| 10 de Mayo de 2024 Director Benjamín López

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Pedro Sánchez y Carles Puigdemont en una imagen de 2017.
Pedro Sánchez y Carles Puigdemont en una imagen de 2017.

Vaya palizón que le dimos ellos a nosotros

Las próximas conversaciones pueden ser antológicas ¿Se imaginan al tal Carles comiendo en Moncloa durante un receso del Consejo del Consejo de ministros, y después ir a dormir al talego?

Los socialistas celebran con algarada colegial el resultado de las elecciones generales, donde han perdido claramente, reconvirtiéndolo como éxito personal del “resistente” Pedro Sánchez, cuando el triunfo conclusivo es del fugado Puigdemont, porque semejante bitelmano viejuno parece condición (¿truco o trato?) sin la cual le será imposible a Sánchez e gobernar la España inmediata.

Un Puigdemont para quien la Comunidad Valenciana no pasa de apéndice inferior dentro de Els Països Catalans, con capitalidad en Barcelona y subdelegaciones en Valencia y Mallorca, quedando anclado, este recalcitrante antiespañolista, en la cainita Guerra de Sucesión porque siempre le gusta repetir en Bruselas: "quan el mal ve d'Almansa, a tots alcança", tal cual lo suelta, entre la gracieta y la sentencia, como si durante tres siglos no hubiéramos pasado por monarquías, dictaduras y repúblicas varias, para llegar, tras 40 años de intolerancia, a una Constitución donde cabíamos todos, incluido él mismamente y sus colegas convergentes y posconvergentes que , y por cierto actualizado, no apoyaron la investidura de Sánchez como presidente del Gobierno, y mismamente nos anuncian el pagaré y cobro de un cheque en blanco (amnistía y referéndum de autodeterminación) para abstenerse en la renovación de un régimen socialista más aláteres (la zorra de la derecha catalana ya olisquea cómo depredar en el gallinero de la izquierda española y su edulcorada derrota).

A tomar por saco puñetas de jueces y fiscales. Meros adornos para quienes se jactan de pasarse todas las instituciones, no sé si también al Ejército que tiene encomendada la unidad de España, por el forro de la entrepierna.

Y aquí, el acomodaticio Joan Baldoví (tanto le da boda como divorcio mientras él siga quedándose él en el tálamo del oportunista braguetazo; pregúntenselo a Mónica Oltra en la intimidad)…

Hoy la pareja de baile "indepe" Clara Ponsatí, con más ovarios presentándose en Barcelona made in Spain, que "cataplines" cuelgan del Puigdemont estéril trasconejando en lenocinio de Bélgica, ha sido detenida por sus autónomos mossos d'escuadra, a sabiendas de que la Fiscalía del Supremo no se anda con chiquitas separatistas; otra cosa es la parcialista Fiscalía (digital) General del Estado dependiente del Gobierno de turno, y que, ateniéndonos a la división de poderes, pudo meterla a pernoctar en chirona, aunque ella ya debía conocer por la actual ministra de Justicia  que iba a beneficiarse del indulto ipso facto, mucho más inmediato que la excarcelación (después de 1.314 días y sin arrepentimiento previo o posterior) de Junqueras, Raül Romeva, Jordi Turull, Josep Rull, Joaquim Forn y Dolors Bassa, Carme Forcadell y demás firmantes y actuantes del secesionismo catalino. Presidio vergonzante para un Puigdemont que no goza de martirologio previo, pero al que también, dicen quienes lo conocen, una hora entre rejas sin Salvacolina le podría descomponer la hiel hasta ensuciarle los calzones. “El cobarde sólo amenaza cuando está a salvo”, escribió el gran Montaigne.

