| 29 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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El presidente del PPCV y presidente de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón, interviene durante un acto del PP contra la amnistía, en la plaza de Los Fueros
El presidente del PPCV y presidente de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón, interviene durante un acto del PP contra la amnistía, en la plaza de Los Fueros

Cataluña nos roba

Carlos Mazón le envió carta (con acuse de recibo) al Gobierno central, pidiendo justa equiparación impositiva con nuestros vecinos del norte, y le han devuelto una peineta por respuesta.

| Pedro Nuño de la Rosa Edición Alicante

A los escritores del 98 les apesadumbraba España por las pérdidas coloniales de ultramar; siglo y cuarto después ya no nos lacera la conciencia de un pasado glorioso y extraviado porque los Estados Unidos nos pudieron militarmente como potencia mundial emergente arrebatarnos Cuba y Filipinas, entregándolas a gobiernos títeres; ahora nos sangra las lindes del noreste de la piel de toro curtida más de medio milenio y demostrándose en carne viva ante el descuartizamiento de un matarife cruento y paranoico, curtidor de imposibles, a quien lo único que le preocupa es crearse su propio pedestal de yeso como héroe nacional de una supuesta Cataluña independiente.

Si bien es cierto que lo del referéndum lo dejan en cómodos plazos, pero con vencimiento no más allá del final de la próxima legislatura de nuestro Pedro Sánchez depredador Imperator, no lo es menos que el nuevo régimen impositivo: yo me lo guiso yo me lo como, es decir del 100 × 100 autoadministrado, se les transfiere después de haberles hecho una abusiva quita de más de 15.000.000.000 euros, directos y otra mitad indirecta dejándoles las arcas saneadas para que reinviertan en irse mordiendo la mano del ingenuo donante. Bueno, no tan ingenuo si tú desmedida ambición gobernante supera al estadista con un mínimo y patriótico concepto de la Historia.

Vascos callan, gallegos otorgan y hasta los canarios pían el enjuague Sánchez-Puigdemont, mientras castellanos, leoneses, andaluces, baleares y nosotros, propiamente los valencianos, hemos revertido el grito: ¡Cataluña no roba! Hasta la Comunidad Europea le ha pedido al Gobierno español que le enseñen los papeles de la trapisonda catalana donde al parecer el poder legislativo se pasa al judicial por el forro de los códigos.

Mismamente Carlos Mazón presidente de la Comunidad Valenciana le envió carta (con acuse de recibo) al Gobierno central, pidiendo justa equiparación impositiva con nuestros vecinos del norte, y le han devuelto una peineta por respuesta (agárrate a esta), siquiera un mínimamente educado “tomo nota”. Ignorancia y desprecio. Incluso los socialistas ironizan con que la actual coalición PP-Vox han dinamitado cualquier atisbo de la famosa “tasa turística” que ellos quisieron poner en marcha a sabiendas de semejante disparate imposibilitado de nacencia, y, por otra parte, estos desocupados del Levante Feliz, Mazón-Barrera (vade retro Satanás) piden dinero a Madrid como si sobrara después de haberlo repartido con los regímenes especiales de País Vasco y Navarra, amén del prófugo trasconejado en Bruselas.

No es de extrañar por estos pagos, incluso entre la gente más joven, que cada vez que surge la expresión “Països Catalans”, el personal tuerza el morro de forma despectiva

Así no es de extrañar las manifestaciones en Madrid y que en este país se vuelva a hablar de “Alzamiento”, horrible palabra que nos recuerda a la España con sangre en el ojo: levantamientos contra el liberal Pepe Botella, carlistas versus borbones, semanas trágicas en Cataluña y en Asturias, franquistas versus republicanos… Ya llevábamos tiempo sin liarla parda, pero parece ser que no podemos estarnos quietos.

Estando 37 años en la Comunidad Europea con España de pleno derecho, mandando absolutamente el Govern Català en puro autogobierno de la sanidad, la educación y la seguridad, etc. ¿por qué cuatro pirados quieren segregarse?, ¿qué les ha hecho la comprobadamente democrática España de la Transición para semejante e incomprensible abominación?, cuando gran parte de ellos pertenecen a las migraciones de otros españoles en pasado siglo. Antes se les adjuntaba el título hispano de mayores adelantados en industria, nuevas tecnologías, comunicaciones, etc., hoy otras comunidades, entre ellas la Valenciana, pueden competir con la autoproclamada “Nación” (otra rendición sanchista) en cualquier campo adelantado tecnológicamente tanto industrial como agropecuario.

Así no es de extrañar por estos pagos, incluso entre la gente más joven, que cada vez que surge la expresión “Països Catalans”, el personal tuerza el morro de forma despectiva. Compromís tiende a la baja, al punto de estar tratando de inventarse una nueva “valencianía) de izquierda moderada; Unidas Podemos se ha olvidado de sus proclamas a imagen y semejanza de los Comunes barceloneses, centrándose ahora en las demandas madrileñas de Susana Díaz; y los socialistas están aterrados porque sus jefes madrileños les quiten toda esperanza de volver a gobernar en muchos años, de ahí que se cuiden muy mucho de hablar en el idioma apropiado y según el municipio o comarca del que se trate.

Una gran minoría de catalanes nos quiere robar parte de la caja nacional que nos corresponde; aplicarnos una lengua según su Academia, como si éstas no evolucionarán y fuese lo mismo el inglés de Shakespeare que el afro americano de Colson Whithead; y cambiar la historia dejándola en maniquea versión: ellos los estupendos, los demás los indocumentados cazurros; e imponer la dictadura independentista a la mayoría de su propio pueblo. Madrid arde, Valencia con otras capitalidades se enciende y el reguero de pólvora sigue su peligroso curso hasta prender ayer mismo en Elche.

Por eso, debo confesar que tengo miedo de que frases como la atribuida al general Espartero: “Por el bien de España, hay que bombardear Barcelona una vez cada cincuenta años", que me recordaba un profesor de Historia Contemporánea, o gritos de “¡Alzamiento nacional!”, “España no se vende, España se defiende”, “Rey masón”, me preocupan porque no se puede menospreciar la historia como algo irrepetible cuando tantas veces nos hemos visto obligados a reescribirla con distinta letra, pero con la misma sangre.