| 06 de Mayo de 2024 Director Benjamín López

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 El nuevo conseller de Educación, Universidades y Empleo, José Antonio Rovira y el presidente de la Generalitat valenciana, Carlos Mazón.
El nuevo conseller de Educación, Universidades y Empleo, José Antonio Rovira y el presidente de la Generalitat valenciana, Carlos Mazón.

El ruido y las nueces

Así lo han entendido Mazón y Rovira invalidando decretos del Botànic que, en lugar de estimular el valenciano a los castellanoparlantes consiguieron hacerlo poco menos que aborrecible

| Pedro Nuño de la Rosa Edición Alicante

Una de las frases geniales de aquella Transición con pactos nocturnos y consiguientes redacciones diurnas, se le atribuye a Ruiz Gallardón, cuando a la pregunta de por qué la Comunidad de Madrid estaba menos endeudada que la de Cataluña, respondió a bote pronto algo así como: “es que nosotros no tenemos que gastarnos tanto dinero en saber qué lengua hablamos”.

Y es que en el tema idiomático llevamos gastado mucho tiempo y no pocos euros. Pero, y, sobre todo, un peligroso divisionismo chovinista entre comarcas limítrofes, pongamos por caso la Vega Baja y el Bajo Vinalopó, o ambas “Ribera” y la Foya de Buñol, cuando no municipios importantes y tan colaterales que apenas los separa las respectivas aceras de una misma calle, cuál es el caso de Elda y Petrer.

Acertó nuestro Estatuto de Autonomía legislando que en toda la Comunitat/Comunidad cualquiera de sus ciudadanos/as tiene derecho (que no obligación dictatorial) a conocer el valenciano, pero no resultó tan preciso cuando hablaba de “nuestra lengua materna”, porque, pongamos por caso, al personal del Rincón de Ademuz o de la “singular” Orihuelica del Señor, y no entremos porcentualmente en las tres capitales de provincias, se les puede poner cara de espanto si les nombren a sus madres, abuelas y muchos siglos atrás de didácticos matriarcados como valencianas-parlantes de nacencia.

Claro que hay que revitalizar un hermoso bien que el franquismo quiso estacionar (sin conseguirlo) en el apartado de “lenguas muertas” basándose en la comparación del castellano-español como idioma universal hispanoamericano, respecto al dialectal valenciano proveniente (con las objeciones diacrónicas que ustedes quieran), de un memorable catalán resistente al desuso. Pero tan necesario rescate lingüístico, ahora no puede ni debe significar, sensu contrario, la imperativa revocación de “lo castellà” como si en pleno siglo XXI siguiera vigente el aforismo austracista: “Quan el mal ve d’Almansa, a tots alcança”.

Claro que la izquierda, por inclinación natural política, siempre intenta roer los flancos más débiles de una derecha cuyo mejor lado del faldón, que rodea a los socioeconómico, no es precisamente el vuelo intelectual, empezando por el discutido y discutible bilingüismo donde se pierden en antropologías a la violeta, anticatalanismo redundante y equivoco por la pura entelequia en la actualidad de unos supuestos Països (en los que apenas cree Compromís y algún venado podemita), comandados desde Barcelona bajo la sumisión de Valencia Cap i casal, y de Palma de Mallorca centro administrativo de Les Illes. No es preciso recordar a Lizondo para excluir –despreciando– semejante intento pancatalanista, cuyo último objetivo no es sociolingüístico, sino sociopolítico cambiando la capitalidad y mando estructural (Gobierno) de toda España.

Conozco a muchos electos de la Comunidad Valenciana y de todas las ideologías, quienes desde cuando púberes entraron en política, entre otros al president Mazón, y a su conseller de Educación, José Antonio Rovira, o a las socialistas Gabriela Bravo, Josefina Bueno… a quienes nunca oí hablar en valenciano, salvo forzada coda en algún discurso, o traduciéndose a sí mismos/as ocasionalmente platicando (como malamente podían) lo políticamente correcto para demostrar su valencianía o alicantinidad en teórica puridad idiomática.