Ahora Carles “L’Ignominiós” deberá jugar al teto con las Rahola, Borràs (también condenada), Nogueras, Anna Erra, Josep Rius, y demás alfiles y torres que juegan al predominante papel de rey o de reina, o, por ajustar nobiliarios: príncipes, condes y condesas de Barcelona en el tablero de los enroques e intercambios posicionales. A sabiendas todos ellos y ellas que, tanto las Islas Baleares como la Comunitat o País Valencià, incluidas las progresías han desmarcado de la tutela y predominio pancatalanista porque aquella intelectual Barcelona de Tusell-Street y continuismo aquí de Joan Fuster, combatientes desde la gauche divine contra el centralismo franquista, quedaron soterrados al olvido sustituidos por el neoprovincianismo de indoctos personajillos advenedizos y pueblerinos como el Puigdemont gerundense, el friki Cuixart, o el activista en barrios Jordi Sánchez, o, y aquí, el acomodaticio Joan Baldoví (tanto le da boda como divorcio mientras él siga quedándose él en el tálamo del oportunista braguetazo; pregúntenselo a Mónica Oltra en la intimidad)…

Grupúsculos con ganas de marcha antisistema y cuya cimentación ideológica solo se basa en un vesánico y estúpido rencor hacia el resto de las Españas democráticas “manda cojones”; porque, a semejante tropa de líderes excarcelados, no les importa abocar a una Catalunya, ¿suya?, y por reverberación a la Comunidad Valenciana, fuera de Europa, a cambio de una privativa isla Barataria carente de sentido cuando en este momento de postpandemia, y envalentonamiento del oso ruso (al que ya se ofreciera Puigdemont), se trata de unificar decisiones paneuropeas, y no de subdividir regresando a parcelas medievales, algo que tal vez puede beneficiar a economías inferiores, y no a las cuatro grandes potencias europeas entre las que todavía nos encontramos dentro de una sola nación (presumible unida constitucionalmente).

Resulta curioso en análisis y cálculos poselectorales la victoria de PP y de Vox hubiera sido aplastante sin contabilizar a Cataluña y el País Vasco. ¿Qué hacer?: dejarlos ir con “tanta gloria tengas como paz nos dejas”, o aguantar la cruz de “vaya palizón que les dimos ellos a nosotros”.

Releída la cuantificación de votos, y con ella el descenso independentista, prefiero elegir la segunda opción porque ni todos los males en democracia duran más de ocho años, ni la Comunidad Valenciana mira igual a un Norte disgregado del resto autonómico, extraño en sus disensiones internas (Junts-Puigdemont versus e ERC, CUP y batiburrillo de asociaciones culturales convertidas en políticas antiespañolistas) ajenos/as a todo progreso. Elijo mirar al centro peninsular con un Madrid federalista en el que los valencianos podemos ocupar posiciones muy relevantes dentro de un contexto más amplio.

Mucho me temo que Sánchez ponga el derecho y el revés, al menos durante su presidencia europea de turno, intercambiando pornografía política con quienes quieren colorearse diferente en el actualizado mapa del viejo continente, y, consecuente con su egocentrismo patológico, no tenga otra forzosa salida que convocar nuevas elecciones a partir de diciembre, arguyendo a sus societarios aquello de “ni contigo ni sin ti tienen mis penas remedio”.

Entonces será la hora de una relectura de los votantes ante las inmediatas urnas, tanto más analítica y decisiva cuanto mayormente detenida respecto a los escapistas y sus consentidores, cuando no encubridores, de una izquierda más insistente en presuntos agravios comparativos con minorías, que en las urgentes soluciones globales de una inmensa y decisoria mayoría contra el pasotismo o la abstención despreocupada por mor de una falsaria y acientífica demoscopia cuyos análisis no pasaban de un bloque de viviendas, y siempre tras el pago y dictado previo de quien las encargó.

Las próximas conversaciones ¿secretas? ¿compartidas? entre Pedro Sánchez y Puigdemont pueden ser antológicas. ¿Se imaginan al tal Carles comiendo en Moncloa durante un receso del Consejo de ministros, y después ir a dormir al talego? Mismamente Carandell.

Elecciones cuanto antes. En ellas nos va mucho a todos los demás, y no solo ganándolas como ha hecho el PP, sino sin darle la menor oportunidad al filibusterismo sanchista. 176 escaños tienen la culpa.