| 30 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Tabarnia y un 155 más contundente, respuestas al último delirio de Puigdemont

El Estado tiene obligación de evitar el 'Consell de la República' en Bruselas para designar a Puigdemont ni siquiera simbólicamente. Y Tabarnia es la prueba del respaldo que todo ello tiene.

| Editorial Editorial

 

 

Mientras Carles Puigdemont incurría en su penúltimo delirio al filtrar su intención de crear por la puerta de atrás un ilegal 'Consell de la República' en Bruselas para gobernar desde allí Cataluña; los promotores de Tabarnia y de Resistencia Catalana anunciaban una gran manifestación contra tanto abuso el próximo 25 de febrero, en Barcelona.

Será la tercera gran marcha contra el separatismo en apenas un trimestre, y la primera tras unas elecciones catalanas ganadas por un partido constitucionalista y con menos votos y escaños conjuntos del bloque soberanista: aunque la ley les otorga más actas de diputado, conviene no olvidar la realidad aritmética de Cataluña cada vez que Puigdemont, ERC o la CUP se arrogan la representación exclusiva del pueblo.

El separatismo es un robo de derechos: por eso es fundamental que los ciudadanos salgan a la calle el 25F

El anuncio de Albert Boadella, presidente oficioso de una comunidad virtual que agrupa la Cataluña más próspera y contraria al retroceso aldeano del soberanismo, tiene enorme importancia y merece un respaldo unánime de la ciudadanía, catalana y española, y de los partidos políticos que creen y defienden el Estado de Derecho: la respuesta al pulso ha de ser judicial y política en una democracia, pero también social y emocional. No es suficiente con que el Tribunal Constitucional impida esta nueva pantomima, llegado el caso. Los afectados han de mostrar, precisamente, su resistencia.

El nacionalismo está intentando robar el único derecho a decidir legal y moral existente, el del conjunto de los españoles, pisoteando el procedimiento inherente a toda democracia digna de tal nombre: frente a eso, la calle tiene que responder y acabar con la falacia de que el 'procés' es, ante todo, la pugna de un pueblo oprimido por unas leyes duras e impersonales. Ponerle caras y personas de carne y hueso a la oposición al supremacismo golpista es, tal vez, la mejor noticia que ha dejado todo este dislate.

Porque mucho más importante que saber qué quiere hacer el soberanismo es tener preparada la respuesta del constitucionalismo, sin complejos, con la certeza de que refrenar esa escalada siempre será un gran servicio a la democracia: hacerlo con mesura y consenso ha sido fundamental hasta ahora -aunque no siempre fuera comprendido- para evitar disturbios y más conflictos sociales; pero ya ha pasado el momento de temer las consecuencias y ha llegado el de aplicar las medidas en toda su extensión.

Al precipicio

Porque todo lo que no sea investir a un presidente respetuoso con el marco constitucional prolongará el conflicto y reforzará el victimismo indecente de un prófugo que, tras desafiar a España y a Cataluña, ahora presiona a sus propios socios independentistas para que la acompañen al acantilado. 

 

No se puede permitir ni una investidura formal ni una simbólica de Puigdemont. Si se intenta, más 155 y más Tabarnia

 

Si ERC es incapaz de resistirse a esta pantomima y termina avalando esa especie de proclamación a distancia de Puigdemont, a través de la Asamblea de Municipios Independientes y no del Parlamento catalán, al Estado no le quedará más remedio que mantener y ampliar la vigencia y los efectos del artículo 155.

El absurdo Consell de la República no se puede crear desde las instituciones catalanas y tampoco se puede dejar nacer desde ninguna entidad paraoficial sin que los poderes del Estado actúen con la máxima contundencia para evitar semejante desvarío. Y mucho menos se podrá tolerar que una pseudoinstitución ubicada en el extranjero ejerza un control real a distancia de las instituciones catalanas, con un Govern de paja y teledirigido a las órdenes de Bruselas.

Sin plazos ni límites

Si la intervención primigenia con el 155 se hizo para restituir la Constitución y el Estatut por el menor tiempo posible -de ahí la convocatoria urgente de comicios-; su renovación en el caso de que no quede más remedio ha de ser sin plazos y sin límites e incluir, sin la menor duda, el control de los medios públicos y de la educación, dos de los estiletes más vergonzosamente utilizados por el soberanismo.

Aplicar la ley nunca es un desdoro; hacerlo en su plena extensión una necesidad en situaciones límite como la que el mortecino independentismo quiere crear. Y saber que detrás está Tabarnia, como concepto espiritual para millones de catalanes y españoles concernidos por la defensa de la democracia, un bálsamo y un incentivo para actuar sin remilgo alguno.