Por eso no es de extrañar que desde el PSPV-PSOE, pasando por Compromís y obviamente llegando a Unides Podem en versión Yolanda Díaz, empiecen a catapultar breas encendidas contra el Gobierno PP-Vox. Sobre todo, cuando nuestro particular Molt Honorable, seguido por su amigo y conseller de Educación, especularon con la ortodoxia lingüístico-valenciana al punto de incomodar a la Academia Valenciana de la Llengua (AVL), quienes no tardarían en puntualizar correspondiente respuesta erudita. Tanto es así, que los daimios de Feijóo y Abascal en el Levante Feliz, uno abogado dedicado a la política, y el otro profesor universitario de Economía simultaneando aulas y parlamentos, no han tenido problemas, políticos avezados que no se pierden en trampas etimológicas, dando por bueno el dictamen de los especialistas académicos, reconociendo un, tal vez, impreciso equivoco, por otra parte perdonable entre quienes no tienen por qué ser filólogos, para que la oposición suelte presa y las corrientes lingüísticas vuelvan a su cauce, pues al fin y al cabo, paradojas de la vida, el fundador y mentor de la AVL, fue el mismo que a ellos les enseñó las artes y sapiencia la dialéctica, el cartagenero Eduardo Zaplana.

En lógica lid parlamentaria la oposición seguirá intentando armar cuantiosa y feroz bronca con un bilingüismo hoy totalmente asumido desde la más tierna edad colegial. Servidor aprendió filología del catalán (oral y escrito) en la Universidad de Barcelona, valenciano mis hijas y su descendencia comenzando en preescolar, nuestras madres y abuelas no sabían ni una palabra en la lengua de Joanot Martorell, y menos en su deriva de Joan Fuster, pero nunca el tema de la lengua acabó en artificiosa discusión intrafamiliar. Todo lo contrario, incluso en algunas ocasiones me instaron a hablarles en valenciano-catalán, y por este orden de prevalencia, simplemente para ejercitarse en lo recién aprendido, para luego volver al normalizado castellano sin menoscabo, ni falta de aprecio por la otra germanía cooficial.

Sinceramente opino que tal convivencia practica hoy la mayoría de núcleos familiares, docentes y discentes, profesionales o jubileos en nuestra Comunitat/Comunidad, y me parece de un oportunismo impropio el que la política intente entremeterse y sacar partido de algo que desconocen, algo que, por otra parte, les es muy habitual por rentable en sus habituales y superfluas contraposiciones (no es no, o sí es sí, sin mayores distingos o puntos de encuentro).

Ya me gustaría examinar a muchos de la izquierda divina y nacionalista dictándoles en valenciano para escuchar su fonética, sintaxis y dominio de vocabulario.

Pero hay que armar harto ruido con las pocas nueces contadas, algunas tan huecas e innecesarias como saber en qué lengua departimos, o para si opositar a la Administración debe ser imprescindible el bilingüismo académico. Creo que esa opción debe ser individual y convergente, no por autoritario, direccional y artificio cismático bajo pena de decreto gubernamental (Autonómico).

Y tal que así lo han entendido Carlos Mazón y José Antonio Rovira invalidando decretos del Botànic que, en lugar de estimular el valenciano a los castellanoparlantes, tanto de zonas que siempre lo fueron dentro de nuestras fronteras territoriales, como entre un importante núcleo poblacional heredero de las migraciones de la segunda mitad del pasado siglo, consiguieron hacerlo poco menos que aborrecible, por impositivo, al ser ignorado idioma que no estaba en su genética territorial y/u hogareña.

Van dados quienes desde la hoy descabezada oposición intentan hacer mucho ruido rompiendo la nuez de nuestra rica diversidad, nada contradictoria ni unidireccional, sino estimulante en su pluralidad. No gastemos más tiempo ni dinero en saber qué lengua hablamos, cuando podemos compartirlas bajo el mismo nogal.