerra?

| Enrique Martínez Olmos Edición Valencia

En la sociedad actual existe una extraña conjunción interplanetaria (que diría Leire Pajín), e incluso intertemporal, entre las nuevas generaciones de progres y las monjas de los años 50. Y curiosamente es en ese submundo de las redes sociales, que muchos tienden a confundir con el mundo real pero que ni remotamente se le parece -por suerte-, donde alcanza esta conjunción su mayor esplendor.

¿Y qué puede llevar a un chaval de 16 años en pleno siglo XXI a coincidir con la monja que pegaba reglazos en clase durante la posguerra? La moralina. El escándalo y la indignación constante ante el comportamiento ajeno. Simplemente se sustituye la moral nacionalcatólica por la nueva moral progre y punto.

Todo aquello que se salga de mi moral de lo políticamente correcto según el catecismo progre pasa a ser pecado, fascismo reprobable, comportamiento a censurar e incluso a prohibir si me dejan meter mano en el Código Penal.

Esta misma semana la nueva religión progre se mostraba en su máximo esplendor de vieja del visillo moral a cuenta de dos acontecimientos, el próximo Carnaval. Lloraba una progre en un comentario de las redes sociales que se ha hecho viral que había que censurar todos los disfraces de Carnaval que vendían en el Carrefour porque ofendían.

Y para que cumpliéramos el dogma progre a rajatabla, nos enumeraba todos los disfraces prohibidos: nada sexy que eso es cosificar, ni de ninguna profesión, ni nacionalidades ni de animales, no sea que mi perro me vea disfrazado de Scooby Doo y se ponga a llorar de la ofensa. Directamente podría haber propuesto la prohibición del Carnaval y así evitábamos los pucheritos de los indignaditos.

Curioso que pase esto con una juventud que no deja de hablar de Franco porque lo oyen en La Sexta o a algún político progre, pese a que siempre han vivido con todas las libertades y comodidades, y se dedican precisamente a imitar los comportamientos de la sociedad de posguerra, como esas abuelas que te decían que no te pusieras minifalda o escote o esos curas que marcaban el límite del humor o de hasta dónde podías bailar pegado con tu pareja.

Lo más triste no es lo que decía esta chica, sino que encima Carrefour le responde y le promete que va a retirar todos los disfraces de su tienda online. Absortos se quedaron muchos. Ese día Carrefour perdió muchos clientes sólo por evitarse un pollo con una progre. En el fondo, lo de Carrefour no sorprende, sólo sigue el mainstream de la sociedad actual que vive secuestrada por cuatro progres que dictan lo correcto y lo que no, y que a quien se sale del guion es tachado ipso facto de fascista y expulsado del consenso social.

Carrefour no fue más que una presa de ese miedo instalado a no hacer lo que diga un lobby feminista, LGTB, animalista o lo que sea y ser expuesto a una reprimenda pública de estos nuevos vigilantes de la moral. Probablemente cuando a Carrefour le llegó el mensaje con la lista de los disfraces a prohibir, se echarían unas buenas carcajadas en la oficina, pero a continuación tomarían la decisión de contestarle dándole la razón para no ser fruto del escarnio de cuatro feminazis.

Y lo preocupante es que esto que le pasa a Carrefour ocurre en toda la sociedad española, o mejor dicho, occidental. Vivimos con miedo a ofender. Tenemos pánico a no ser correctos. Nos empieza a dar terror reírnos o hacer humor en público con aquello que en privado no nos da ningún problema. Y algunos llevan esta situación al paroxismo, como los políticos o empresas que se empeñan en escribir pegándole patadas a la RAE para ser más ‘inclusivos’ a sabiendas de que en la vida cotidiana ni ellos mismos hablan así.

Y ante todo esto, yo me hago una pregunta ¿de verdad les compensa vivir así, amargándose la existencia e intentándosela amargar al resto? Salvo que haya una paga o subvención de por medio ¿de verdad les compensa ser unos amargaditos? Perdón, amarditxs, no se me ofendan.