| 27 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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Imagen de un encuentro entre el Intercity y el Hércules B. Este año el primer equipo blanquiazul está en la misma categoría que los de Sant Joan
Imagen de un encuentro entre el Intercity y el Hércules B. Este año el primer equipo blanquiazul está en la misma categoría que los de Sant Joan

¿Será el Intercity el sustituto natural del Hércules?

Ayer salió el alcalde para contarnos la milonga de que todos los grupos políticos al unísono estaban de acuerdo: "Es el momento de estar unidos". Lo malo es que ya nadie cree en el Hércules

Tengo un cuñado, en mi caso de los mejores: discreto como un cartujo, solidario en la trinchera de la existencia en común y entrañable como un hermano de sangre. Es socio del Hércules desde que tiene uso de razón deportiva y alicantinista; infaliblemente va al campo llueva, truene o caiga un sol de justicia bíblica, presumo que también acudiría a su asiento si se produjera el extrañísimo fenómeno de que por un día cada siglo nevase sobre el estadio Rico Pérez. Ayer me dijo que aun rasgándose el corazón de inquebrantable seguidor herculano ha pensado hasta tirar el carné de socio: "Es una vergüenza que vayamos a la cuarta división y tengamos que enfrentarnos a uno de nuestros filiales de toda la vida, el Intercity de San Juan (pueblo). 

Como él propiamente, decenas de miles de aficionados no saben si cortarse las venas de la devoción al equipo blanquiazul o dejárselas largas. Les parece imperdonable que mientras su rival de toda la vida, el Elche C F, apurando angustias de última hora y esfuerzos titánicos haya logrado permanecer en Primera División, mientras toda una capital de provincia deberá salir a jugar en cualquier patatal desestimado por equipos como el Athletic de Bilbao, entre otros, porque no querían arriesgar los millones que valen sus piernas. 

 

Hablo, como se suele decir en estos casos de máxima confidenciabilidad, con fuentes cercanísimas a Enrique Ortiz, amo-accionista del club, y con Luis Barcala alcalde, que no dueño de Alicante. Pintan mal las cosas. Las primeras me recuerdan que fue Ortiz quien devolvió al equipo a la División de Honor, y que el paganini ya está harto de perder dinero; las segundas que mejor no menearlo porque tampoco estamos en Bielorusia. 

A Ortiz, constructor ayer y hoy empresario de servicios públicos, entre otras minucias millonarias, se le apareció el multiplicador Espíritu Santo del urbanismo cuando tuvo que batallar con todos los alcaldes de la democracia desde el primero socialista hasta el más coetáneo pepero. El deslenguado y siempre simpático Enrique Ortiz, a quien conozco desde sus primeros cigarrillos en el carrito de Celso, pasaba de las páginas de deportes como de los ovnis, y de fútbol sabía tanto como de metempsicosis cuántica. Fue Alperi (PP) quien le obligó a ocuparse económicamente del club, porque no había nadie que lo quisiese; claro, él tampoco se apasionó demasiado porque su verdadera afición, aparte del yate, la fiesta de pijamas y las sobremesas marisqueras, su deporte favorito o rentable es el juego de Monleón (a guanyar diners), y su exclusivo fervor reverencial su esposa Maleles, sufridora en casa y en la oficina. 

"El Hércules no da votos, pero los quita"

Y es que lo del Hércules con el Ayuntamiento capitalino ha sido la copla de Paquita la del Barrio "Tres veces te engañe: la primera por coraje, la segunda por capricho, la tercera por placer". Al principio, y como decía aquel inteligente concejal socialista Antonio Moreno "el Hércules no da votos, pero los quita, así que habrá que echarle huevos y ayudarlos hasta donde nos dejen los militantes y la oposición; luego ya fue capricho del PP zaplanista; y, por fin el placer de un Enrique Ortiz que no quiere seguir rascándose el bolsillo salvo para otros goces. 

 

Repasando la historia de un matrimonio por conveniencia, todavía recordamos a Lassaletta confundiendo un córner con un penalti; a Luna absolutista madrilista; a Luis Díaz Alperi sesteando mientras se jugaba un ascenso; a Nino Llorens, cuya única preocupación eran Les Fogueres; Miguel Valor, sin otra moral futbolística que la del Alcoyano; la alcaldesa Sonia Castedo transmutada en una bravísima tifosi cuando lo más redondo que había visto antes de llegar al palco presidencial era una onza de chocolate; Gabriel Echávarri, el único socio y aficionado en grada desde siempre y no mal guisandero; y, a Luis Barcala, actualmente en el cargo, con un pie puesto en la afición y el otro en el coronavirus, contándonos que las arcas municipales alicantinas no están para comprar las acciones herculanas del plenipotenciario socio mayoritario, aparte de que hoy no sería legal. 

Ayer salió el alcalde para contarnos la milonga de que todos los grupos políticos al unísono estaban de acuerdo: "Frente a cualquier otro interés, es el momento de estar unidos en la defensa del escudo, la historia y el sentimiento herculano". Lo malo es que ya nadie cree en el Hércules ni apenas en los políticos. Solo les va faltando al pseudo-Hércules que el Intercity les gane en casa y un móvil, transmitiendo el partido, vuele hasta la cabeza de Ortiz. Espero no sea el de mi cuñado.